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Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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Curación

Ana Merino. Ed. Visor, Madrid, 2010. 68 pp.

Vengo vestida / con el disfraz de la penumbra». Estos versos primeros de Curación , de Ana Merino, percuten en mi memoria a lo largo de la lectura, tal vez porque me van descubriendo algunas vetas de su poesía: oculta la poeta tras un metafórico disfraz puede escuchar «el murmullo de las cosas» e indagar en algunos abismos de la existencia. También el mundo y las cosas tienen su disfraz, su máscara, y la poeta debe despejar la costra para hallar una verdad como esta: «Vengo a desesperarme / porque no encuentro a Dios / en la miseria». Hay un tercer disfraz, el de la propia poesía: bajo la escenografía de la enfermedad y las imágenes se va construyendo el ámbito de la palabra y el deseo de curación. De esa escenografía procede la «Licantropía clínica», en ella se sufren la «Anatomía del cansancio» y los malos sueños, el pesar por lo que no se ha sido y las heridas cuya huella permanece en la piel como «costra seca»; la piel es máscara también, corteza que no logra ocultar el cansancio o la tristeza; por eso en «La piel de los enfermos» el variable color de la misma va dando cuenta de ahogos, fríos y soledades.

Hablar de «disfraz» no es mera intuición de lector. La poeta se encarga de que no olvidemos la palabra: «La verdad se disfraza / de fantasma sonámbulo», «La nieve se disfraza / de cáscara azulada». Como se puede ver, la cacareada sencillez de la poesía de Ana Merino es aparente. Es cierto que no usa artificios dificultosos ni arriesgadas violencias de lenguaje, pero sus imágenes se revisten de un cierto irracionalismo que dan de la vida una visión casi fantasmagórica o neblinosa y no por eso menos real: nos queda la imagen, tras la lectura, de una sala de hospital, nada hospitalaria por cierto, y la sensación de vida dificultada, triste, en penumbra. Predomina, en efecto, la amargura como tonalidad sentimental, por más que en las partes últimas del libro haya algunas débiles propuestas de redención, porque siempre se acaba tornando a las heridas, las cicatrices o la «promesa incumplida» que es la vida. Un buen ejemplo de amarga concepción de la existencia es esa formidable hipérbole de «Tiempo de espera», poema en el que la ausencia del ser amado se convierte en «tiempo de anudar sollozos / en silencio, / tejiendo este momento / con pedazos de entrañas, / con trozos de intestinos que se enredan...»; o «En la tienda del taxidermista», espléndida composición, la mejor del poemario, visión y alegoría de otro cruel disfraz de la existencia y lugar en el que el temor a convertirse en uno más de los animales disecados dota al poema de un clima de temor que se va progresiva y obsesivamente imponiendo.

Si en libros anteriores de Ana Merino el decorado elegido era el de la infancia, en Curación lo es la enfermedad. Pero en ambos casos predomina una visión existencial poco complaciente. En cualquier caso, si poéticamente dijo adiós a la niñez, la poeta madura, afirmada, traza otro camino de búsqueda y captura.

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