AL PASO DE NESKA
Tríptico: poeta, músico, pintor
jOSÉ SANTOS DE LA IGLESIA
H ace algunos días hablé por teléfono con el poeta Antonio Colinas. Charlamos de poesía, de la suya, y también de los poetas antiguos, de los clásicos.
Me habló de la experiencia poética y de lo difícil que resulta en ocasiones despejar las vivencias para atrapar, sin equívocos, aquello que lo reúne todo; para apresar intensamente lo fugitivo del instante.
En un momento de nuestra conversación, Neska ladró desde lejos, y el poeta, al oírla, me preguntó por ella. Le conté que no era Lagun, la perra que él conocía. Lagun había muerto hacía dos años, y unos meses después, de modo providencial, Neska llegaba hasta nosotros, seguro que para alejar nuestras tristezas.
Colinas me habló de sus perros, y yo le mencioné su hermoso poema A nuestro perro, en su muerte , que leí estremecido tras la muerte de Lagun. Durante un rato, ambos recordamos a estos fieles compañeros desaparecidos, que hicieron de nuestras miradas sus ojos y envolvieron sus silencios con los nuestros. Pero Neska volvió a ladrar de nuevo, entonces con más intensidad, y sus llamadas, rasgando la niebla densa de la nostalgia, aquietaron aquellos recuerdos sombríos.
M e llega la noticia de que hace unos días falleció el director de orquesta Odón Alonso. Un músico íntegro, de vocación intensa y de alma efusiva.
Era un hombre de trato afable y de maneras sencillas que, hasta donde yo sé, nunca sucumbió a la falsa distinción entre persona y artista.
Una cuidada y amplia cabellera de pelo blanco, plateado, le procuraba un aspecto que recordaba al del intérprete romántico, afectado, en realidad, algo que se encontraba muy lejos de su acogedora personalidad.
Cuando hablaba de su profesión lo hacía con naturalidad, sin retórica ni gestos trascendentes, refiriéndose siempre a la música como un anhelo que perseguimos y que a veces se logra tras el esfuerzo. Así de simple.
Recuerdo haberle escuchado hace años interpretar la quinta sinfonía de Chaikovsky, al frente de la Orquesta Nacional de España. Nunca olvidaré su versión del movimiento que cierra esta obra, especialmente cuando, en la recapitulación, tras un breve silencio, el tema emerge de nuevo adquiriendo ahora la poderosa imagen de una marcha, reposada y fastuosa, en la que alienta el impulso que inspira la obra toda.
Al evocar aquel momento, viene a mi memoria la sonrisa serena, feliz, de Odón Alonso, que, conforme avanzaba la música, se iba ensanchando hasta ocupar el rostro entero. También revivo el modo en que su figura, sobre el podio, parecía agigantarse, como si fuera a salirse del escenario; mientras, la orquesta, contagiada de aquel frenesí, se dejaba conducir, como un solo instrumento en alas de la gracia, hacia lo más alto de la interpretación.
Hoy, asomados a una aquietada mañana de marzo, escucho esta música junto a Neska, en recuerdo del maestro desaparecido.
H a llegado a mis manos un libro de dibujos del pintor Antonio López. Es una bella edición, contagiada de luminosa sobriedad, que comprende algunas de sus estampas más sobresalientes.
Son dibujos silentes, de trazo inequívoco, sin adornos que oculten el significado íntimo de la imagen; líneas desnudas que penetran el aliento de las figuras para prenderlas con encendida armonía.
Quizás sirvieran algunos como boceto para desvanecerse luego en la tensión cromática de una pintura, pero, al contemplarlos, al permitir que sus formas seduzcan nuestra mirada, sentimos la pureza de su intención, la evidente presencia de un arte sublime.
Neska se acerca a mi lado atraída por las fragancias que se desprenden del libro nuevo. Se aproxima a él y lo olfatea espaciosamente, con delicadeza, para no sobresaltar la belleza que oculta en su interior.