Diario de León

¿A la vez escribir y ser crítico…, a no ser de sí mismo?

«A cara descubierta se debe nombrar la Belleza, convocatoria a la cual todos somos llamados, aunque pocos los escogidos».

«A cara descubierta se debe nombrar la Belleza, convocatoria a la cual todos somos llamados, aunque pocos los escogidos».

Publicado por
GASPAR MOISÉS GÓMEZ
León

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I. Para ser crítico me falta la ponderación. Los defectos me parecen gigantes mientras lo meritorio se me ocurre que es cosa normal.

Y, si soy cruel conmigo mismo, algo que no vaya con mi concepción de las cosas, me hace saltar todos los resortes.

Por lo cual, haré con este libro una especie de exégesis parcial, como corresponde a mis principios, y así seguramente saldrá el que yo soy, tanto quizás como el poemario sea, en una singular consonancia.

Vayamos, pues, a lo que nos concierne.

A cara descubierta se debe nombrar la Belleza, convocatoria a la cual todos somos llamados, aunque pocos los escogidos.

II. Muchos de los que se llaman poetas, ponen cualquier nombre ocasional a las cosas, en vez del que debe ser el suyo propio: el de la rebeldía y la «anormalidad».

Y con esta clase de «escribidores» (por insultarlos de alguna manera), ningún lector se puede hacer responsable con ellos de nada, porque ellos mismos ni invocaron una sola vez a los dioses ni los dioses estaban para vanas murgas.

Lo suyo viene a ser simple torpeza e incapacidad.

Pero se empeñan en sus premiecitos.

Y hasta los consiguen, gracias a unos jurados torpes y engañosos, cuya poética consiste sólo en el «do ut des».

Malos tiempos corren para la poesía, en maldita verdad.

Lo que debiera ser oro, suena a cascajo dentro de su miserable alcancía. Pero ellos la suenan y la hacen resonar, hasta que algunos lleguen a suponer que con tanto ruido habrá seguramente nueces.

Manipularían incluso al verbo divino. Mas no llegarán a ese «no sé qué que queda balbuciendo».

La palabra que debe ser polivalente, es en ellos palabrería y confusión. Una misma cosa no dice lo uno y lo contrario, como es ilógico en poesía, no ofreciendo sino una abertura –y estrecha- al lector.

No consiste en llamar las cosas por su nombre, porque el pan sería pan insustancial y el vino, vino aguado.

Darías el nombre que las diera un dios: revelándolas y haciéndolas mágicas, con ese misterio que se oculta siempre. Si se nos aparecieran en su sola gramática, estaríamos en la burda verdad de lo cotidiano.

No manipuléis lo explosivo. Dejadlo así, dejadlo ya.

¿No os esperan en casa para que cenéis o para mandaros al diablo?

III. Yo me encierro con sola mi queja; con mi concepto de la escritura.

Por mis años quizás, yo no tenga aseveraciones rotundas, sino muchos interrogantes que nadie quizás me pueda resolver.

Una aseveración tiene, por así decirlo, los brazos abiertos; la interrogación se encierra en sí con tantas dudas que parece que, para salir de allí, sólo hubiera podido valerse de esa punta de lanza que la blasfemia significa.

Y, así, me vuelvo a preguntar, ¿es que no habrá ni el sueño del sueño después?

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