Pintar el aire
Los fugitivos
Carlos Pujol. Ed. Menoscuarto, Palencia, 2011. 152 pp.
En Los fugitivo s continúa Carlos Pujol la serie de sus novelas situadas en las guerras del último siglo. Si Los días frágiles recreaba la entrada de los alemanes en París, El teatro de la guerra la Alemania ocupada (o liberada) por los aliados, y Antes del invierno la Barcelona recién ocupada (o liberada) por Franco, en Los fugitivos , planta Pujol su cámara en la Roma del final del régimen de Mussolini, con los aliados ya a las puertas.
El esquema es, en todos los casos, parecido: un mundo que se desmorona, reglas que se difuminan y otras que se anuncian y a las que no se sabe si hay que mirar como una liberación o una amenaza. Y unos personajes que sobreviven entre los remolinos de una historia política a la que Pujol mira con escepticismo e ironía.
Una historia política que no está elegida al azar y que no es sólo el escenario de la narración. Porque lo que se nos cuenta es tan deliberadamente liviano que el paisaje recupera protagonismo. Deja claro, al fin, el autor, que ni argumento ni escenario tienen demasiada importancia, y, de este modo, pone el foco sobre lo que le interesa: el clima del tiempo, la atmósfera, que es lo que nuestro novelista nos muestra, de tal modo que se podría decir de Carlos Pujol lo que se dice de Velázquez, que es capaz de pintar el aire.
Un aire de fin de época, que es, por lo demás, una constante en la narrativa de Carlos Pujol, como ya quedó claro en su ciclo sobre el siglo XIX: La sombra del tiempo , que se desenvolvía también en Roma, pero en la de hace doscientos años en que iba a entrar Napoleón; El lugar del aire , en el París de fin del XIX; y Un viaje a España en nuestra primera guerra carlista.
Los fugitivos es también, como las otras novelas del autor, una humorada y una historia de aventuras en la que nos inicia la solapa: un espía español es enviado a Italia para sacar de allí nada menos que a James Bond. ¡James Bond sacado de apuros por un espía de Franco! La fórmula (un poco -˜pop-™) de hacer salir a escena (y no en sus mejores momentos) a personajes novelescos ya había sido ensayada en otros libros por Carlos Pujol: en Un viaje a España , por ejemplo, con el Vautrin (o Vidocq) de Balzac y en Los secretos del barrio de San Gervasio y en Fortunas y adversidades de Sherlock Holmes .
Y también había jugado antes nuestro autor a poner las cosas al revés y a hacérnoslas ver desde el otro lado: los buenos que son los malos y los malos que son los buenos, para que quede claro lo intercambiables que pueden llegar a ser los papeles. Todo para que, sobre el telón de fondo de una guerra, se transparente otro de los «leitmotiv» de Carlos Pujol: la gente es mejor de lo que parece. O, como dice uno de los personajes del libro: «A veces caigo en la tentación de pensar que todos son malos, una tentación diabólica, porque el Enemigo quiere hacernos creer que todos son como él.»