Vidas viejas, miradas nuevas
el diario de hamlet Antonio Mingote Prólogo de Catalina Luca de Tena. Planeta. Barcelona, 2012. 168 páginas.
Quien esto escribe no sabe si la obra de Antonio Mingote (una de las más relevantes en la España del último medio siglo) ha sido apreciada en su justa medida. Había una cierta y cómoda cadencia en confirmar la genialidad diaria del maestro. Pero muy pocos admiradores de Antonio Mingote fueron conscientes de que (latente a ese motivo de la sonrisa diaria) subsistía un una cultura que iba desde Grecia y Roma y llegaba hasta el último evento cultural o hasta el estúpido chascarrillo de este país. Antonio Mingote daba así verdadero sentido democrático y popular de la cultura, tan necesitada de esa mirada en muchos momentos del pasado. Sólo al final de sus días Mingote decidió adentrarse en la literatura narrativa. El diario de Hamlet es el testamento literario de un intelectual que, a través del humor, contempló el mundo desde una perspectiva personal y bienintencionada. Obra póstuma, reúne buena parte de estos elementos, aprovechados de forma muy original. Hay en ella recursos muy elaborados que incorporan a la personalidad de Hamlet sutiles pliegues humanos. La obra es reflejo de su concepción del humor, pero lo es sobre todo de una tradición hispánica presente en nuestra literatura.
Concebida como un diario (que abarca desde el 17 de marzo de 1227 hasta el 18 de mayo del mismo año) las impresiones de Hamlet sirven de pretexto para desmitificar la egregia figura creada por Shakespeare. El lector debe ser consciente de que se halla ante la obra de un humorista excelso, que profana un mito eterno de la cultura europea, vista desde una vertiente literaria muy española. A ella pertenecen géneros como el esperpento de Valle Inclán (en su escena XII de Luces de Bohemia) la astracanada de Jardiel Poncela, el teatro del absurdo o ciertas visiones surrealistas. Desde esta perspectiva, la trama resulta baladí, pero no la visión de lo narrado, obra de un personaje muy especial, cuyo autorretrato resulta poco favorable: «Ni siquiera sé si soy Hamlet o solo el fantasma de Hamlet. Un fantasma que se desvanecerá como un pedo entre sábanas» (página 130).
El retorno de Hamlet a Élsinor para organizar las exequias de su padre y vengar su muerte, pone en marcha esta visión peculiar de la obra clásica, enriquecida con nuevos personajes, de entre los que sobresale la Tata Blaska. La visión humorística toma cuerpo a través de distintos procedimientos que incluyen, desde la utilización de expresiones coloquiales, a veces incluso malsonantes, hasta la ridiculización de personajes excelsos, de entre los que Ofelia es tal vez el más llamativo. No está ausente el recurso expresivo del anacronismo.
La variada relación de recursos humorísticos, muy elaborados, desembocan en un curioso epílogo- confesión: «Yo, Hamlet, he participado activamente y con éxito en mi propia destrucción. Hay que fastidiarse» (página 164). La originalidad expresiva halla su complementación plástica en los magníficos dibujos, prueba fehaciente de que Mingote llegaba al final de su larga vida pleno de fertilidad creativa. Un milagro que el destino reserva para sus elegidos.