Sinsentidos y dramas vitales como trasfondo literario
Tanta pasión para nada
Julio Llamazares. Ed. Alfaguara, Madrid, 2011. 156 pp.
A esa tradición nihilista que el autor confiesa, presente en varias de sus obras, pertenece esta recopilación de cuentos, distintos en apariencia, pero agavillados por «la misma visión de la vida: mucha pasión... para nada». Tal sentimiento, «tanta pasión para nada», sirve de título a la obra y de reflexión descorazonadora en forma de epílogo al primero de los cuentos. Pero tal vez este relato, «El penalty de Djukic», esconda una situación menos dramática, sobre todo porque al desazonado futbolista le esperan todavía tardes de gloria y formas de aliviar ese dolor, compartido por miles de simpatizantes. Algo semejante ocurre con el narrador de «Un cuento de encargo», elaborado con un recurso metaliterario que podía haber firmado Lope en el final de su celebérrimo soneto: «contad si son catorce y está hecho».
Bien distinto es el tono del resto de los relatos, muchos de ellos reflejo de experiencias humanas que el autor ha oído contar o que él mismo ha vivido. Aparte de «Los viajes del tío Mario» (una versión italiana del los versos del romancero... «que los amores primeros son muy malos de olvidar») y de la llamativa vulgaridad que destila «El conductor perdido», el resto de los relatos tiene una doble raíz, siempre dramática: la soledad que provoca el paso del tiempo y las secuelas de la guerra civil, conocidas por testimonios personales. Es el caso del final de la vida del Neme, «la última persona que se ha atrevido a hacer en el mundo la heroica suerte de don Tancredo». O El ciego de la Vega, protagonista de «Música en la oscuridad», hijo del drama de la minería y portavoz metafórico de un bello final. Sin olvidar el sentido de iconoclastia y destrucción de «El lilar de las monjas», documento botánico del tiempo que se fue.
Las secuelas de la guerra alimentan los mejores relatos. Al triste y desangelado misterio de «El desaparecido» se une el dramatismo que invade «La campana de la Cuerna», pero no falta en este mudo bélico la belleza estremecedora que flota en «El médico de la noche», probablemente el mejor relato del libro. La mayoría de los motivos temáticos tiene reflejo en «A Primout no vuelve nadie». La personalidad del poeta Ángel González, portavoz de tantas experiencias, es el mejor colofón de la obra, que finaliza con «El día de mañana (fábula)», prueba firme y persistente del nihilismo del autor: «Hoy, de hecho, mis padres ya están muertos y el día de mañana aún no ha llegado». Pero al lector le cuesta creer que tanta belleza literaria esconda tan desolado trasfondo personal.