Grandeza y miserias del vivir diario
El prisionero de la avenida Lexington
Gonzalo Calcedo. Ed. Menoscuarto, Palencia, 2010. 206 pp.
El palentino Gonzalo Calcedo es uno de los pocos escritores españoles que se mantienen fieles al difícil formato del relato breve. Salvo su novela La pesca con mosca (2003) sus obras discurren por los vericuetos de la narrativa menor, en muchos casos superior en dificultades al mundo de la novela. El prisionero de la avenida de Lexington confirma esta trayectoria tanto en el contenido de la obra como en el espíritu que late en los relatos que la integran. Ambientados en la ciudad de Nueva York, las narraciones reflejan mayoritariamente situaciones relacionadas con la soledad del ser humano en los ambientes de las grandes urbes.
Como buen escritor, Gonzalo Calcedo convierte el delicado sentimiento de la soledad en una experiencia polisémica, de la que cada lector puede extraer su propia interpretación. El hecho de que los relatos estén ambientados en la ciudad norteamericana puede resultar de expresividad inesperada para el lector español. La pobreza material y humana de la que es símbolo la protagonista de «Audiencia con el rey Wico Boo III», que abre la obra, se cierra con «Viaje a la luna», desolada narración que reduce casi su ámbito espacial a un ascensor de vecinos. El niño que sube solo en el ascensor recupera un placer casi olvidado: «y como cuando era pequeño y Fidel se lo permitía, se acuclilló en una de las esquinas para disfrutar del viaje» (p. 204).
Entre ambas situaciones humanas se localizan momentos del vivir de seres que casi nunca ven cumplidas sus aspiraciones. No las alcanza la madame por obligación de «Suburbio», a pesar de que vea un poco de luz en su vida con esos jóvenes amantes a los que, inconscientemente, alquila su habitación. Y mucho menos disfruta del sentimiento amoroso la mamá de David, obnubilada por la presencia íntima e inquietante del gato. Ni resulta una reconciliación sentimental definitiva el retorno de la protagonista de «El bailarín». Este sentimiento de extraño desasosiego queda muy bien reflejado en el relato que da título a la obra. El curioso paralelismo entre el sentimiento del hijo de Vivian y el profesor Pirelli alcanza una misteriosa identidad a través de la luz.
Tal vez, «El árbol» sea el relato que plasma con mayor intensidad el espíritu de los relatos. El árbol, elemento material, alcanza condiciones de símbolo vital y de nexo íntimo entre los personajes, a pesar de que su vida discurra por los caminos de la desesperanza. Un sentimiento que, a fin de cuentas, le sirve a Gonzalo Calcedo para tejer unos relatos de honda emoción mediante recursos literarios de los que están ausentes los casi inevitables lugares comunes del sentimiento.