Diario de León

libros

En cuanto escupo mejoro mucho

Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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Poesía reunida (1979-2011)

Ramón Irigoyen. Ed. Visor, Madrid, 2011. 310 pp.

En 1979 apareció un libro singular que firmaba Ramón Irigoyen: Cielos e inviernos . Había muerto ya Franco, pero esa poesía blasfematoria todavía no podía escribir Virgen o Cristo con todas las letras. Se pudo reponer en la tercera edición, casi diez años después. En su momento, el poemario era absolutamente novedoso. Y lo sigue siendo: lo leemos aún con el regocijo de la primera lectura. Irigoyen irrumpía con agresividad y humor, con una voz crítica e irrespetuosa, en el páramo extenso de la poesía seria, sobria, triste y de las verdades aceptadas, para reírse de todo, de todos y de sí mismo. Pasados los años, nos sigue sorprendiendo esa voz blasfema que sale de las tripas y se carcajea de lo más sagrado. Podemos decir que en ella resuenan diversos tópicos para ponerlos en solfa, para mostrarnos el forro de las cosas y de la vida. Es el de Irigoyen un humor corrosivo, desconstructivo de temas y formas. El propio título Cielos e inviernos se desvía de lo esperable, a la vez que lo contiene (cielos e infiernos) y lo rechaza. De igual modo, el prólogo se desliza por la vía del humor, como cuando dice de un poema que no quitaría hoy ni una coma, pues, en efecto, no hay ninguna. Dentro del libro, cada texto está repleto de inteligencia, ingenio y mala uva. Esta mala uva la vierte un espíritu áspero y regocijado, con mirada crítica sobre todas las circunstancias, triviales o serias, del vivir, pero que cobra acidez y rabia cuando alude a la iglesia y el clero. Destaca el poema «Adolescencia», visión acerba de lo que en los años cincuenta y siguientes fue la enseñanza en colegios y seminarios: «Y así el oh Dios se ha convertido en odios / a la Iglesia podrida de intereses».

Por lo demás, todo colabora a ese sentido crítico-lúdico de cada poema: la paronomasia («comiendo amarteladamente mortadela»), los símiles («lozana como un pecho de madre superiora»), los juegos de palabras («Quien ama a China ama a Mao. / Quien no ama a China no ama a Mao», que evoca «ha mamao» / «no ha mamao»), etc. La figura retórica por excelencia es la ironía, reforzada con el sarcasmo, con una finalidad que recorre el libro: la burla mordaz.

Tres años después, en 1982, publicó Irigoyen Los abanicos del Caudillo , que originó una agria polémica, que aquí se incluye al final del poemario, en relación con la censura que sufrió por parte del Ministerio de Cultura. El libro es breve y mordaz, irreverente y procaz; surge de «la mala hostia que hago / al pensar en la tortura, / en la tortura de mi pasado». El poeta reivindica para su poemario la voz de un juglar «más empeñado en urdir una crónica de costumbres colectivas que en ofrecer un resumen de su autobiografía». Se trataría de violar cuarenta años de oscurantismo para fecundar por fin la vida robada por el poder.

Los dos libros antedichos colmaban el cesto poético de Irigoyen, que desapareció como poeta en activo hasta este 2011 en que añadió dos libros inéditos a esta Poesía reunida : un Romancero satírico de actualidad (contra Rouco Varela, el PP, Capello, Naomí Campbell, etc.) y La mosca en misa , sobre aspectos de actualidad, libro irónico y crítico, aunque con menor mala leche que los dos primeros.

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