Voy, deambulo sin destino...
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VOY, DEAMBULO SIN DESTINO,
tropiezo con tu estampa sin buscarla
desde el corredor ajardinado
de la memoria,
puerta abierta a una plaza
donde permanecen marcadas
las huellas;
las joyas del misterio arden al fondo abierto del tímpano
a todo sonido de fe,
desde sonrisas de muchos años antes
y rostro de lluvia que avanza
hacia la pedagogía y el terror.
Bestias multicéfalas famélicas,
hombres y mujeres, pecadores atormentados,
románicas estampas de piedra, lujuriosas,
soberbias, avariciosas: tormentos aterradores
en capiteles: códigos de artista.
Cruces, blasones, ventanas de fortaleza,
nervios guerreros portantes, ábsides, ajedrez;
columnas esquineras, ángeles y demonios
vigilantes, el gallo en la torre, …
Basílica de historia y teología: edad media.
A la salida de mi frente busco la paz
y un árbol bien plantado, achaparrado,
me trae la inquietud, la zozobra, como su encanto:
el bruto dormir de la piedra acongoja el sueño.
Cestas vegetales mantienen el tiempo detenido,
testas de animales asoman al futuro
ciegas entre el ramaje,
unicornios de praderas floridas
vomitando focas de mares embravecidos:
cuentos fantásticos no escritos,
esculpidos en piedra para mantener
erguida la vara de la penitencia
y el castigo divino.
La edad media, las bodas de El Cid –qué buen vasallo…-,
y las almas encuentran la paz
bajo la sábana multicolor
del dormitorio: la música del silencio y la muerte.
El canto se pervierte
con el uso del placer
y el ruido de las flautas:
la soga del pecado está presente.