Todo mi cuerpo sea hamaca para el tuyo
Escándalo de miel
Gioconda Belli. Ed. Seix Barral, Barcelona, 2011. 214 pp.
En sus memorias, tituladas El país bajo mi piel (2001), Gioconda Belli, nacida en Managua en 1948 y una de las grandes voces femeninas de la actualidad, describió su doble compromiso con la mujer y con su tierra: «Dos cosas que yo no decidí decidieron mi vida: el país donde nací y el sexo con el que vine al mundo». La selección de su poesía en Escándalo de miel se organiza sobre estos dos vértices: dos primeras partes en torno a la identidad femenina y la última, comprometida, centrada en la identidad latinoamericana y en la denuncia.
«Eros» y «Hembrosía» son los títulos de las partes primeras, en las que se va a centrar esta reseña. «Indómita gacela» y «viento desatado», Gioconda Belli se alza sobre el orgullo de ser mujer y proclamarlo con la fuerza de un huracán caribeño volcado sobre el cuerpo del hombre, paraíso perdido del que «ningún Dios podrá expulsarme». La poeta canta las exigencias del deseo, la atracción por el cuerpo, la alegría del tacto y el gozo del desenfreno, de la desnudez y de la posesión. «No. No tengo las piernas de la Cindy Crawford», comienza un poema que, como otros varios, va analizando el cuerpo parte por parte: manos, brazos, pechos, vientre, piernas, sus formas y sus apasionados ofrecimientos. El erotismo brota como un agua termal de altas temperaturas: «Para surcar mi cuerpo / sobre iluminadas autopistas, / despójate de medidas de seguridad / y avanza / cuan largo eres / sobre mí». No conozco poeta en que la contienda amorosa sea tan poderosa, en la que los cuerpos se junten con tanta locura y violencia, en que la coyunda sea tan furiosa y la pasión más desarbolada: «Saltan los omóplatos; los fémures se hacen trizas...». Tampoco conozco poeta en que la exposición del cuerpo ofrecido cause tanto desasosiego: «En el enrevesado matorral de mis floraciones / has laborado embriagado de almizcles». Hay un momento, sin embargo, en el que la furia se apacigua, sobreviene la nostalgia, el «huracán encerrado» hace tambalear los huesos, la pasión comienza a ser pensada y el pasado, añorado y poetizado, en el que la alegría de amor es sólo evocación solitaria, desde la desnudez del árbol que ha perdido sus hojas y desde la tristeza también. «Hembrosía», conjunción de «hembra» y «ambrosía», es el canto de la mujer en cuanto tal, hembra, como la nombra la poeta, atraída por el cuerpo del hombre, que ha alimentado «las quimeras de las obsesiones femeninas»; es el canto de la mujer con «una sensualidad que va mucho más allá del sexo, de la mujer madre, de la mujer en su fulgurante lujuria y en su resplandor de otoño, frente a quienes «recetan a las mujeres una vejez prematura». El tiempo, la edad, los cambios físicos, el no sentirse ya objeto del deseo... Rebelión es la palabra: no contra los años, sino contra quienes decretan a qué edad debe el cuerpo sentirse culpable de su vejez.