Diario de León

Los inevitables recuerdos de Hemingway en La Habana

Una de las vistas desde la habitación que Hemingway ocupara en el Hotel -œAmbos Mundos-. Al fondo,

Una de las vistas desde la habitación que Hemingway ocupara en el Hotel -œAmbos Mundos-. Al fondo,

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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L a obra literaria y periodística de Ernest Hemingway (1898-”1961) ha suscitado siempre todo tipo de adhesiones y admiraciones, acrecentadas unas y otras por las referencias biográficas y vitales, que nunca provocan indiferencia. La Habana, esa ciudad tan entrañable y literaria, se convierte, en este sentido, en una referencia inevitable del escritor norteamericano. Como lo es en la España sufriente y convulsa, por ejemplo, que vivió el escritor y periodista norteamericano cubriendo nuestra guerra civil para informar a su país, cuyo momento capta Michael Atkinson en su novela, aún con olor a tinta fresca, Hemingway, días de vino y muerte . Una buena lectura de una historia novelada.

Es verdad que el recordatorio de la presencia de escritores en determinados espacios se ponen -“y algo tendrá el agua cuando la bendicen-” cada día más de moda. En la misma ciudad cubana, y como nota de curiosidad y ejemplo, se encuentra el Hotel Saratoga, prácticamente frente al Capitolio, edificio inevitable y orientador en el centro de la ciudad. A la entrada, una placa, colocada en enero de 2006 por iniciativa de varias instituciones, recuerda -œla estancia en el antiguo Hotel Saratoga de los escritores españoles María Teresa León y Rafael Alberti. Marzo-”Abril de 1935-. No hay más recuerdos, según me confirman los responsables del establecimiento, aunque -œno se descartan en el futuro-. De cualquier forma, rastrear la presencia literaria española en La Habana, tan rica, sería un trabajo apasionante y hermoso. Lo cierto, y como otra curiosidad más, es que el Restaurante -œLos Nardos-, un lugar emblemático y de sustantivas raíces literarias en su momento, está muy cerca, hoy con largas colas -“las colas forman parte del paisaje habanero-” esperando disfrutar el ambiente y la gastronomía.

Volvemos a Hemingway. Y al clásico Hotel Ambos Mundos, sobre el que pivota hoy esta presencia. Situado en uno de los ejes históricos de la capital, al lado mismo de la histórica Plaza de Armas, una placa exterior nos recuerda: -œEn este -œHotel Ambos Mundos- vivió durante la década de 1930 el novelista Ernest Hemingway. Consejo Nacional de Cultura-.

Ya en el interior, el vestíbulo hace evidente lo sabido. Firma y fotografías de diversos momentos de la vida del escritor sobre dos paredes lo confirman. Y es que son muchas las personas, de diversa procedencia e intereses, las que peregrinan hasta este lugar. Dos pesos permiten visitar la habitación en que se hospedaba.

En la habitación que se visita pasó largas temporadas Hemingway. Estancias de uno, dos, tres meses, entre viaje y viaje, para regresar a este espacio, amplio y lleno de luz, con una vista magnífica sobre la ciudad y parte de su mar más cercano, la Ensenada. Así desde 1932 a 1939, fecha ésta en que compra la finca Vigía -“hoy epicentro de su presencia cubana, que merece un texto exclusivo-”, en la que viviría prácticamente desde el año siguiente hasta poco antes de su muerte. Dos décadas. Cuentan lenguas sin adjetivos que la mudanza se debió a su tercera mujer, dado que, al parecer, el hotel era lugar propicio para las debilidades femeninas del escritor, que no eran pocas. Pero ese mismo año también cambió de hotel, y recaló en otro clásico, el Sevilla, relativamente cerca. Nadie recuerda ahora allí la habitación en que se hospedó, pero que siguió escribiendo en ella una de sus obras más conocidas, Por quién doblan las campanas .

Volvemos a su habitación en Ambos Mundos. La cama ocupa un espacio de cierta independencia. Cuatro ventanas-”balcones abren una mirada singular. En ella se realizan exposiciones temporales con objetos llegados de Villa Vigía, repetimos, un verdadero museo sobre el escritor en una finca de cuatro hectáreas de extensión a 15 km de La Habana, con una casa construida por el arquitecto catalán Miguel Pascual y Baguer a finales del siglo XIX en el territorio que ocupara un cuartel de vigilancia del ejército español.

La exposición que había en una de mis últimas visitas, el pasado febrero, tenía que ver, digamos, con ese cierto tono aventurero que en alguna medida definió la vida del periodista americano: caza, pesca, boxeo-¦ Y, curiosamente, en el armario hay ropa, calzado y sombreros que utilizaba para estos menesteres. Y como corresponsal de guerra. Como curiosidad, hay en este espacio un capote torero, donado no se sabe si por Luis Miguel Dominguín o por Antonio Ordóñez, que estuvieron en Villa Vigía.

Ocupan lugar destacado las cañas de pescar, afición tan arraiga, y una muestra de lanzas de una tribu masai, recuerdo de sus estancias africanas. Y, por supuesto, un armario con diferentes ediciones de algunas de sus obras, ejemplares de periódicos y revistas en que trabajó o colaboró, diversas fotografías, entre ellas del bar Floridita, del que también hay dos sillas de la época.

Lo que ocupa la mirada a primera vista es, sin duda, la mesa de trabajo, que tiene un dispositivo para subirla y bajarla. Cuentan que Hemingway no se sentaba para escribir a máquina, sino que lo hacía de pie, lo que explicaría este detalle. Precisamente sobre la mesa hay una de sus máquinas de escribir.

Tan a gusto se encontraba en este hotel y habitación, que recibía aquí a amigos, periodistas, escritores-¦, y todos sabían que si era necesario enviarle algún mensaje, la forma más efectiva de hacerlo era enviándolo a esta dirección.

Se cuentan muchas historias y anécdotas. Lo que sí es cierto es que en esta pieza dedicó también muchas horas al silencio, la reflexión y el trabajo. Y que en ella, además de no pocos relatos, finalizó Muerte en la tarde , un clásico de la literatura taurina, y comenzó Las verdes colinas de África , un libro puro de viajes y de amor por una tierra virgen.

Si el interesado en este viaje quiere acercarse al Floridita, en el centro mismo de La Habana, cerca del Capitolio, no estará mal pensado. Es la -œcuna del daiquirí-, que había abierto sus puertas en 1817 con el nombre de -œLa piña de plata-, y en él encontrará la emblemática escultura -“original del cubano José Villa Soberón-” de Hemingway apoyado en la barra de su bar preferido. Cuántas fotografías a su lado.

Cerca, a unos 7 km, Cojímar, llena de referencias al escritor. Los habitantes de este pequeño pueblo de pescadores saben que Hemingway -“ Jemin , que así lo conocían-” les pertenece. Tan inseparables como lo fue de Cojímar aquel hombre alto y simpático que andaba contando anécdotas entre sus pobladores, quienes le honran en el parque con el monumento y el busto, frente al torreón que formara parte del viejo fuerte español. No tardará en comprobarlo quien se acerque a este hermoso pueblo. El viejo y el mar tiene aquí sus raíces, aunque el primero, Gregorio Fuentes -“fue un placer conocerlo-”, haya fallecido hace poco. Y es que allí conoció historias de marinos y pescadores que le sirvieron para redactar su famosa novela. En ella están recogidas muchas de las anécdotas que escuchó durante su estancia en Cuba: anécdotas sobre tornados y tormentas, sobre fiestas y naufragios, tiburones, tipos de pesca, tesoros encontrados, la aparición de las vírgenes del mar-¦ El mar, sus acechos y pasiones, se recuerdan también en -œLa terraza-, un bar con acento propio e histórico, donde el novelista solía comer pescados y mariscos.

Desde que le concedieron el Premio Pulitzer en 1953 y el Nobel al año siguiente, en Cojímar se intensificó el atractivo turístico, y hoy son miles los viajeros que llegan a esta pequeña población cercana a la capital en busca, entre tantas hermosas razones, del paisaje humano y literario de Hemingway.

El recorrido es gratificante. Atraviesa puntos neurálgicos de la capital de Cuba. Es otra fórmula, de tantas como puede haber, para conocerla. Y no menos interesante. Por supuesto. Seguro que no se arrepentirá. Tampoco si lee, o relee, la hermosa obra vinculada a este no menos hermoso rincón de la isla.

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