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El espejo delator
CENSOR, JEFE DE EDICIONES AZULES, AUTOR DE ÉXITO Y PRÓSPERO GRANJERO, el NOVELISTA DARÍO FERNÁNDEZ-FLÓREZ CAYÓ al olvido DESDE una RUIDOsa NOTORIEDAd.
Había nacido en Valladolid de chiripa, como él mismo escribió en sus memorias, por el empleo militar ambulante del progenitor. Su madre no tuvo tiempo de acudir a la casa solariega de León, donde su bisabuelo, Pablo Flórez, da nombre a una de las calles que conducen a la catedral. El abuelo, Justino Flórez Llamas (1848-1927), fue arquitecto e inquieto explorador minero. Su tío Antonio Flórez (1877-1941) había sido uno de los arquitectos más importantes de la primera mitad de siglo. Autor de la Residencia de Estudiantes y del panteón institucionista en el cementerio civil, a partir de 1920 dirigió las Construcciones Escolares del Estado, donde puso en práctica la pedagogía de Cossío. En León construyó la Residencia de Ancianos de San Mamés (1915), financiada con la herencia de su abuelo, y la Escuela Normal de Maestros, en el arranque de la carretera de Asturias. Fue catedrático de Arquitectura y académico de Bellas Artes. Después de la guerra, padeció una severa depuración que adelantó su muerte.
FORMACIÓN COSMOPOLITA
Al joven Darío, una desgracia adolescente le hizo perder una pierna, condicionando su etapa de formación, aliviada con frecuentes viajes por Europa. Escalonó los estudios desde los jesuitas de Burgos a la universidad de Grenoble. En Madrid cursó Derecho y Letras, dirigiendo la revista universitaria Cuadernos . Sus primeras novelas respiran aquel ambiente cosmopolita de entreguerras: Inquietud (1931) y Maelström (1932). Más tarde, los destrozos de la contienda, que pasó recluido en Madrid, rebajaron su ambición al retrato más pedestre del entorno, aunque sin renunciar a cierto pujo intelectual. Luego sería uno de los felones («el pseudoescritor Darío Flórez») que denuncian a su compañero de facultad Julián Marías, provocando su detención y presidio en 1939. Lo cuenta Javier Marías en Tu rostro mañana . Enrolado en el ministerio de Propaganda, como director de ediciones, compartió unas cuantas sinecuras de menor cuantía con el próspero negocio avícola de una granja de pollos y ponedoras en Torrelodones.
UNA NOVELA DE ESCÁNDALO
Su empleo en la propaganda propició una secuencia de libros y breviarios que alcanzan desde los cantares de gesta hasta la huella hispana en los Estados Unidos. También menudeó antologías de clásicos para las ediciones azules, que tenía bajo su control. Zarabanda (1944) se anunció como apertura de un ciclo sin continuidad. Novela de estructura compleja, mezcla cartas y diálogos en un relato que enlaza con la novela deshumanizada y maneja su experiencia en los medios estudiantiles españoles pensionados en Europa para subrayar la brecha cultural. En el ministerio y en la radio, Darío Fernández-Flórez vivaqueó durante más de una década, hasta el ascenso a ministro en 1951 de Arias-Salgado, que nunca le perdonaría el escándalo precedente de su novela Lola, espejo oscuro.
Los censores eclesiásticos se hacían cruces ante aquella manga ancha con un plato tan fuerte para la estricta dieta del Régimen. Pero él sabía en qué cestas había que poner los huevos. Los censores de sus libros eran subalternos, como Leopoldo Panero o Valentín García Yebra, mientras él perseguía con ferocidad a los notables, como Baroja, que trataban de ir sacando a flote su obra. Pérez-Embid (1918-1974) puso veto al libro en los cincuenta hasta la llegada de Fraga. Lola había quedado finalista del Nadal que ganó el leonés José Suárez Carreño. Lola, espejo oscuro encaja en la tendencia neopicaresca que prospera esos años (Cela, Sebastián Juan Arbó, Sánchez Ferlosio) y cultiva el parentesco con la Pícara Justina. Su relato recoge la confidencia de una prostituta que desnuda la corrupción del Madrid de los cuarenta, «entregado a la codicia y a una lujuria vergonzantes».
MEMORIAS DE UN SEÑORITO
Después de Lola, espejo oscuro , Darío Fernández-Flórez hizo la travesía de los cincuenta con varias novelas, algunas colecciones narrativas y la autobiografía fantasiosa Memorias de un señorito (1956), pero sin alcanzar ya su éxito. Frontera (1953) dibuja la angustia de los exiliados ante la barrera de los Pirineos. El relato se asfixia en elucubraciones y celajes, que apenas alivia la frescura del paisaje. Personajes y episodios aparecen tintados con brocha inclemente. Alta costura (1954) aliña con moralina un testimonio expresionista que desvela las máscaras de la moda. El fracaso comercial de Los tres maridos burlados (1957) y de la donjuanesca Yo estoy dentro (1961) conduce al autor a una década de silencio. Lo rompe diez años más tarde resucitando a la protagonista de su éxito: Nuevos lances y picardías de Lola, espejo oscuro (1971), donde utiliza el recurso de la trascripción magnetofónica (presente entonces en novelas de Delibes y Torbado) para enlazar nueve relatos; Asesinato de Lola, espejo oscuro (1973); y Memorias secretas de Lola, espejo oscuro (1978). También trata de reconciliarse en las postrimerías con su linaje liberal. Pero sus nuevas Lolas ya no escandalizan a nadie.