el territorio del nómada |
Orujo de cantimplora
AGUSTÍN DELGADO (1941-2012) PERTENECE A LA ESTIRPE DE LOS NIÑOS CONFINADOS EN EL SEMINARIO PARA COLECCIONAR SABAÑONES Y HABLAR EN LATÍN EN LOS RECREOS. LUEGO, EVOCARÁ SIN ATISBOS DE NOSTALGIA SU INFANCIA RECLUIDA .
De aquel tiempo perviven el tutelaje de González de Lama, la vecindad fraternal de tantos amigos ateridos y el fichaje por los jesuitas de Comillas, reservado a los alumnos más brillantes. También una estela de joven prometedor arruinada por el exceso de clarividencia, esa terca e insaciable propensión suya a desplegar estrategias. « Le llamaban Claraboya. El suelo do nació está partido en dos: Rioseco y Tapia ». La muerte del padre le obligó a pasear por los perdidos de Trobajo con la vaca de casa para asegurar la nutrición familiar. Se llamaba la Compuesta. Por allí tenía su bar caminero Rosa Durruti o paseaba con sotana José María Fidalgo, luego sindicalista notorio.
LA AVENTURA DE CLARABOYA
En los sesenta, publicó sus diecinueve números Claraboya (1963-1968), cuyas páginas supieron combinar el rescate de pérdidas y el muestrario de novedades. Los nombres de aquel lance son Agustín Delgado, Luis Mateo Díez, Ángel Fierro y José Antonio Llamas, que forman racimo generacional con Torbado, Colinas, Merino y Aparicio. La revista supo incorporar, junto a Lama, a otros escritores de la generación intermedia: Gamoneda, Pereira, Gaspar Moisés Gómez y Bernardino M. Hernando, que fue el primer director. En su tramo de mayor interés, el pilotaje de Agustín Delgado fue dotando de vuelo intelectual a la revista, donde repartía el pescado teórico bajo el alias de José Ángel Lubina. Eran tiempos troyanos en que la poesía cobijaba impronunciables objetivos cívicos y políticos. Los versos de Enzensberger, de Celan, de Hikmet traducido por Gamoneda, las audacias interiores y la reposición de figuras escamoteadas convivían con las teorías dialécticas de Kosik y el repudio severo a la asonante vacuiparla.
Una peripecia acechada por delaciones periodísticas -la hemeroteca guarda textos acusadores de Dámaso Santos, de Crémer y, ay, del mismo Lama-, especialmente temibles para una revista costeada por la Diputación. Así que la historia acabó fatal. Aquel año la ciudad hizo reina de San Juan a Mari Carmen Fraga, exaltada en las justas poéticas por Blas Piñar. Para agasajar al paternal ministro, los jerarcas provinciales no tuvieron otra ocurrencia que dejarle en la mesilla unos números de Claraboya . Evidentemente, no fue un obsequio agradecido. Y ahí terminó la aventura.
LA GUASA COMO ANTIFAZ
Hasta la publicación de Aurora boreal (1971), Agustín Delgado era más conocido por el pilotaje de la revista y por el estruendo de sus polémicas líricas que por sus versos. Su primer libro, El silencio (1967), recoge la experiencia de un verano en la emigración alemana y quedó confiscado en algún sótano, sin apenas circulación. El segundo, Nueve rayas de tiza (1968) lo publicó a sus expensas en Málaga y el tercero, Cancionero civil (1970), también salió por el mismo procedimiento, esta vez en León.
Esta primera etapa de su obra poética se devana en una mixtura torrencial, en la que la solemnidad retórica rebaja los humos del discurso con fogonazos de burla coloquial. Siempre alerta un guiño cómplice que derrumba los pujos de grandilocuencia. Es la narración convulsa de un vagabundeo sentimental que recorre desde El silencio hasta Aurora boreal , donde ya apunta el filo de la contención, la fragmentación de la intensidad. Ha librado la batalla contra la mercadería novísima, ha tomado partido hasta tiznarse en el debate de lo que ha de ser la nueva poesía, ha oficiado con exceso en la religión dialéctica, se ha pringado en tantas escaramuzas que sale de la escena con la gran mascarada del ácido Parnasillo provincial de poetas apócrifos (1975).
LA INVENCIÓN DEL SANSIROLÉ
El sansirolé es un ciruelo, un necio. Espíritu áspero (1974) y Discanto resumen su creación de los setenta. De la diversidad (1983) recoge sus seis primeros libros. En 1978 había publicado una Antología más escueta y en 1971 urdió el colectivo Equipo Claraboya. Teoría y poemas , un testamento lírico a medio camino entre la fe de vida y la respuesta a los novísimos. Las coplas de Fidelio (1998) rescatan la corriente subterránea de su lírica bufa y despendolada.
La lejanía de su periplo europeo y un retorno sin sosiego nos irán mostrando la cadencia de su obra última y más esencial, despojada de virutas. Sansirolés (1989-1993), Mol (1998), Zas (1999), ¿Y? (2007). Entreverados de sucesivas y muy iluminadoras antologías, hasta su poesía reunida en 2010, que otra vez titula Espíritu áspero (1965-2007). Ahora los versos son desplantes deshuesados, disparos verbales, pura fusilería conceptista: L A de Villena / Electrocelaya plano . Una senda acechada por el riesgo, entre el filo del hallazgo y el estruendo de la costalada.