Diario de León

«Cada vez desconfío más de la memoria»

l. El autor británico presenta en España ‘El sentido de un final’. julian barnes habla de la novela con la que ha conseguido este año el premio man booker, uno de los más prestigiosos en lengua inglesa

El novelista británico Julian Barnes, que alcanzó la fama con la novela ‘El loro de Flaubert’

El novelista británico Julian Barnes, que alcanzó la fama con la novela ‘El loro de Flaubert’

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josé oliva (efe)

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El escritor británico Julian Barnes, último premio Man Booker por su novela El sentido de un final , destaca que conforme va madurando, desconfía cada vez más de la memoria. El sentido de un final (Anagrama/Angle) narra la relación que mantienen Tony Webster y su pandilla, a los que luego se sumó Adrian, desde la adolescencia y su promesa de que se confiarían una amistad eterna.

La mirada de Barnes conduce al lector hacia el pasado de ese grupo de amigos y a un misterioso diario de uno de ellos. Esta historia tiene algo que ver con su pasado de estudiante. «Éramos un grupo de amigos, todos en un colegio masculino, como sucedía en todos los institutos de los años 50, que dejamos de vernos al comenzar la universidad, y uno de ellos, Brilliant, era un gran tipo y muy inteligente. Durante muchos años imaginé cómo había seguido su vida hasta que en una ocasión me crucé con uno de mis compañeros en el metro y me dijo que se había suicidado veinte años atrás», ha rememorado.

Barnes se había pasado 20 años «imaginando la vida de aquel antiguo compañero, y resulta que llevaba 20 años muerto porque se había suicidado», repite con asombro. El autor de El loro de Flaubert confiesa: «a medida que me hago más mayor, desconfío cada vez más de los recuerdos y de la memoria, y la novela discurre de manera paralela a esa evolución». El protagonista, señala el autor, piensa que recuerda su vida con toda exactitud, pero en realidad, como apunta Barnes, «nuestra vida no es nuestra vida sino la historia que nos hemos explicado a nosotros mismos».

Preguntado por los orígenes de la novela, Barnes, en un ejercicio de amnesia literaria, responde que resulta difícil rastrear el principio de la novela, pero ofrece alguna pista: «mientras escribía este libro tuve muchos intercambios de impresiones con mi hermano, un filósofo que vive en Francia, especializado en Aristóteles y los presocráticos». En un primer momento, el filósofo sostenía que los recuerdos que tenemos son falsos, mientras que el escritor opinaba todo lo contrario, y de ese intercambio dialéctico «surgieron muchas ideas y reflexiones sobre el tiempo y sobre los recuerdos».

El sentido de un final pretende ser, por tanto, «un pequeño homenaje» a su hermano, quien le dijo que «en el caso de que los recuerdos de ambos no coincidan, utiliza los tuyos, que seguro que serán —aseguró— más precisos». Después de escribir la novela, Barnes piensa que la situación es peor que antes, porque ni su hermano ni él tienen la memoria intacta y quizá por esa razón Julian se dedica a escribir ficción y prefiere no hacer una autobiografía novelada.

La responsabilidad es uno de los temas que atraviesa la novela con una importancia creciente: «Pasamos en la vida de una cosa a otra, construyendo una vida más o menos coherente y creemos que sabemos lo que hemos hecho, nuestros errores, nuestros fracasos, nuestros aciertos, pero a veces una experiencia inesperada como la que vive el protagonista lo cambia todo». Y puestos a complicarlo, Barnes agrega que «muchas veces no acabamos de entender cuáles son las consecuencias de nuestros actos hasta que es demasiado tarde y no podemos hacer ya nada». Acepta que se pueda ver en El sentido de un final una cierta reflexión generacional sobre la revolución sexual de los años 60, como ya hicieron Ian McEwan o Martin Amis, pero prefiere ofrecer un matiz diferenciador: «La mayoría de la gente no vivió los años 60, aquel lema de sexo, drogas y rock & roll, hasta bien entrados los 70, y, de hecho, la gente de los 60 vivía como en los 50», dice.

En su novela también aborda la cuestión de la muerte, un tema que le interesa como escritor, no como ser humano, y del que curiosamente, apunta, se habla y se escribe menos que hace cincuenta o cien años. «Ahora no vemos la muerte como una parte del contrato que firmamos al nacer y tendemos a identificarla con la enfermedad, con ingresar en un hospital».

Cuando se le insinúa si ha dejado a su amado Flaubert para entregarse a los brazos de Henry James, Barnes comenta que «James no fue nunca grande» en su «panteón de escritores preferidos, si acaso algunos de sus relatos, pero tiene una prosa a veces complicada» y en cambio se sitúa más cerca de Edith Warthon. El sentido de un final tiene en cierto sentido relación con la primera novela de Barnes, Metrolandia y, de hecho, el propio autor ha comentado que al principio se planteó escribir una secuela de la primera, pero «en seguida» encontró «dificultades» y decidió finalmente que fuera una novela «independiente».

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