Una humilde colmena laboral
La mano invisible
Isaac Rosa. Ed. Seix Barral, Barcelona, 2011. 382 pp.
La mejor prueba de que Isaac Rosa se halla entre los grandes novelistas actuales es, además de su trayectoria narrativa, la modernidad de su planteamiento, arriesgado incluso, en el caso de La mano invisible. Se trata de una obra que tiene como trasfondo el trabajo humilde; el de esos seres que nunca descubrirán en su actividad enriquecimiento alguno. La relación de agradecimientos («en La mano invisible han trabajado también», advierte el autor) es un símbolo gráfico del mundo que refleja la complejidad de la obra.
Isaac Rosa se acerca al mundo laboral a través de la actividad de una serie de seres humildes. Un albañil, una costurera, un mecánico, un pescadero, un empleado de matadero, un montador de muebles, una prostituta, una vendedora… son los tipos aislados en apariencia, cuya relación el lector debe ir descubriendo a través de enlaces temáticos, imperceptibles a veces. El dueño del bar viene a ser, de alguna manera el centro de esta colmena , como lo era doña Rosa en la obra de Cela. La soledad humana y la dureza de esas vidas queda reflejada de forma diversa: en ocasiones será a través de minuciosas descripciones, basadas en el uso de prolijas enumeratio, reflejo de la condición obsesiva del trabajo. Tal recurso se enriquece a efectos expresivos con sorprendentes aliteraciones, próximas a la onomatopeya. No sería descabellado pensar en ciertos recursos de Tiempo de silencio, novela que, a buen seguro, Isaac Rosa conoció en sus tiempos adolescentes. Eso explica que no existan los diálogos convencionales, lo que no es óbice para caricaturizar de forma dramática la ausencia de comunicación, como se observa en el capítulo que comienza con «Buenas tardes, podría hablar con el señor Herrera Abad, por favor….» (pp. 117- 139). Todo se transforma en una crónica aparentemente fría e impasible, pero con palpitaciones humanas que afloran de forma estremecedora.
Este mundo agobiante, en el que surge alguna actitud de rebeldía, presenta una condición más para la ofensa y el desprecio: los trabajadores son personajes de comedia bufa, fuente de ludibrio. Actúan en una nave, a la vista de todos los espectadores que desean contemplar esa actividad, lo que supone que su humillación quede hostilmente magnificada. No hay desenlace claro, salvo los conatos de rebeldía por parte de los trabajadores. Ni hay esperanza, tal vez porque ésta es la pretensión del novelista: la denuncia de un mundo esclavo, de horizontes imposibles, pero convertida en una excelente pieza literaria.