Diario de León

Tu palabra, de boca en boca perpetuada

Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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La escuela de Wallace

Stevens. Un perfil de la

poesía estadounidense

contemporánea

Harold Bloom. Ed., trad. y notas de J. L. Clariond. Ed. Vaso Roto, Barcelona, 2011. 830 pp.

Harold Bloom es uno de los humanistas reconocidos del presente. Textos suyos de gran empuje son La angustia de las influencias y El canon occidental , en el que situó en la cúspide a Shakespeare, flanqueado por Cervantes y Dante. Ha abogado por la lectura de los grandes textos universales y lo ha hecho con pasión y brillantez, en contra de relativismos y pensamiento débil. La escuela de Wallace Stevens traza el perfil de la poesía norteamericana del pasado siglo, cuyos textos cimeros son, a su parecer, Las auroras de otoño de Stevens y El puente de Hart Crane. Del primero dice Bloom que es el poema en que se formó. Y hay un punto de melancolía cuando afirma que, por edad, quizá no se le presente otra ocasión para meditar por escrito sobre su poesía, y cuando define sus pretensiones: expresar sus «apreciaciones» sobre las obras maestras de la literatura. Las apreciaciones de Bloom suponen una interpretación de la línea compleja de la poesía de su país, además de una selección de los 15 poetas que forman la selección, a los que la traductora, Jeannette

L. Clairond añade dos más. Conviene precisar que la introducción de Clairond es extraordinariamente iluminadora en torno a la tradición de la poesía que se cimienta en Stevens, pero con raíces seculares (Longino, Plotino, la cábala...). Como veremos, los poetas del libro de Bloom son, en general, conocidos y valorados en nuestro país, leídos en el original o en traducción, lecturas posibles en esta edición bilingüe.

Bloom realiza una lectura órfica de Hart Crane, en correspondencia con el que considera «el profeta del orfismo estadounidense». Pero me interesa más evidenciar la manera de leer del gran crítico. Así como el hierro candente golpeado por el herrero lanza chispas luminosas en todas direcciones, la lectura de Bloom nunca es lineal, se prodiga en tradiciones varias que acuden a su centro ígneo, cargado de conocimientos de poesía, de religión y filosofía. Si no somos capaces de seguirlo en los diversos caminos que abre, siempre podemos iniciarnos en uno de ellos. De Elizabeth Bishop señala que su verdadero logro consiste en decir lo que no puede decirse; a May Swenson —poeta a la que me siento emocionalmente muy cercano— la considera hija predilecta de Whitman; siguen Amy Clampitt y James Merrill, este «manifestación de una perfección que destruye»; el crítico ama la poesía de A. R. Ammons, clásico futuro, pero en España es más conocido J. Ashbery, cuyo principio estético es que «todos los días el mundo debe moldearse en el poema»; siguen W. S. Merwin y Jhon Hollander, Mark Strand y Charles Wright, cuyo verso anuncia que «el tema de la poesía es siempre el tiempo»; uno de los grandes, de poética «inmensamente docta», es Jay Wrigh, en la línea de Rilke, Celan y Cernuda, «ese maravilloso poeta español de lo Sublime» (pero yerra al decir que se suicidó); y, en fin, Anne Carson, W. Wadsworth y Li-Young Lee. Cinco generaciones entre el primero, Stevens, nacido en 1879 y el último, Lee, en 1957, presentados por quien ha enseñado a los americanos a leerse a sí mismos: Harold Bloom.

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