Diario de León

el territorio del nómada

Los cuentos del seductor

SEIS AÑOS DESPUÉS DE LA REUNIÓN DE SU POESÍA aparecen tODOS LOS CUENTOS DE PEREIRA, AL CUIDADO DE SU CÓMPLICE ÚRSULA Y CON EL DELANTAL AMISTOSO DE GAMONEDA.

Antonio Pereira junto a Gamoneda, que en la obra de Siruela se encarga de elaborar un prólogo en el que reflexiona acerca de la obra del villafranquino

Antonio Pereira junto a Gamoneda, que en la obra de Siruela se encarga de elaborar un prólogo en el que reflexiona acerca de la obra del villafranquino

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Ernesto Escapa
León

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El volumen con los cuentos completos de Antonio Pereira (1923-2009) no muestra una simple labor de acopio, sino la versión definitiva de cada relato, deducida del cotejo de textos y variantes. Su lectura revela la seria anomalía de que el maestro español del cuento muriera sin un reconocimiento de postín. Porque cada relato añade un nuevo peldaño a su pedestal de clásico. Hubiera sido el primer cuentista en recibir el Nacional de las Letras, pero no gastó en el cortejo. Había despedido el siglo con el Castilla y León de las Letras, que sumaba al Fastenrath de la Academia, al Leopoldo Alas y al Torrente Ballester. Pereira empezó a publicar cumplidos los cuarenta y nos dejó, en cifras cabales y redondas, veinticinco libros de prosa y once de versos. Además de un pletórico legado de bonhomía y un inmenso caudal de afectos.

La trilogía de escritores que monopolizó el parnaso de León, antes de que existiera la literatura leonesa como arma arrojadiza o argumento doctoral, estaba integrada por Crémer, Pereira y Gamoneda. En aquel escenario provincial, Pereira fue emergiendo como un consumado seductor, que zurcía su obra con monástica paciencia. Primero versos, luego cuentos, más tarde novelas, y vuelta al don de la brevedad.

ACORDES DE VECINDAD

Meteoros (2006) reúne y pone en valor la poesía total de Pereira. El volumen añade al fluir de los versos la confidencia esclarecedora de un epílogo ricamente surtido de noticias y reflexiones. En los sesenta Pereira publicó sus tres primeros libros del género. Poesía de los oficios familiares, de los viajes cercanos, de la amistad derramada, de la nostalgia y el entrañamiento. Dibujo de figura (1972) ofrece señales de un tono crítico imprevisto: «Ya sabía que un muerto no es gran cosa/ en una edad de tapias y cunetas». La depuración expresiva, la cadencia narrativa y coloquial, la renuncia a la rima, parecen conducir al silencio del poeta. Luego reunirá los cuatro libros publicados, con dos series de poemas inéditos, en el volumen antológico Contar y seguir (1972). Ahí aparece Memoria de Jean Moulin , héroe de la resistencia francesa. Viva voz abrocha el volumen con una miscelánea de apuntes, complicidades y tributos de amistad.

RUMOR DEL NOROESTE

También publicó tres novelas. Un sitio para Soledad (1969) anduvo entre las finalistas del Nadal de Cunqueiro, junto a El Giocondo de Umbral. Es una narración costumbrista, estructurada en tres partes que conducen a la moraleja final: la muchacha berciana que emigra a Francia y regresa al terruño para emprender una confusa huida con padrino. Luego, La costa de los fuegos tardíos (1973) disfrazaba con envoltorio novelesco la mercancía de unos cuentos que entonces tenían difícil salida. La última y más valiosa, País de los Losadas (1978), permanece como referencia de una travesía modélica entre la propia voz, el clamor del noroeste y los tributos ambientales a la experimentación. Tampoco orilló las cavilaciones memoriales, de las que nos dejó leves apuntes en Reseñas y confidencias (1985) y en Crónicas de Villafranca (1997).

EROTISMO DIOCESANO

Pereira ha encontrado en el cuento la horma para templar el hilo a la cometa de su fantasía. En esta distancia corta, el humor del noroeste, la tierna ambigüedad, el episodio menudo, la confidencia coloquial y un tenue erotismo, que el autor registró con patente diocesana, encuentran su expresión más feliz. Es un escenario fugaz pero inolvidable, que concilia el difícil maridaje entre imaginación y realidad, modelado con sutileza de orfebre en el manejo de la palabra. La frescura de prosa y la jovialidad de los asuntos que trenzan sus relatos, junto a esa capacidad para convertir en arte lo cotidiano, no constituye sorpresa, sino la prueba de un talento narrativo que no desmaya ni languidece.

Después de un volumen primerizo de cuentos, con el que obtuvo el premio Leopoldo Alas a mediados de los sesenta, Pereira alcanzó su madurez con El ingeniero Balboa y otras historias civiles (1976). Luego depuró el oficio a lo largo de tres décadas, que dieron para siete libros más de relatos y otras tantas antologías, que en este género, como en la poesía, son un remedio muy socorrido para aspirar a nuevos lectores.

Sus últimos cuentos conectan con el universo memorial. Los transitan sus cómplices de aventura literaria, desde los más cercanos a los dioses mayores, paisanos joviales y algún adusto anfitrión palaciego con bigotes. Y se resuelven en episodios de una memoria traviesa, que nos deleita con destellos de gracejo, a la vez que muestra la cartografía de sus afinidades y pasiones más íntimas.

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