Diario de León
«-¦subimos a la colina del Portillo, desde la cual tuvimos una vista maravillosa de León, domi

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WALTER STARKIE
León

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Toledo en riqueza,

Compostela en fortaleza,

y León en sutileza.

(Viejo proverbio)

C ada uno tiene su modo de matar pulgas», dice tolerantemente el español, aludiendo a los caprichos de la naturaleza humana y confesando implícitamente que es fatalista por lo que respecta a sus pulgas. En tiempos pasados, cuando yo vagaba por Transilvania, desarrollé en mí ese fatalismo; pero en los últimos años la vida fácil en España me ha hecho de piel fina, y el hombre de piel fina es el que tiene malas pulgas, y exagera, y hace de cada pulga un elefante. La noche que yo pasé en Mansilla de las Mulas me convenció de que tengo la piel fina, porque los caballos de Satanás, que es como los gitanos llaman a las pulgas, se dieron un banquete en mis carnes. Como no había tenido la precaución de incluir el «flit» en mi mochila de peregrinos me levanté muy temprano y salí para León, que era mi próximo lugar de descanso.

No era yo el único viajero que salía a la carretera a primera hora de la mañana, porque al doblar la esquina de la calle tropecé con un joven peregrino vestido con pantalones grises y chaqueta parda que llevaba a sus espaldas la mochila, una guitarra colgada del hombro y que caminaba cantando.

-”Temprano se ha levantado usted -“le dije-. Quien canta su mal espanta.

-”¿Por qué no? No hay como la mañana para caminar, y canto para abrirme el apetito.

-”¿Hasta dónde va usted?

-”El final de mi viaje es Compostela, pero espero encontrarme en León con mis amigos y desde allí marcharemos juntos.

El joven era un peregrino experimentado, porque en el Año Santo había ido a pie desde su ciudad natal, Barcelona, hasta Roma. Durante su caminata por Francia e Italia había aprendido un número sorprendente de canciones populares, que cantaba acompañándose de la guitarra. Me hizo descripciones gráficas de las expediciones montañeras que había efectuado con sus compañeros del Club Alpino de Barcelona. Me dijo en confianza:

-”Odio viajar solo, porque nosotros, los estudiantes catalanes, marchamos juntos de excursión y por las noches encendemos hogueras y cantamos canciones populares catalanas. Donde hay música no puede haber cosa mala. Para nosotros una peregrinación significa, sobre todo, vida nómada y aventura. Los estudiantes llevamos una vida demasiado vigilada y necesitamos liberarnos y vivir más cerca de la Naturaleza. Quod Natura non dat, Salmantica non praestat .

-”Me hace usted recordar -”le dije-” al joven que Don Quijote y Sancho encontraron en el camino, que iba con su atado de ropas colgado de su espalda, cantando seguidillas para animar el aburrimiento de su jornada. Cuando el hidalgo le preguntó por qué razón cantaba tan ligero, le contestó:

A la guerra me lleva

mi necesidad,

si tuviera dinero

no fuera en verdad.

El estudiante me comentó:

-”Yo hoy no tengo dinero ni hay guerras a las que ir. Nuestra gran guerra terminó cuando yo tenía tres años; todo lo que de ella sé es que entonces perdí a mi padre y a un tío, y muchos de mis compañeros están en el mismo caso. Nosotros los hijos de la guerra civil somos una generación inquieta. Anhelamos romper con nuestra limitada vida y convertirnos en pioneros en el gran mundo. Si no fuese yo estudiante de ingeniería me gustaría ser misionero en Oriente, porque nosotros los españoles hemos sido siempre una raza misionera. Ésa es la razón por la que algunos de nosotros, que vivimos en colegios residenciales, nos reunimos en estas peregrinaciones que nos traen a la memoria los grandes días en que los españoles éramos dinámicos y recorríamos el mundo como conquistadores.

D espués de la aldea de Valdelafuente subimos a la colina del Portillo, desde la cual tuvimos una vista maravillosa de León, dominado por la mayestática silueta de Pulchra Leonina , la catedral más encantadora de toda España.

Alrededor de León, el paisaje es aún más pardo y más ondulante que el de Castilla, y aún más primitivo, porque los pueblos esparcidos por la llanura parece que fueran topineras levantadas fuera de la tierra color ocre, aunque allí está, como contraste, el ancho lecho del río con sus grandes extensiones de guijarros grises aligerados por las interminables avenidas de álamos. A pesar de los autocares y coches de turismo, podríamos considerarnos en el siglo XVI, porque el escenario esencial no ha cambiado. Encontramos a lo largo de la carretera campesinos montados en burros, pastores con sus rebaños, como regimientos desastrados en marcha; muleteros que cantan con terrible monotonía, tumbados en el fondo de sus carros, mirando al cielo azul y dejando que los pacientes animales sigan adelante a su propia voluntad. El estudiante peregrino se empeñaba en detenerse para hablar con todos los pastores o cabreros que encontraba, y me dijo:

-”Me fascinan porque viven más cerca de la Naturaleza que nosotros y no han embotado sus almas, como nosotros, con esta civilización mecánica. Por eso les hablo, porque yo soy un peregrino y pertenezco, lo mismo que ellos, a la hermandad de la carretera.

Aymery Picaud llama a León urbs regalis et curialis, cunctisque felicitatibus plena , y aún hoy sigue manteniendo su antigua fama de ser una de las ciudades del Camino de Santiago más hospitalaria con los peregrinos. Aun en el mundo antiguo se había hecho notar por su población extranjera, ya que bajo los romanos era la ciudad de guarnición de la Legión VII Gemina que se reclutaba en las montañas cántabras. Más adelante, a comienzos de la Edad Media, como nos dice un poema del siglo XVI, León tuvo veinticuatro reyes antes que Castilla tuviera leyes. Sólo hubo un período, a saber, en la segunda mitad del siglo IX, cuando Oviedo estaba en pleno apogeo, en el que León cayó en la decadencia; pero después de Alfonso III el Grande , cuando subió al trono Ordoño II, se convirtió en la ciudad más importante de la España cristiana. Es significativo que entre los muchos restos romanos desenterrados en León hay un gran número de estelas funerarias grabadas con emblemas sirios y arcos de herradura. Éstos, de acuerdo con algunos eruditos, tienen valor de talismanes y hacen alusión a los ritos mitraístas y otros orientales que la séptima legión romana, al igual que los cruzados de la Edad Media, se trajo al regresar a la Europa occidental.

M i primera visita de peregrino en León fue para el templo de San Isidoro, construido por Alfonso V sobre una iglesia anterior que había sido saqueada por Almanzor. En el año 1063 fueron transferidas allí las reliquias del santo desde Sevilla, por orden de Fernando I, dándolas sepultura con pompa extraordinaria en una ceremonia en que tomaron parte no menos de cinco santos, entre los que figuraba Santo Domingo de Silos. La fama de la iglesia se extendió inmediatamente por toda la Cristiandad, debido al número de milagros que realizó el santo sevillano. Lucas, obispo de Tuy, el Tudense , como se le llama, escribió un libro en que explica cómo por la intercesión del «Doctor Egregio» curaron los paralíticos, sordos y mudos, y cómo el docto santo se había mostrado en la guerra tan grande como Santiago mismo, el Matamoros y el Trueno, porque había permitido que el rey y su sucesor, Alfonso IX, ganasen resonantes victorias. Se suponía que había ayudado a las huestes cristianas en la batalla de Las Navas, y, según alguna de las crónicas la ayuda sobrenatural les fue dada en forma de pastor que enseñó a los reyes cristianos el camino por entre las colinas; Lucas de Tuy lo llama divinitus quidam quasi pastor ovium . La Crónica general lo considera, no obstante, un montañés que conocía los pasos secundarios porque había sido pastor y cazador de conejos y de liebres. Como hace ver miss King, San Isidoro sustituyó en algunos milagros a Santiago, como sucesor del dios toro indígena, y fue relacionado con las abejas porque había una tradición de que, siendo niño, fue llevado por su niñera a un jardín y olvidado allí entre los olivares. Algunos días después, cuando su padre lloraba su pérdida en el jardín, oyó y vio un enjambre de abejas, y al acercarse halló a su bebé tumbado en el suelo, las abejas entraban y salían de su boca y otras estaban posadas en su cara y las demás revoloteaban a su alrededor. El padre recogió a su niño y las abejas entonces se alejaron. Esta historia nos trae a la memoria la del Zeus cretense, que era alimentado por las abejas con miel del monte Ida, y también la de las abejas blancas que se levantaron de la tumba de San Juan de Ortega. Aunque San Isidoro murió en el mes de abril, sus fiestas se celebraban en los solsticios, es decir, el 25 de julio y el 30 de diciembre. Es significativo que San Isidoro hubiese producido en el siglo XIII un doppelgänger en el santo labrador, patrón de Madrid, San Isidro, al que los ángeles ayudaron en sus trabajos de labranza para que él rezase sus oraciones.

La iglesia de San Isidoro, que es una obra maestra del estilo románico, debió muchísimo a los esfuerzos de dos reinas: doña Sancha, la piados esposa de Fernando I, y su hija doña Urraca, en tiempo de Alfonso VI. Fue terminada en los tiempos de Alfonso VIII. Las tallas del tímpano son primitivas pero dramáticas y representan el sacrificio de Isaac. Hay otras finas tallas del Zodíaco y de músicos que tocan diversos instrumentos; éstas y, en verdad, toda la iglesia parecen haber tomado como modelo la catedral de Jaca. También el interior le hace recordar a uno la catedral de Jaca por su aspereza primitiva y posee la misma atmósfera de austera meditación.

T odavía más austero es el misterioso panteón de los reyes, uno de los lugares más sagrados de España, y el templo que nos permite comprender, mejor que otro cualquiera, el auténtico significado de la peregrinación santiaguista. El panteón que fue construido entre el 1054 y el 1067 por Sancha y por Fernando I, el Grande , está compuesto por una estrecha basílica con tres naves, a la que da acceso un pórtico magnífico. La bóveda formando aristas se apoya en columnas cilíndricas, con capiteles de tallas primitivas que nos muestran temas bíblicos, grifos, palomas, serpientes y leones. El principal interés del panteón se centra en las pinturas murales, que, según Post, son los ejemplos más delicados del arte románico en España. Están hechas al temple sobre fondo blanco, en sobrios colores, adaptados a la solemnidad de aquel monumento a la muerte. Tiene azules, amarillos, verdes y rojos, que se armonizan por las tonalidades que predominan de ocre, negro y rojo viejo. Las pinturas se completaron entre 1167 y 1175, o, según creen otros técnicos, entre 1181 y 1188. Vemos en el cielo raso abovedado del pórtico a Cristo en una mandorla, sentado sobre el arco iris, con un libro, y en las cuatro esquinas los evangelistas, que tienen las cabezas de bestias apocalípticas; en la bóveda derecha del mismo espacio, un ángel anuncia a los pastores la gloriosa noticia del nacimiento del Salvador; en la bóveda izquierda se nos presenta Nuestro Señor, según la visión apocalíptica de San Juan, con la espada de dos filos, entregando a un ángel el libro de los siete sellos, y vemos al Evangelista postrado, los siete candelabros, y San Juan recibiendo el libro de la Revelación. En los ángulos de la pintura están las siete iglesias de Asia.

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