De nuevo la anagnórisis

Si por algo se caracteriza la obra narrativa de Luis Leante es por la minuciosa y cuidada elaboración argumental, patente en Mira si yo te querré (Premio Alfaguara 2007) o en La luna roja (2009). Cárceles imaginarias, sigue esta misma estela; se trata de una obra ambiciosa tanto por las vicisitudes vividas por sus personajes como por los variados y lejanos escenarios.

Es difícil sintetizar el contenido de la obra, en la que coinciden dos planos diferentes. El primero, sincrónico, ofrece la situación de Matías Ferré, dispuesto a rescatar la vida de un misterioso personaje, Ezequiel Deulofeu, sobre el que tenía muy avanzada la investigación Victoria, su compañera, muerta ya. Paralelo a ese trabajo erudito, se desarrolla el segundo plano, el diacrónico. Su contenido incluye la vida turbulenta del anarquista Deulofeu (que utilizará el nombre de Ovidio Morell en buena parte de la obra) presunto autor del atentado del Corpus en la Barcelona de 1896. La trayectoria de Deulofeu resulta apasionante, sin tregua para el lector. Su condición facilita al novelista una excelente recreación de Barcelona entre los años de 1896 y 1922 y la huida a Manila de Deulofeu descubre otro mundo exótico, reflejo simbólico de ámbito de José Rizal.

Las andanzas de Deulofeu se completan con su asentamiento en Valparaíso, en un clima de novela negra. No falta la experiencia del amor, poco feliz, con Catalina Santalla. Como toda buena novela-río, dicho sea en sentido meliorativo, la obra llega a su final por cauces de información inesperada, gracias al apellido Santalla.

El capítulo 17 descubre las claves más emocionantes, definitivamente perfiladas en el capítulo 19, donde el proceso de la anagnórisis alcanza su cima con el nombre de Victoria, la compañera muerta de Matías Ferré, narrador de la obra. Victoria literaria de un final en el que culminan unas páginas de gran atractivo.