Biografía torrencial de un lingüista eminente
el cuervo blanco Fernando Vallejo Alfaguara, Madrid, 2012. 380 páginas.
El centenario de la muerte del colombiano Rufino José Cuervo, ocurrida en 1911, le sirve de motivo literario a Fernando Vallejo, para trazar esta apasionada y erudita novela biográfica del eminente filólogo. Autor de obras sobre personajes tan relevantes como José Asunción Silva o Porfirio Barba, en ésta Fernando Vallejo demuestra una vez más sus dotes excepcionales de escritor, dueño de múltiples campos del saber y crítico acerbo de ciertos aspectos y personajes. Crítica que en esta biografía carece en algunos casos de objetividad, como se indicará más adelante.
La biografía resulta apasionante por un doble motivo: por la admirable condición humana y científica de Rufino José Cuervo y por el extraordinario rescate que Fernando Vallejo hace de ella. Nacido en 1844, Cuervo es autor, entre otras, de una obra inconmensurable, el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, pero lo misterioso es el proceso de su elaboración y las circunstancias en que se llevó a cabo. De formación autodidacta, a los veintiocho años empezó el diccionario en Colombia y, ya en París, donde llega con treinta y seis años, en 1886 aparece el primer tomo y en 1893 vería la luz el segundo. Estas referencias lacónicas nada dicen del sacrifico, entrega y humildad de Rufino José Cuervo, pero Fernando Vallejo consigue rescatar su semblanza con objetividad y con pasión. Con objetividad por el inmenso y profundo trabajo erudito que lleva a cabo y con pasión porque el autor está convencido de que es «el más grande de los filólogos de este idioma y el más noble de los colombianos».
Se ha aludido en líneas anteriores a la condición acerba de las críticas de Fernando Vallejo respecto a algunos personajes; he ahí unas muestras. No parece ni razonable ni fundamentado que su antipatía por santa Teresa le lleve a escribir: «Esa monja correcaminos que iba por el mundo fundando centros de vicio, conventos, y que escribió miles y miles de leguas de una prosa cocinera digna de la mujer de san Panza…» (página 129). O que afirme de ella: «mayor adefesio no ha producido España» (página 237). No es menos ofensivo lo dicho del Rey Juan Carlos: «Juan Carlos Borbón, ladrón y cazador que le emborrachaban para que él les pueda disparar sin correr riesgos desde algún parapeto» (página 267). Son detalles que afean sin duda la condición de una obra magnífica, aun cuando su lectura exija, para apreciarla en su justa medida, el conocimiento de ciertos aspectos y nombres de la filología europea del siglo XIX y comienzos del XX.