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DAVID TORRES. NOVELISTA

«Es una novela sobre el findel mundo»

Punto de fisión, del escritor y columnista de prensa madrileño David Torres (1966), le ha valido el IV Premio Logroño de Novela. Se trata de una arriesgada parábola posmoderna con cuatro historias enlazadas. Aunque el au

David Torres afirma que es un libro «mucho más fácil de leer que de explicar».

Publicado por
E. A.
León

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-” Esta cita del Apocalipsis aparece casi al comienzo de Punto de fisión , recordando esa macabra coincidencia de que «ajenjo», en ucraniano, quiere decir «Chernobyl». ¿Hasta qué punto es ésta una novela apocalíptica?

-”Evidentemente, en la acepción amplia del término, es una novela sobre el fin del mundo, al menos para varios personajes cuyo mundo cambiará para siempre por diversas causas: un gatillazo, un atentado terrorista, un rayo o el amor, que es el peor rayo de todos. La historia de Chernobyl significó también el final de un sistema en los últimos coletazos de un siglo plagado de holocaustos y desastres. Pero también es una novela apocalíptica en el sentido en que «apocalipsis» significa «revelación», y éste es un libro donde a los protagonistas se les revela, cada uno a través de su catarsis particular, una nueva vida y un nuevo destino.

-”También se dice en las primeras páginas que es «una historia sobre la crisis de la mediana edad que ahonda con humor y estilo desenfado en una divertida sátira de los valores masculinos».

-”Podría serlo, sí, aunque no exactamente. Creo que hay mucho humor aunque no exactamente sátira. Ciertamente, Matas, Rodríguez, Subiri y Sergei experimentan a lo largo de la narración una metamorfosis radical que tiene mucho que ver con su proximidad a la muerte. Matas a través de una enfermedad, Zubiri de un accidente con un rayo, Rodríguez de una explosión y Sergei debido a la catástrofe de Chernobyl. Cada uno intenta explicarse esa experiencia a su modo: Sergei mediante sus cuadernos de escritura y luego con el rodaje de una imposible película porno; Rodríguez con la poesía; Matas con un libro de memorias que personalmente no hubiera publicado jamás y Zubiri con un montón de novelas insensatas que, en el fondo, cifran su propia historia. Sólo mucho después de haber terminado la novela comprendí que lo que había escrito, en realidad, era una crítica radical del género autobiográfico.

-”¿Cuánto hay de novela negra en Punto de fisión ?

-”Poco. Sólo la historia policíaca de Rodríguez persiguiendo a los terroristas chulapos podría adscribirse al género negro en el sentido clásico del término. Pero si tenemos en cuenta las transformaciones que ha padecido el género desde los tiempos de Hammett y Chandler, podría decirse que es una novela negra mutante, posmoderna, posnuclear y radioactiva.

-” ¿Cómo se le ocurrió la idea de un grupo terrorista chulapo?

-”El PICHY (Partido Independentista Chulapo ¿Y?) nació en mi cabeza como un disparate, una extrapolación cien por cien madrileña de esas bandas terroristas que ponen bombas para defender supuestos valores nacionales. Se me ocurrió la idea de un grupo de jóvenes que exaltan la zarzuela como esencia suprema del casticismo y deciden volar la Cibeles y Neptuno por representar símbolos extranjeros. Es una historia que me dio muchos problemas porque podía hacer volcar la novela pero conseguí un equilibrio con la historia de Zubiri, cuya imaginación es más delirante aún que la mía.

-”¿No te pareció la idea del PICHY demasiado inverosímil?

-”La inverosimilitud novelística es un problema interesante. El PICHY, al igual que el pasaje del Valle de los Caídos o de Franco metamorfoseado en Franconstein, convertido en zombi inmortal cazando jóvenes por el Pardo, son un puro disparate pero, para funcionar narrativamente tenían que ser coherentes con el resto de la novela, no con la realidad. La realidad puede permitirse el lujo de ser mucho más descerebrada y surrealista que cualquier novela. Por ejemplo, cuando estaba metido en toda la historia de los atentados me enteré de que habían trincado a unos etarras gracias a unas fotos que habían colgado en Facebook con la camiseta de la selección española, algo que nunca colaría en una novela. Y un día, paseando por mi barrio, me encontré con una pintada al lado de un cajero automático que decía: «España no es Madrid». En la novela lo adapté a un chotis. Lo que más miedo daba no es que el PICHY fuese inverosímil sino que cualquier día podía despertarme y comprobar que la realidad se me había adelantado, que alguien le había volado la cabeza a Cibeles.

-”¿No es entonces Punto de fisión una obra llena de excesos?

-”Absolutamente. Intenta ser

algo así como uno de esos platos fastuosos de Viridiana donde hay cuatro o cinco ingredientes básicos completamente distintos y lo que sale es un único sabor, en vez de una mezcla. El problema es conseguir un único plato. Abraham García lo logra en una tarde; yo necesité tres años hasta que pude entrelazar todas las historias, unificar las tramas, agrupar todos los armónicos y tonos. Pero es un libro mucho más fácil de leer que de explicar.

-”Uno de esos tonos básicos es el humor, ¿no?

-”El humor es lo que nos permite contar historias terribles sin que el libro se caiga de las manos. Es curioso cómo mucha gente piensa que el humor puede desvirtuar la seriedad de una novela. Es justo al revés, porque el humor no es el antídoto de la seriedad ni de la profundidad sino del tedio. En las raíces del árbol de la novela están el Lazarillo y el Quijote, Tristram Shandy y Pickwick. Es el humor lo que hace que ese niño huérfano, ese policía solitario que escribe sonetos, ese pobre hombre al que le cae un rayo encima y ese editor hipocondríaco al que la vida le da de lado, puedan seguir adelante.

-”El jurado hizo hincapié en el riesgo formal y la osadía de la estructura. ¿Qué avance representa frente a otros libros suyos?

-”Tenía la sensación de que llevaba mucho tiempo maniatado, constreñido a las exigencias de diversos géneros (novela negra, libro de viajes, etc.). Sentí que ya era hora de desmelenarme, aunque no hubiera podido hacerlo sin contar con el entrenamiento que suponía haber escrito antes cinco o seis novelas digamos tradicionales. Como dice Torrente Ballester, lo que diferencia a un novelista español de uno inglés o francés es que cada vez que empieza a escribir, el español tiene que crear su propia tradición, tiene que reinventar la historia de la novela.

-”El gatillazo, el miedo a la impotencia, la crisis de los cuarenta y los cincuenta, son temas eminentemente masculinos. Sin embargo, al final, ¿no es Julia quien se adueña de la novela?

-”Sí, y como tantas otras cosas, no estaba planeado. Al final la historia de amor de Julia, que es como una versión fantasmal del mito de Orfeo, no sólo la redime a ella de su carácter manipulador sino que dio a toda la novela un giro inesperado. Eso es lo que más me gusta de escribir un libro, descubrir cosas que no sabías. Por eso una novela es como un iceberg, en muchos sentidos. La parte sumergida es mucho mayor que la que aparece ante tus ojos. Por ejemplo, sólo cuando estaba terminando el libro me di cuenta de la cantidad de personajes que aparecen desdoblados, así que supongo que por ahí hay una obsesión con el tema del doble. Cuando un libro adquiere velocidad de crucero, empieza a tomar su propio rumbo y por eso al final la historia de Zubiri se convirtió un poco en el símbolo mismo del libro: la necesidad imperiosa de la ficción, de contarnos historias unos a otros, de contarnos nuestra propia vida. Eso es lo que descubre Zubiri, que la literatura no es un lujo ni una diversión sino nuestro destino más íntimo, que incluso cuando soñamos nos contamos historias, que las cadenas de ADN contienen historias cifradas. Nuestro genoma es literatura.

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