Poesía en el aula
Recuerdo con frecuencia un título de los publicados por Juan Carlos Mestre, La poesía ha caído en desgracia, que evoca, en el contenido, a Neruda cuando afirmaba que la poesía ha perdido su vínculo con el lector.
Se podría abundar en esta constatación, sin duda, aunque no sea necesario. La realidad, sin embargo, nos está advirtiendo de la cantidad de sensaciones, de belleza y de sugerencias que se está perdiendo quien no es lector de este género que tantos y tan buenos cultivadores tiene en nuestra lengua. Uno, además, está totalmente convencido de su alto poder educativo, aunque también de que no pocos planes de enseñanza han truncado la progresión lectora de muchos jóvenes. Aquí reside la labor del profesorado, la excelencia de muchos de ellos, que, con una carga de profesionalidad muy alta –y aún hay quienes la ponen, irónicamente, en duda (hay pecados de palabra y de pensamiento)-, han sido capaces de crear miles de inquietudes lectoras. Nunca será suficiente el aplauso y la gratitud. Estamos hablando desde el necesario convencimiento de que para este empeño poético en el aula seguimos necesitando profesores sensibles, con capacidad para sugerir y emocionar. Ya sé que les pedimos demasiado, a cambio de poco, hasta enrocarlos en la soledad del corredor de fondo.
Enseñanza esclerotizada
La enseñanza de la literatura en general, de la poesía muy especialmente, ha sido, a mi juicio, excesivamente normativa. No digo que esté mal, a su debido tiempo, sí, desde luego, desde los primeros contactos de los jóvenes estudiantes con el género. Y así, casi incluso antes de que al niño se le enseñe a entonar, se le somete a una mirada analítica exclusivamente sobre la poesía: análisis desde la sintaxis, la métrica, la localización de figuras retóricas…, con todas sus posibilidades, variedades y vericuetos. Todo el trabajo escolar que se ha encaminado a la descodificación de un texto se ha demostrado que a veces sirve para poco. Estas aproximaciones sólo producen en los niños extrañamiento y el equívoco de que la poesía es algo difícil (por no decir imposible) a la que sólo se llega desde la reflexión racional. Traigo aquí una nota del italiano Antonio Porta: «A los niños se les ha impedido reinventar lingüísticamente el mundo como hubieran querido. Viven aprisionados en la norma que los adultos, a menudo irresponsables, decretan, como dioses amenazadores, para imponer aquello que tiene que ser hecho, dicho, pronunciado o cantado». Por eso es bueno tener en cuenta, entre otras cosas, el hecho de que el mal lector –tema tan en boga- no es que no entienda el texto y por eso lee mal, sino que lee mal el texto y por eso no lo entiende. De ahí la importancia de la lectura de cualquier texto en voz alta, tan demonizada en no pocas apuestas pedagógicas.
Propuestas
En estas breves Anotaciones es difícil concretar con precisión otras posibilidades o alternativas –tema sobre el que volveré en alguna nueva ocasión-, que fundamentalmente llegan desde la experiencia propia, o desde la ajena analizada, probada y asumida. Como reflexión, siempre me han parecido una valiosa ayuda y compañía la Gramática de la fantasía , de Gianni Rodari, y El genio del idioma , de Álex Grijelmo. Y el convencimiento personal de dos creencias básicas: La poesía, una posibilidad expresiva más a nuestro alcance, tiene la hermosa particularidad de impactar de diversas maneras, lo que facilita su aprovechamiento pedagógico, que no tiene por qué estar reñido con lo lúdico. Segunda: El profesor que no goce con la lectura difícilmente puede convertirse en leedor (intermediario entre el texto y el lector).
La primera consideración para tener en cuenta es su valor rítmico, que se puede convertir en un juego, por bailable . No hace falta más que recurrir a la poesía jitanjafórica, aquella composición constituida por palabras o expresiones, las más de las veces inventadas, carentes de significado en sí mismas, y cuya función poética radica en sus valores fónicos, que pueden cobrar sentido en relación al texto en su conjunto. Algo se puede advertir, en esta línea, en Alberti, aunque sea la llamada «poesía negra» la referencia más atractiva: Luis Palés Matos, Emilio Ballagas…, y, sobre todo, para un servidor, Nicolás Guillén. Si el profesor es capaz de transmitir esta sensación (el poema de N. Guillén «Canto negro» puede ser buen ensayo), seguro que despertará un extraordinario interés entre los más jóvenes.
No puede olvidarse, por tanto, el sentido de la musicalidad, en su requerimiento lingüístico, lo que añade un valor de juego, de divertimento . Juego en la palabra cantada u oída. «El oído del genio del idioma –afirma Álex Grijelmo- ha sido percibido extraordinariamente por nuestros mejores poetas. Ellos han combinado los acordes de las oraciones y las frases, y han cuidado las notas de las sílabas y el ritmo de los acentos». Son muy numerosos, y fáciles de conseguir, los ejemplos de poemas, de diversa época y condición, musicalizados y cantados por unos y otros. Quede como anotación, por la cercanía y la belleza, Música y poesía para niños , una selección de autores actuales, con música, en el caso de diez poemas, de Ángel Barja.
Las historias breves, los cuentos, suelen interesar a los niños. Más si se presentan como poemas, eso sí, con un recitado en que la teatralidad , en mayor o menor medida, y como debiera ocurrir en las propuestas indicadas, adquiera cierto protagonismo. La propia historia, sometida a la musicalidad y al ritmo poético, suscita un punto de curiosidad y admiración. Estos cuentos contados en verso pueden encontrarse, por citar algunos nombres, en Rubén Darío, Carmen Gil Martínez, Nicolás Guillén, José Martí, Francisco Villaespesa, Pura Vázquez Iglesias, José González Torices…
Sirvan hoy estas propuestas iniciales. Volveremos en otra ocasión sobre otras. La creatividad plástica como sugerencia de un texto, la improvisación de un pareado, o algo que se le parezca, a raíz de una ilustración graciosa, la poética de la noticia (fue curiosa la experiencia sobre los nombres raros aparecidos en las esquelas), los recitales… Todo ello puede servir posiblemente para tener en cuenta la dimensión pedagógica de un género tan poco valorado. Quién sabe.