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Casa de los Lorenzana en la calle de los Serranos

«Sobre el gran portalón, dos leones de tamaño casi natural protegen un escudo de armas con eco

Publicado por
NICOLÁS MIÑAMBRES
León

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Una mirada de norte a sur por el viejo barrio de Santa Marina sigue deparando sorpresas inesperadas. El contraste es la clave de los hallazgos para el paseante sosegado y tranquilo. El viejo León (entre el abandono, la desidia y el olvido) emite destellos cansinos, fugaces a veces y a veces brillantes. Muchos de ellos, tal vez, estén sólo al alcance de pupilas en alerta por la emoción de la mirada. No es malo el intento por levantar un acta, apasionada y nostálgica, de los restos que el tiempo o la vida harán pronto fenecer.

El Colegio de Ponce puede servir de punto de partida. Ponce es la vida, el bullicio, esa algarabía infantil que encuentra su eco y su feliz réplica en el patio del Colegio Leonés. Los ecos históricos del Corral de San Guisán parecen imbuir de extraña y romántica historia los gorgoritos infantiles. Hierática, solemne y austera, la iglesia de santa Marina, se yergue vigilante de vidas y haciendas de este barrio, boyante en otro tiempo. El espíritu jesuítico la convierte en testimonio arquitectónico del espíritu del colegio de la compañía. Con la iglesia forma rincón umbroso un caserón de ladrillo, con claros ecos de pretérita riqueza. Recios miradores cerrados, protectores de viejas intimidades y secretos, dan fe de su abolengo, decrépito ya. Se fue la vida, como se va el sol hacia su ocaso, por ese portón con recio llamador, portavoz ahora, si acaso, del silencio.

S e estrecha la calle y, en su angostura, se aviva el contraste: lo antiguo y lo moderno, el costumbrismo popular y el vanguardismo arquitectónico: frente a la Panificadora Andaluza (poca tradición de candeal tiene el Alándalus...), el rojo caldera de un inmueble de novísimo diseño, exhibe sólida rejería y aleros sorprendentes (abundosos en volumen). Como queriendo reivindicar uno de los elementos más ornamentales de las casas leonesas. Como simbólico homenaje a esos elementos casi inexistentes en la Calle de los Serranos. Adosada a ella, formando acogedora rinconada, se refugia la villa de la Familia Granizo. Dos bloques de hechura y condición distinta conforman el inmueble, de teja árabe y ladrillo visto en el que resalta el azul de las ventanas. Mirando a poniente, su condición de arquitectura urbana de incuestionable aristocracia es símbolo que sirve de enlace entre la reciedumbre histórica de la casona de los Lorenzana y la rotunda modernidad de la casa moderna de rojo caldera.

En la plazoleta (en la que subsisten heroicamente una acacia y una catalpa como único y humilde testimonio vegetal), mirando a la salida del sol, persiste en su abandono (¿hasta cuándo, Señor, tanto abandono?) la decrépita fachada de la casa del Marqués de Lorenzana; una más. Tres farolas la alumbran como testimonio del pasado. Miguel Bravo Guarida la documenta con erudita precisión: «Perteneció esta casa al Marqués de Lorenzana, título creado en 1642, a favor de D. Álvaro de Neyra y Quiñones, Caballero de la Orden de Santiago...» y otros títulos. No deja de ser curiosa la evocación recogida por el Padre Lobera: De Lorenzo y Ana fueron / los Lorenzanas primeros, / del Rey Ramiro vinieron / como fuertes caballeros / cien doncellas libertaron / quien en tributo a moros daban, / ocho traidores tomaron / y los ojos les sacaron / que mucho tiranizaban.

L a fachada, muestra triste del imperdonable abandono de la desidia y el olvido, «ostenta una artística portada, estilo renacimiento, surmontada por un colosal escudo de armas», escribe Miguel Bravo Guarida allá por 1925 en Vida Leonesa. Sobre el gran portalón, dos leones de tamaño casi natural protegen un escudo de armas con ecos de cuatro familias de la nobleza leonesa. La regia entrada da paso al silencio y, quién sabe si no al abandono y la pobreza. Sobre el amarillo casi albero de la fachada, el azul metálico de ventanas humildes obligan a pensarlo. Hace un cuarto de siglo, en una de ellas, ondeaba la bandera republicana de Ataúlfo, esperpéntico y grotesco adalid y penoso diseñador de pintadas anarquistas.

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Pero, si Dios no lo remedia, la casa de los Lorenzana seguirá una trayectoria semejante a la del anarquista Ataúlfo. La muerte nos iguala a todos. Lo dijo bien el clásico: sic transit gloria mundi .