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«-¦ una especie de autobiografía fragmentaria y apasionada de Valerio, que retrataba su caráct

Publicado por
EMILIO PASCUAL
León

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En cambio armonizó bien desde el principio con el cantero Asfodelario, hombre silencioso e irónico, que, como aquel Baldario que trabajó con san Fructuoso, era «perito en la estructura de las piedras» y tendía caminos empedrados. El propio Cristo dijo de sí que era camino, aunque «no transiten por él los animales de carga», como en el Apologético apuntó Beato, pero Asfodelario matizaba que toda piedra que facilite el camino en vez de entorpecerlo es digna de respeto. La piedra, además, preserva la palabra mejor que el pergamino y mucho mejor que el papiro. Lo que no le impedía ser al tiempo artesano de la madera, un experto curtidor y haber convertido sus estancias lo mismo en cantería que en curtiembre.

Es fama que su vocación de cantero se debió a la lectura del De celeste revelatione , de su paisano y pariente Valerio, el híspido anacoreta del Bierzo, donde relataba la visión del cantero Baldario, que durante una enfermedad, a la hora indecisa del crespúsculo, había sido arrebatado por tres palomas blanquísimas hasta el trono de Dios. Según parece, decía Asfodelario (no sé con qué grado de seriedad o de humorismo) que lo único que le envidiaba era el regreso a lomos de aquella extraña ave de oscuro color oscura ( fusco colore fuscata ), siquiera por haber visto el universo desde arriba: «el mundo, los mares y los ríos, la variedad de iglesias y murallas de las ciudades, los riscos y peñascos de los montes, los edificios construidos por los hombres, las naciones diversas»-¦

No sólo era perito en piedras y curtimientos: Asfodelario era también buen conocedor de hierbas. Orígenes hubiera dicho que «perito en perfumes», como otros en lunas, y ambos coincidían en referir «que existen perfumes cuyo olor es tal que, si algunos animales lo perciben, enseguida mueren, mientras que otros, por el contrario, con ese mismo olor se restablecen y reviven». Es seguro que no desconocía -“aunque no puedo jurar que las cultivara- plantas como el beleño , con sus hojas anchas, largas, hendidas y vellosas y su raíz narcótica; el cohombrillo amargo o pepinillo del diablo , de hojas acorazonadas y flores amarillas; la belladona , de flor violácea y fruto negro, que evita el sol y, según los antiguos (que la denominaban solatro furioso ), tenía la virtud de alejar los pensamientos tristes y, rebajada con vino, «traer imaginaciones blancas»; el acónito , «que en la forma y color es parecido al trigo» y, como la mujer y la sangría, a veces da salud y a veces mata; la cicuta o ceguta , que «congela la sangre, mortifica el calor natural y con su frialdad intensa despacha»; y uno de sus posibles remedios, el laserpicio , del que «se sabe que, pastándolo, las ovejas duermen y las cabras estornudan». En todo caso no parece que conociera la hierba llamada pico , aquella de la que se decía que incluso abría las cerraduras ( seras etiam ferreas aperit ). «Si yo conociera esa hierba -“solía decir-, no encerrarían ningún secreto los misterios de las bibliotecas».

E ra bisnieto de un sobrino de Valerio del Bierzo, llamado Juan, hijo de su hermano Montano, y conocía la historia del asceta retirado por habérsela oído contar con fervor a su padre y a su abuelo -“no llegó a conocer al bisabuelo- y por haberla leído en las Querimoniae , las «querellas» de Valerio, una especie de autobiografía fragmentaria y apasionada, que retrataba su carácter turbulento y combativo, como si hubiera sido templado en la fragua hidráulica de Compludo, a cuyo cenobio, construido por el santo Fructuoso, se acogió en los primeros días de su conversión. Asfodelario había seleccionado en su memoria algunos rasgos de la austera vida de Valerio: lector infatigable y solitario, dedicó su soledad a leer, a escribir libros que luego regalaba a sus discípulos y amigos, a copiar textos. Su vocación irrefrenable de anacoreta en el Bierzo -“la sola región que puede competir con la Tebaida y con los más santos desiertos palestinos-, lo hacía incompatible con la vida cenobítica; detestaba el cenobio, pues veía en él una fuente de corrupción y envidia, el lugar ideal para las asechanzas del demonio; rehuía entrar en la iglesia propter luxum vanitatemque , por el lujo y la vanidad que veía en ella; a un obispo de Astorga, su ciudad natal, llegó a apodarlo «pestilentísimo varón». Y pues sólo el alma tiene ojos y oídos que el cuerpo ignora, sordo y ciego a la vana sabiduría de este mundo, escapó de la ceguera y la locura del siglo perverso por considerarlo el camino infalible para acabar con el peor infierno: «tártaro tenebroso, fuego eterno, gusano inmortal, tormentos ina-cabables, aullido, gemido y crujir de dientes»; en él «la muerte será sin muerte, y el fin infinito». Asfodelario guardaba un ejemplar, copiado por él mismo, del De vana saeculi sapientia .

Por desgracia, yo no he podido conocer a Asfodelario. Como si presintiera el fin de Beato, lo precedió unos días en el tránsito definitivo. Debo decir que todas estas cosas las he sabido por Aurasio, también cantero, curtidor y copista, que es nieto de Asfodelario y ha heredado su oficio y su ironía, con una mestría y desenvoltura impropias de su juventud. Si reticente al principio, la progresiva conversación nos ha llevado a un sutil entendimiento, y fue él en fin quien suavemente me condujo al Comentario de Memorio gracias al mío sobre una obra secreta suya.

Soy ignorante de la piedra, como de muchas otras cosas, pero estoy por decir que Aurasio es un verdadero artista, aunque labra capiteles de un modo que me atrevería a llamar revolucionario. No olvida los motivos vegetales, las hojas de acanto, las flores de seis o siete pétalos ni las estrellas de siete puntas, símbolo de la eternidad que nos espera, pero de vez en vez los instrumentos de su arte derivan hacia formas desusadas. No hace mucho ha labrado una imagen de san Martín, partiendo la capa con el pobre, cosa por demás adecuada a este monasterio erigido bajo la advocación del santo de Tours. Está maravillosamente esculpido y policromado, y tan al natural, que me pareció advertir unos como copos de nieve que caían sobre la capa dividida. Pregunté la razón de tal fineza y me respondió con su habitual despego, que excede la ironía para rozar la irreverencia: «Fue san Martín un santo liberal, como lo podéis echar de ver en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; hele añadido esos copos que no han escapado a vuestra sagacidad, porque sin duda debía de ser invierno entonces, que, si no, él se la diera toda, según era de caritativo y bien criado».

V ista su habilidad para la figura, y con ánimo de que sus actividades de cantero perduren en el monasterio, hele rogado que esculpa la figura de un buey y un oso, para fijar en pieda la repetida anécdota de la fundación del monasterio. Parece que los lebaniegos se mostraron reacios a la construcción de la primera iglesia, hasta que una mañana hallaron al santo Toribio acarreando piedra con un buey y un oso pardo en el lugar donde había caído su cayado. No es la primera vez que las fieras se muestran más clementes que los hombres.

Pero su obra secreta, y que tras nuestra aveniencia acabó mostrándome, es una figura, que, con perdón sea dicho, me atrevería a intitular «el beso»: representa dos bellos rostros de hembra y de varón, abrazados y en actitud inequívoca de besarse. Como yo le reprochara la inconveniencia de tal representación, me respondió con más autoridad y altanería de la que cabría esperar de un cantero: «¿No habéis leído al principio de la Escritura que creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra? ¿Tampoco habéis leído el primer versículo del Cantar , que dice: «Béseme con besos de su boca»?». A fe que no le faltó sino añadir como el Maestro: «Id y aprended». Pero lo que añadió fue:

-” Benéfica influencia de Memorio.

(De El número de la Bella,

Emilio Pascual.

Ediciones Valnera,

Santander, 2010. 272 pp.)