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poesía

Ya no soy más que mi propio olvido

canción errónea Antonio Gamoneda Tusquets, Barcelona, 2012. 154 pp.

Publicado por
josé enrique martínez
León

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En el azacaneo que supuso para Antonio Gamoneda el premio Cervantes, encontró tiempo para trazar renglones que, después, con más tranquilidad, acabó convirtiendo en los esplendorosos y sombríos poemas de Canción errónea . Lo sabemos: decir Gamoneda es alzarse a honduras imprevisibles. Su fraseo, su rítmica, su música nos llegan con la extrañeza de lo distinto. Estética no acomodaticia la suya que, por fin, tras años de escritura y sabrosa marginalidad, ha sido valorada y premiada. Y sobre todo leída: no hay más que acercarse a la poesía joven para percibir versos de cuño claramente gamonediano.

¿Por qué el título Canción errónea? Un pensamiento de muerte acompaña al poeta. Y de llanto, pues aunque la lucidez pueda presentarle distintas formas de aceptación, hay una emoción interior irreprimible. Y una idea que percute insistentemente: la falsedad de la vida y de las palabras. La vida es «vértigo y luz» entre dos sombras y la negatividad se extiende como un manto negro: «Definitivamente, me he sentado/ a esperar a la muerte/ como quien espera noticias ya sabidas», dice el primer poema, en el que el poeta contempla la luz última desde la imposibilidad y la indiferencia, lo que no implica una actitud resignada, sino más bien desesperada. Muchas citas corroboran este pensamiento habitado por la negatividad: «Desprecio/ la eternidad. He vivido/ y no sé por qué»; «Ser para no ser»; «Vivir: avanzar ciegamente / hacia el gran sueño blanco». Las palabras, por otro lado, son mentirosas. De ahí que en el poemario vayan cuajando palabras de negación como imposibilidad, indiferencia, impostura, inexistencia, infelicidad, inmovilidad, deshabitado, inutilidad, incomprensible, etc. Conclusión: «No existe más que una palabra verdadera: no». Las demás, aquellas que hablan de felicidad, por ejemplo, son falsas y una más que ninguna otra: «vivir», pues carece de significado «aunque esté frecuentemente ensangrentada».

En ese vacío entre dos abismos que es la vida, hay, sin embargo, una continuidad que la acompaña dolorosa y gozosamente: la madre, con sus manos grandes y ojos de metal antiguo, y Cecilia, la nieta, un alivio para el corazón cansado del poeta. Hay otras presencias queridas: Juan Gelman, G. M. Gómez, Llamas, Vargas y otros evocados en distintos poemas. Lo cierto es que en Canción errónea podemos sorprender algunos de los poemas de más pavorosa belleza que nos ha sido dado leer. El pensamiento mortal del poeta sigue alimentando nuestra vida.

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