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POESÍA

Sin otro capital que mi fracaso

RENTA ANTIGUAJon JuaristiVisor, colección “Palabra de Honor”, Madrid, 2012. 84 páginas.

Publicado por
josé enrique martínez
León

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Heredero literario de poetas vascos como Aresti, Unamuno y Otero, el bilbaíno Jon Juaristi ha recuperado tonos de la poesía civil y social en versos ágiles y desenfadados, sin esconder lecturas y habilidades verbales.

Si algo caracteriza a su poesía figurativa o realista es el humor y la ironía, acaso la mejor forma de enfrentarse con la vida, sin olvidar la denuncia, pues Juaristi es, como sus maestros antes nombrados, un poeta civil que infunde nueva savia al testimonio social.

Pero al escribir y publicar su último libro, Renta antigua, el poeta ha cumplido los sesenta e inevitablemente mira hacia atrás para asombrarse de su falta de rencor y para constatar que «lo ganado perdí que antes tenía». El tiempo se convierte, de este modo, en río que fluye por todos los poemas.

La mirada hacia atrás no es angustiosa, pero tampoco consuela, pues la vida no ha respondido a lo soñado y el poeta se ve «sin otro capital que mi fracaso». Algunas deudas contraídas quiere solventar el poeta: lo hace en las elegías a amigos como Mario Onaindía o José Luis Benlliure y en el reconocimiento al maestro Mainer.

Poesía de la vida es la de Juaristi, porque de la vida habla, de la propia y de la padecida por el mundo; pero, dentro de la gravedad de los asuntos que su poesía puede tratar, el poeta se decide por el ingenio: juega con las palabras («Con sus arpadas lenguas las arpías / piaban en las copas del Retiro»), con las rimas más o menos curiosas, con diversidad de metros y de ritmos, entreverando la reflexión con la ligereza y los versos ajenos con los propios; valga este par de ejemplos: «Y así que parta el ave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo después de facturar»; «Llevó el vaso a la boca descarnada, / bebió su caldo, fuese, y no hubo nada». El lector recorre esta poesía sin dificultades aparentes, entre gracias, guiños, ironías, equívocos, algo propio de un poeta jocundo y risueño. Como además, los poemas suelen contar una anécdota (léase el titulado Dos de mayo ), la lectura del poemario se puede hacer de una sentada.

El problema puede ser otro: para los que entendemos la poesía como palabra reflexiva y emotiva (brota de una emoción y a una emoción propende), la emoción, si la hay, se nos va por el desagüe del ingenio, incluso en poemas tan serios y extensos como el Canto de frontera que cierra el poemario.