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POR emilio gancedo

Firmas con paisaje leonés al fondo

l. Algunos de los más populares autores de la historia de la literatura dedicaron a León líneas y evocaciones . uno de los grandes autores del siglo de oro, lope de vega, encontró en nuestra historia argumento para varias de sus obras, como ‘los prados de león’, ‘los benavides’ o ‘las mocedades de bernardo del carpio’

GOMBAU Y ANSEDE

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POR emilio gancedo
León

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No basta ya que he hecho que te confiesen por la más hermosa del mundo todos los caballeros de Navarra, todos los leoneses, todos los tartesios, todos los castellanos y finalmente todos los caballeros de la Mancha?», clamaba el más famoso e ingenioso hidalgo del mundo en la segunda parte de Don Quijote, la magna obra de la lengua española y de un Miguel de Cervantes que anunciara cómo su propio linaje había dado comienzo «en las montañas de León».

Y es que tiene algo esta tierra, sea quizá por la memoria del reino con sus listas de monarcas y magnates, las gloriosas y lejanas gestas o el largo letargo en el que estos valles y páramos llevan siglos sumidos, que grandes literatos de ayer y hoy se han sentido inspirados por alguno de sus rincones o sugerencias y a ella han dedicado versos, líneas o personajes ubicados en capítulos y pasajes quizá no del todo conocidos por el gran público. León, arca de historias, leyendas y costumbres en otros lares ya olvidadas, hito jacobeo con su telón de fondo de catedrales, ermitas, castillos y aldeas empedradas, ha atraído imaginaciones y ha suscitado la creatividad de firmas señeras nacidas fuera de nuestras fronteras.

He aquí, pues, un somero repaso por algunas de ellas, comenzado con la del propio Cervantes aunque entre los autores del Siglo de Oro no puede olvidarse a Lope de Vega, quien encontró en las nieblas del Viejo Reino argumentos y escenarios para sus piezas teatrales, desde la titulada Los prados de León , ambientada en tiempos de Don Bermudo y Alfonso el Casto, hasta las obras basadas en la epopeya del héroe Bernardo del Carpio o Los Benavides , en la que se recita aquello de: «Hoy es, bellísima Sol/ aquel deseado día/ que se junta en un crisol/ tu amor y la sangre mía,/ el ser leonés y español».

De un salto en el tiempo podríamos pasar a Gustavo Adolfo Bécquer, quien en sus célebres Tipos y costumbres se ocupa de la procesión leonesa del Viernes Santo —«nada diremos de Sevilla (…), tampoco hablaremos de Toledo», avisa—, para describir cómo «llamada vulgarmente del Encuentro , sale a las diez de la mañana y recorre casi todas las calles de la ciudad acompañada de cofrades con hachas encendidas, cruces, estandartes y pendones. En esta forma siguen hasta la Plaza Mayor, donde le espera una multitud de gentes, grupos de montañeses y aldeanos que en días semejantes acuden a la capital engalanados con sus vistosos trajes». Y Mesonero Romanos, el gran cantor del costumbrismo hispano, hace vociferar en un mercado de sus Escenas y tipos matritenses : «¡Viva el Reino de León! ¡Viva la honradez de la Montaña! (exclamaron estrepitosamente todos los concurrentes); y al diablo sea dada la arrogancia de la tierra llana».

El propio Pérez Galdós, en Torquemada en el purgatorio , muestra los tejemanejes que uno debía emprender para ‘salir senador’ por una provincia concreta a finales del siglo XIX, y en una memorable estampa refleja la victoria de uno de estos pretendientes: «…Y cómo, en fin, le aclamaron con roncas voces, llamándole padre de los pobres, la primera gloria del Bierzo, y el salvador de la patria leonesa».

Ramón del Valle Inclán recuerda en La esfera una experiencia casi mística en la Catedral leonesa: «Yo vagaba en la sombra de aquellas bóvedas con el alma cubierta de lejanas memorias. Ya entonces comenzaba mi vida a ser como el camino que se cubre de hojas en otoño. Había entrado buscando reposo, agitado por el tumulto angustioso de las ideas, y de pronto mi pensamiento quedó como clavado en un dolor quieto y único. La luz en las vidrieras celestiales tenía la fragancia de las rosas, y mi alma fue toda en aquella gracia como en un huerto sagrado». Emociones y reflexiones que este templo inigualable ha removido en cientos de autores, como Miguel de Unamuno, por ejemplo, en su Vida de Don Quijote y Sancho : «Pasando por León fui a ver y contemplar su primorosa Catedral gótica, aquella gran lámpara de piedra, en cuyo seno canturrean los canónigos al son pastoso del órgano. Y contemplando sus mimbreñas columnas, sus altos ventanales de pintadas vidrieras por donde la luz al entrar se destrenza y desparrama, y la enramada de nervios que sostiene la bóveda, pensé así: ¡Cuántos deseos silenciosos, cuántos anhelos callados, cuántos pesares recónditos no habrá recibido esta pedernosa fábrica (…)!».

El gran Pío Baroja analizó los paisajes de la provincia en algunos de los reportajes contenidos en sus Memorias ; habla de Ponferrada, que tiene «aire de ciudad señorial, con su iglesia gótica, sus arboledas y su gran castillo con torreones en lo alto», y hasta de Sariegos («pueblo pobre, de adobe»), y le llama la atención una tienda en tal localidad que se llamaba ‘El Desengaño’. Escribe: «¡Qué título para una tienda! Hay que suponer que el que construyó la casa y puso la tienda no tuvo éxito. Si hubiera sido escritor o poeta, hubiera hecho una novela o un poema y atribuido su desengaño a una bella dama».

Azorín, en sus viajes reunidos bajo el título España , llama a la capital «ciudad vetusta y gloriosa». Y en un glorioso artículo que resume como pocos el alma de la ciudad, comienza diciendo que otras ciudades seculares, como Toledo, «ofrecen la impresión de un museo frío», mientras que en León «el espíritu de la vieja España —y esto es el todo— se respira en estas callejas, en estos zaguanes sórdidos, en estas tiendecillas de abaceros y regatones, en estos obradores de alfayates y boneteros (…). Yo he caminado absorto por estas calles». En La amada España expresa: «La tierra maragata es una de las más curiosas de España… no se conoce su origen; sus costumbres se apartan de las del resto de la nación» y rescata versos de Jovellanos: «Verdes campos, florida y ancha vega/ donde Bernesga pródigo reparte/ en onda cristalina; alegres prados/ antiguos y altos chopos que en su orilla/ bordáis en torno». «Igual que un Pilatos urbano que se lava las manos tanto de la inquietud asturiana como de la intolerancia castellana, León es la ciudad española que inspira más confianza», proclamaba Miguel Torga, uno de los escritores lusos de mayor renombre, y Dámaso Alonso cantaba: «Desde un repecho miro:/ allá al fondo, se extiende Villafranca/ del Bierzo, noble piedra, nombres altos,/ huertos secretos, siglos de pizarra/. La tarde cae. Horizontales líneas/ del sol los montes a lo lejos rayan».

Y de los superventas de antaño a los de la actualidad: el holandés Cees Noteboom, en El desvío a Santiago (también en El día de todas las almas aparece el monasterio de Sahagún enredado en la trama) escribe certeras palabras: «León: todo ha desaparecido y todo está todavía. Esta es una ciudad de reyes y una ciudad de provincias. El tuétano se ha vaciado, pero el perfume del poder te sale a veces de pronto al encuentro desde un muro, un sepulcro, una inscripción. Es una ciudad en la que el pasado está sellado. Si quieres, puedes verlo».

Más peregrinos

Paulo Coelho, concheiro impenitente, reflexiona sobre Foncebadón en El peregrino de Compostela : «Era un lugar bonito. Atrás, altas montañas y enfrente, un hermoso valle. Me preguntaba qué habría obligado a tanta gente a abandonar un lugar como aquél». Otra peregrinación, en este caso surrealista, fantástica, interior, es la que propone José Saramago en La balsa de piedra , un recorrido por las tripas de la Península Ibérica desgajada del resto de Europa, cuyos viajeros transitan también por nuestras zonas llanas («dejamos el Páramo leonés, vamos ahora por Tierra de Campos, donde nació y floreció aquel famoso predicador, fray Gerundio de Campazas»), cuyos pueblos, dice, «tienen nombre de esperanza o recuerdo». Hasta Ken Follet en uno de los best-sellers más conocidos, Los pilares de la tierra , lleva a su protagonista a cubrir el Camino («seguían asombrándole las iglesias que iba viendo en su caminar por el norte de España. Eran mucho más altas que las catedrales inglesas. Algunas de ellas tenían bóvedas de cañón fileteadas»), y en la más leída de las últimas sagas en español, la del Capitán Alatriste, sabemos bien que Arturo Pérez-Reverte hizo leonés al viejo capitán de los Tercios de Flandes: «Era una isla rocosa y desnuda, típica del Mediterráneo, en cuya cresta se adivinaban las antiguas columnas de un templo pagano; un paisaje muy diferente de las montañas leonesas de su infancia» ( Corsarios de Levante ).