Cerrar

Gregorio de Ferreras, el cura de los nombres raros

Nada tiene que ver el sacerdote Gregorio de Ferreras con el eminente bañezano, académico de la Real Academia Española, pero sí con las tierras de Rueda, donde fue siempre conocido por la rareza de la onomástica con la que cristianaba a sus neófitos feligreses.

«... no permita que una vez que tratan de casar, entren el uno en la casa del otro, si no es con causa justa y en oportuno tiempo».

Publicado por
NICOLÁS MIÑAMBRES
León

Creado:

Actualizado:

Aún resuenan por aquellas tierras los ecos de los nombres elegidos por Gregorio Ferreras, auténticas perlas extraídas del martirologio o del calendario. Nombres como Privado-Dadas-Leopardo, Zenón-Audaz, o en el caso femenino , Teopista-Sabacia o Etelvolta-Calimeria son anticipo de una peculiar relación onomástica que aparecerá reflejada líneas más adelante. Estas líneas llevarán como anticipo y marco literario la situación social y religiosa vivida por los sacerdotes que precedieron a don Gregorio de Ferreras en el ministerio sacerdotal en Cubillas de Rueda.

Todo lo que sabemos del célebre Gregorio de Ferreras ha sido posible gracias a la obra del sacerdote leonés Fabián Castaño, autor (además de La historia de la parroquia de Quintanilla ) de otra Historia de la parroquia de Cubillas de Rueda. Desgraciadamente, ambas obras se presentan en edición no venal. Responden a la concepción clásica de tesis y tesinas de años universitarios, lejanos ya; están por tanto, mecanografiadas a la vieja usanza. Buscan sencillamente la divulgación popular de la historia de estas parroquias: «No sé si a algún lector, todo esto que estoy escribiendo -advierte- le pueden parecer tonterías. Si queréis, lo son. Pero el libro no es para presentarle al Premio Planeta. Sino para que se lea en las cocinas y se comenten nombres y casos y cosas entre los miembros de la familia» (p.76). Eso explica la abundancia de expresiones populares y el uso de una peculiar función apelativa, sin que falten muestras muy populares de la captatio benevolentiae .

El objetivo esencial en el estudio sobre la parroquia de Cubillas de Rueda es el análisis de la labor pastoral llevada a cabo por todos los sacerdotes a través de la lectura de los libros de fábrica: «datos ´arrancados´ de los libros parroquiales durante muchas horas de sacarme los ojos con una lupa y un brazo de luz, mientras atiendo a mi cazuela de la comida...». La cosecha investigadora no es mala: don Fabián Castaño rescata la semblanza y labor de los sacerdotes de Cubillas de Rueda desde 1563 hasta 1960. Aquellos sacerdotes que, desde tiempos inmemoriales recibieron un adiós solemne: «Siempre se les ha enterrado con las vestiduras de celebrar la misa, y hasta hace poco existía la costumbre de sentarlos en un sillón, amortajados así, y sosteniendo el cáliz. La gente del pueblo desfilaba ante ellos besándoles las manos por última vez. Algún tiempo este cáliz iba también a la sepultura».

Es evidente que ese rescate de la personalidad y labor de estos sacerdotes lleva implícito el conocimiento de múltiples aspectos religiosos, sociales, tradicionales... del pasado. Comportamientos para nosotros, seguramente anacrónicos en la actualidad. De ahí surge el atractivo de la obra. Véase como anticipo una de las perlas al evocar la semblanza de don Marcos García Álvarez, allá por 1563: «Que los feligreses asistan a misa sobre todo a partir de los catorce años; que se explique la doctrina cristiana; que examine a los novios; que no se blasfeme; que apunte lo de las rentas; que no metan pan ni cera entre la ropa en las arcas de la sacristía; que lleven hábito decente; que las mujeres no se sienten entre los hombres en la iglesia, a no ser que coincida así el día del entierro de su esposo o durante el primer año de su ofrenda».

Otros tiempos, otras vidas

La información aportada tiene que ver con lo relacionado con la iglesia, desde bautizos y defunciones. Siguiendo las Disposiciones de Trento , en 1566 el Visitador ordena que se compren los libros para asentar las partidas de bautismo, matrimonios y difuntos. Se detallan igualmente las obras y mantenimientos del templo o la construcción de la capilla. Son, por ejemplo, muy orientadores los datos que los libros de fábrica aportan respecto a los «muchos carros de piedra de Boñar para dicha construcción. Costaban dos reales de ´sacada´ y cuatro reales de ´traedura’¨. (...) Y se traen cientos de carros de cantos, lo que se llama piedra de mampostería (a quince maravedíes cada carro de cantos); y carros de cal a ocho reales cada uno, arena, etc. Hasta se paga medio real que costó matar los tres carros de cal» (p. 10). La vigilancia es incuestionable y el castigo inmediato: «Se traen en una ocasión cien carros de piedra atropados alrededor del pueblo, y al parecer los trajeron a medio llenar y de piedra mala, y por eso el Visitador mandó que se les pagaran a bajo precio». No faltan los nombres de los canteros.

No faltan órdenes de índole personal para el sacerdote del pueblo: «Se manda también se tenga en la sacristía o lugar donde se viste un jarro de agua tapado y un espejo grande y peine y paño a que se limpie cuando haya de salir a decir misa». Además del atuendo personal el Visitador orienta respecto a la cultura de los sacerdotes: «Le pone al cura una serie de libros que debe comprar para estudiar y a continuación, un mandato muy chusco: que procuren aprender a cantar diestramente, porque en esto hay gran defecto y falta en estas montañas ( sic ), so pena que a la primera visita después de esta serán examinados e si no fueran hallados hábiles, serán suspensos hasta que lo aprendan y además serán penados en diez ducados para la Fábrica de su iglesia». También hay recomendaciones para los feligreses, descarados al parecer para con el sacerdote: «Que no sean osados en la iglesia de decir o responder cosa alguna contra el Cura... Os repito: siempre hubo de todo» (p.12). En un intento por garantizar el silencio en la iglesia, se recomienda que no lleven niños pequeños a la iglesia, «para evitar el desasosiego que los niños causan en la iglesia con las voces que dan, con que perturban el oficio divino gorjean...». Esos niños que, con mucha frecuencia, eran enterrados con sus madres, debido a la gran mortandad en los partos y puerperios: «más doce reales de dos sepulturas de la mujer de Francisco Martínez y otra de una niña suya». No faltan disposiciones del Visitador en contra de ciertas costumbres, como la de dar la comida al cura el día de jueves santo. Leemos en 1562: «No se dé colación de vino porque se duermen en la iglesia, ni comida al Cura». Sorprendente resulta la prohibición, hecha en 1572 de que los clérigos vayan a las paradas: «así que algún clérigo se encargaría de llevarles la yegua que todos solían tener para ir a las parroquias vecinas».

No faltan otras disposiciones, como las recogidas en algún momento por don Fabián Castaño: «Y que dicho cura ni los demás curas sueltos no digan misa con madreñas ni escarpines sino con zapatos y estos no en chancleta sino calzados y que cuando concurran las funciones de fiestas particulares, no entren con madreñas ni capas pardas y con indecencia, sino siempre con sobrepellices y con la decencia que pide su estado, y que el Cura no los admita ni celebre no cumpliendo con lo referido. (...) Y que asimismo no salgan de ellas (sus casas) a la calle sin hábito clerical, ni con el pretexto de ir al campo siendo de día ni de noche, sin el cuello y casaca negra, de suerte que en todo tiempo sean conocidos en su traje por eclesiásticos y ministros del altar y se entienda lo mismo con los que estuvieran ordenados in sacris (...). Y que no tengan confabulaciones, chistes, chanzas, risas, ni hablen más de lo preciso, porque de lo contrario se da mal ejemplo y se ofende a la Divina Majestad» (p.52).

La misma limpieza se les exige en la visita de 1779, limpieza referida a los paños-purificadores: Habiendo reparado S. I. que los purificadores de algunas iglesias estaban indecentes a causa del vino tinto que usan en las misas, les prohíbe absolutamente S.I. y manda al Cura no permita a sacerdote alguno el uso de él, pena de diez ducados por cada contravención».

No faltan noticias sobre las pobres criadas de los curas, muy admiradas por don Fabián Castaño, de las que escribe: «Las hubo desde aficionadas al vino, analfabetas, chismosas, dominantes... hasta santas de verdad» Y alude a los dichos populares: «Hoy no decimos misa», advertía la criada de aquel Cura». El primer año decían: «las gallinas del señor cura». El segundo decían: «las nuestras gallinas». Y a partir del tercero... «las mías gallinas». Pero don Fabián considera que «generalmente eran buenísimas mujeres que, por tener la facilidad de llevar una vida de piedad, atendían con todo esmero y respeto a un pobre Cura que no las podía pagar lo que hubieran ganado sirviendo a personas ricas. ¡Cuántas de ellas criaron a dos generaciones de sobrinos del Sr. Cura, sobre todo a los que se quedaban huérfanos! ¡Cuántas llevaron casi totalmente el peso de la limpieza de la iglesia y de las vestiduras litúrgicas!».

Próximas al sacerdote estaban también sus hermanas y sobrinas, de gran éxito entre los lugareños: «Las hermanas de los curas siempre les gustaban a los mozos más elegantes de los pueblos».

Relaciones peligrosas

Las normas dictadas por la autoridad religiosa resultan sorprendentes en estos tiempos, pero no tanto a principios del siglo XVIII.

Ni el hecho de estar los comprometidos les alivia del peligro de ciertos acercamientos personales:

«Por cuanto S. I. se halla informado de que en este partido hay la detestable costumbre de que los mozos, una vez contratan esponsales, se junten y entren y salgan en la casa de la contrayente y la acompañan a fiestas y romerías que en los alrededores se hacen, yendo tal vez ambos en una caballería, y que los padres de la tal (poco cautelosos y temerosos de Dios) lo permitan, tanto que si así no se hace lo tienen a mal, sin hacerse cuenta de las graves ofensas que contra la Divina Majestad de esto se siguen y a su honra. Por tanto manda S. I. y onera gravemente la conciencia al Cura de dicho lugar, no permita que una vez que tratan de casar, entren el uno en la casa del otro, si no es con causa justa y en oportuno tiempo. Y si lo contrario hicieren, contestándoles ser sabedores sus padres, les multará en dos ducados por la primera vez y a proporción de la contumacia irá acrecentando la pena y evitará de los divinos oficios...etc».

El párrafo siguiente resulta de gran novedad: podemos considerarlo de las noticias más antiguas referidas al filandón leonés y, curiosamente, no en zona de montaña, escenario más frecuente de estas celebraciones:

«Item que no se hagan de noche juntas de mozos y mozas con el pretexto de hilar o trabajar en otras cosas, por los pecados y riesgos y escándalos que de ello se ha seguido y experimentado». (p.52). No tiene menos peligro la convivencia de mozos y mozas a la hora de juntarse para cuidar el ganado:

«Y por cuanto en los más lugares de las aldeas y montañas de nuestro obispado, se juntan por las noches en los montes y otras partes mozos y mozas a la guarda de los ganados mayores y menores y a recoger la leche de ellos, con grave riesgo y peligro de las almas contra la honestidad y la honra de las mujeres, prohibimos semejantes juntas».

Cargando contenidos...