ALFONSO DOMINGO. NOVELISTA
«Esta es, esencialmente, una novela de intriga»
Alfonso Domingo (Turégano, Segovia, 1955), periodista especializado en información internacional y reportero de guerra, ha trabajado en prensa escrita, radio y televisión. De sus experiencias profesionales han nacido parte de sus novelas, premiadas todas ellas. Con El espejo negro (Alianza) obtuvo el Premio Ateneo de Sevilla en 2011. En ella cuenta cómo Jerónimo Díaz, un joven pintor anarquista exiliado al final de la guerra civil, recibe el encargo de copiar en Ámsterdam un enigmático cuadro de El Bosco, Jonás y la ballena, una obra que pasa por diversas manos y países y que parece eclipsarse misteriosamente a lo largo de la historia. Su trabajo se verá interrumpido por la invasión alemana y Jerónimo acabará –como miles de compatriotas— en un campo de concentración nazi…
—Parece que El espejo negro es una novela que participa de varios géneros…
—Esencialmente es una novela de intriga sobre la recuperación de un cuadro perdido de El Bosco, Jonás y la ballena , pero como en los trípticos del genial pintor, se puede encontrar en ella muchas más cosas: elementos esotéricos de alquimia y tarot, fantásticos, de tesis, cocinados todos sobre una base rigurosamente histórica. De fondo subyace el tema del miedo –algo muy actual en la situación en que nos hallamos— y el compromiso del autor con su obra. Por tener, tiene hasta escenas eróticas.
—Precisamente uno de sus protagonistas tiene aburrimiento vital, lo que se ha dado en llamar El demonio del mediodía …
—Sí, ese es un punto de partida, el de la acidia, uno de los pecados capitales. La novela tiene varios, al igual que varias perspectivas y épocas históricas. En cada nueva novela intento un reto. En este caso hay diferentes estilos, monólogos de El Bosco, narrador tradicional, género epistolar, etc. Es un collage que va confluyendo hacia un sorprendente final, donde se resuelven varios enigmas que se han ido arrastrando a lo largo de las páginas del libro. Otros seguirán en el aire.
—Pero ese cuadro, Jonás y la ballena , ¿realmente existió?
—Sí, existió. Lo he investigado hasta donde ha sido posible. La verdad es que El Bosco ha representado para mí una fascinación vital. Para escribir esta novela he pasado años documentándome a fondo sobre el enigmático pintor holandés. Conozco la mayoría de sus cuadros, he visitado los museos donde se encuentran en toda Europa, desde Rotterdam a Lisboa, pasando por Venecia, París y Berlín, y por supuesto Madrid, donde tenemos un buen número y desde luego, los de mayor calidad. Jonás y la ballena pudo haber desaparecido en un incendio, la verdad es que el fuego perseguía a los cuadros de El Bosco, aunque se puede decir que era la época y los peligros de las construcciones de entonces.
—Entonces, usted aventura una interpretación sobre El Bosco…
—Quizá eso es algo atrevido. Pero intento una explicación de su mundo, que en realidad, como dijo Fray Jerónimo de Sigüenza, en tiempos de Felipe II –uno de sus coleccionistas obsesivos, que también tiene un lugar en la novela—, consistía, frente a los otros pintores que reflejaban la apariencia exterior, en «pintar al hombre por dentro». Visité el pueblo de El Bosco varias veces y me he sumergido en su ambiente, el cual recreo, es parte importante de la novela. Un mundo de símbolos que en aquel entonces eran comunes a la alquimia, al tarot, pero del que hoy día hemos perdido muchos referentes. Por eso nos fascina tanto El Bosco. Se ha dicho que es un pintor moralista, religioso, pero esa fascinación por el pecado y los infiernos dice otras cosas. Es un abridor de puertas, de mundos, por donde después desfilaron desde el psicoanálisis hasta el surrealismo. Un precursor.
—¿Y por qué, entonces, el título de El espejo negro ?
—El título es un hallazgo y una intuición. El espejo negro, mate –los mejores estaban hechos con obsidiana—, servía a los pintores de final de la Edad Media y principios del Renacimiento para poder descansar la vista de los colores de sus cuadros, relajar la mirada. En magia se utiliza también para adivinación. En realidad todos tenemos nuestros espejos negros donde nos abismamos. El Bosco tenía los suyos, y alguno de los protagonistas, como Jerónimo Díaz, el pintor anarquista que acaba en los campos de concentración tras hace una copia del cuadro perdido, tiene los suyos para poder escapar del horror.
—Sorprende esa identificación de los infiernos de El Bosco con los campos de exterminio de la II Guerra Mundial.
—Realmente es el mismo sustrato del hombre, su esencia más oscura. La comparación me resultó evidente. Además de estudioso de la guerra civil española, he estudiado bastante la Segunda Guerra Mundial y las peripecias de los españoles en ese gran conflicto, en concreto los que acabaron en los campos de exterminio. Casi veo lógico a estas alturas que uno de los personajes fuera un pintor anarquista fascinado con El Bosco.
—También se refleja el mundo de los coleccionistas de arte «exclusivos», algunos de los cuales están detrás de los robos de obras de arte, tenemos el ejemplo en España del Códice Calixtino …
—Sí, es un mundo hermético, muy cerrado, pero al cual pude acceder por medio de amigos expertos. Son gente que haría casi cualquier cosa por una obra maestra, gente obsesionada, enfermiza por ser los únicos que poseen esa pieza y puedan admirarla. Es el ego sublimado hasta límites peligrosos, porque además son gente con dinero y poder, están en lo más alto de la escala social. Diferentes, desde luego al de los amantes del arte, tengan dinero o no, que disfrutan de todo lo que han aportado los pintores a lo largo de los siglos y que son capaces de emocionarse como chiquillos ante esas obras maestras.
—Mundo del Arte, Alquimia, Tarot… ¿La novela tiene mensaje o mensajes?
—Tiene varios, y varios sentidos. Hay un fin último, una verdad escondida, varias lecturas e interpretaciones. Hasta la última página la historia puede cambiar. Y cambia. Existe un mensaje oculto dentro de la novela al que quizá no lleguen todos.
—Es decir, continúa el misterio…
—Como continúa la vida.
—Hablando de usted y aunque no le guste definirse, avance una entradilla.
—Si algo me define es que soy viajero y transeúnte. Todos en la vida lo somos. He pasado por medios de comunicación, países y géneros diferentes. Me considero un contador de historias.
—¿De dónde nació ese interés por contar historias?
—En dos mundos distintos, que son los de mis abuelos: un herrero de Turégano, que era un mago del fuego en el maravilloso mundo de la infancia del pueblo segoviano donde nací y donde pasé largas temporadas, y un capitán republicano amante de la lectura que sobrevivió en el ejército de Franco.
—¿Un republicano que acabó en el ejército de Franco?
—A la fuerza. Cuando se produjo el golpe tuvo que permanecer en su puesto de Intendencia de Burgos, pero se jugó el tipo auxiliando a familias de los republicanos fusilados. Tenía una biblioteca con toda la novela del siglo XIX, donde aprendí a disfrutar leyendo.
—¿Ellos fueron la primera inspiración, ese aliento lejano en su trabajo?
—En la infancia y la literatura se fraguan los paraísos que transitamos. Me interesan los perdedores, personas que en situaciones límite son capaces de dar una vuelta de tuerca a la condición humana. Esos personajes que en algún momento creen que pueden cambiar el mundo, y que a pesar de que todo se derrumbe luego a su alrededor, saben mantener el tipo y la dignidad hasta el final de la vida.
—¿Por eso escribió sobre los maquis?
—Sobre los maquis, sobre la gente que sufre las tragedias de la retaguardia o sobre Luis Gálvez, un gaditano de San Fernando que creó un Estado progresista en el Amazonas en 1899, en Acre. Curiosamente ahora va a salir el libro, La estrella solitaria , en Brasil, traducido al portugués. En Acre se ha convertido casi en libro de texto. Todos mis trabajos tienen algo en común, pasa con muchos creadores. Al final siempre escribimos el mismo libro, hacemos la misma película.
—¿La historia la escriben también los grandes perdedores o eso no es más que un mito romántico?
—Lamentablemente sí. Perdedores y soñadores. Pero a veces algunos de esos sueños se hacen realidad, aunque los que los impulsaron ya hayan desaparecido. La historia es una disciplina que exige mucha fe.
— ¿Lo dice por algo en especial?
—Viendo cómo se ha contado la Guerra Civil se entiende la damnatio memoriae , esa práctica de la antigua Roma mediante la que se borraba de la historia a los que caían en desgracia. Pero siempre, tarde o temprano, se sabe la verdad, aunque sea muy dolorosa y descorazonadora para el ser humano.
—¿Cuál de sus personajes le ha fascinado?
—Todos. Pero por hablar del último, El ángel rojo tiene una historia casi de ficción, de hecho he escrito el guión para una película que algún día me gustaría dirigir. Escapa a la muerte de formas inverosímiles, salva a presos enemigos en situaciones extremas, es un anarquista que molesta a todo el mundo. Le acusaron de quintacolumnista y los vencedores, a pesar de toda su labor y de acabar con los fusilamientos en la retaguardia republicana, le «premiaron» con una condena a muerte que le conmutaron por cinco años de cárcel.
— ¿Todos llevamos dentro un héroe que ignoramos?
—Es que para ser un héroe no hace falta protagonizar grandes hazañas, basta con aguantar la vida cotidiana.
— ¿En qué se equivocaron los de su generación?
— Hemos hecho lo que hemos podido, aunque creo que no debimos delegar tanto. Hemos dado mucha confianza a quienes no la merecían, en la política y en la economía. Sin distinción de partidos. Luchamos por una democracia que ha defraudado todas las expectativas, salvo a aquellos que manejan los hilos del poder y el dinero y los seguirán manejando. En realidad hay que cambiar el ser humano por dentro, dar un salto de conciencia y esa revolución interior aún no se ha producido. A ver si consigue de alguna manera cambiar la tendencia el movimiento 15—M.
—De todas sus aventuras, ¿cuál le dejó más huella?
—Las guerras y los conflictos que he cubierto, por supuesto, y algunos viajes. Por el África saheliana, desierto del Sahara incluido, Nuevo México, en Estados Unidos, y en la cuenca del Amazonas. Soy hombre de desiertos y de selvas, siempre quise conocer la condición humana en todos los paisajes del globo posibles.
—¿Ha vivido entre etnias indígenas?
—Conviví con yanomamis, asa-ninkas, caxinawas y quechuas selváticos. En general son personas con un gran sentido del humor y muy trabajadores. Aprendí de ellos el profundo respeto por la naturaleza y sus criaturas y el empleo de las sustancias de poder en sus rituales como el yopo o la Ayahuasca, que te hacen trascender a otra realidad. Son gente que maneja las plantas, las sustancias y las energías. De ahí me viene mi afición a los chamanes. Conozco unos cuantos, en Ecuador y Perú, gente sabia y humilde que lleva todo un mundo de amor en su corazón y su cabeza.
—¿Y eso no le ha pasado factura?
—En ocasiones la selva, más que el desierto, me han jugado malas pasadas. Aparte de las mordeduras y las picaduras de mosquitos —lo más molesto—, recuerdo unas garrapatas microscópicas que me producían unas llagas lacerantes en las piernas, me dio una especie de alergia. Y también contraje la malaria tras un viaje al alto Orinoco, afortunadamente el tipo más benigno. Pero lo que produce no se lo deseo ni a mi peor enemigo.
—Practicó el periodismo de denuncia, el reporterismo de guerra, ha dirigido decenas de documentales…
—Ha sido mi anclaje con la realidad. La manera de que no se te suba mucho el ego, problema no sólo de los escritores, sino de todos en general. Confrontarte con la realidad, con los demás seres, te da un punto de humildad necesario. El ego está bien como primera motivación para escribir, crees que tienes algo que decir y de una forma diferente, a pesar de que casi todo está ya dicho. Por eso, esa inmersión en la realidad es buena, al menos para mí. Aunque no sé cuánto va a durar mi dedicación a los documentales. Son malos tiempos para la reflexión, para el análisis, ahora, precisamente, que más lo necesitamos. Pero la cultura y la educación son lo primero que se recorta, y esto debiera ser intocable.
—¿En qué trabaja ahora?
—Siempre estoy escribiendo o maquinando. Tengo alguna que otra novela inédita y estoy trabajando en una nueva. Además, mi último proyecto documental —y puede que sí, que sea el último porque es muy difícil conseguir la financiación— trata sobre la vida y la lucha de James Yates, un afroamericano de la Brigada Lincoln, que escribió un libro, De Misisipi a Madrid , en el que cuenta sus peripecias en la guerra de España, en la que, entre otras cosas, fue chófer de Hemingway, y se sintió libre por primera vez. Luego, siguió luchando por la igualdad en su país, lucha que tiene un hito con la elección de Obama, que el propio Yates profetizó en su libro. Es otro héroe invisible.