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Milagro en Maragatería
AUNQUE SÓLO VIVIÓ EN ASTORGA HASTA LOS 15 AÑOS, MARTÍN DESCALZO SITÚA aquí suS NOVELAS, AMPLIANDO EL ESCENARIO A LUGARES DE SU ENTORNO, UNAS VECES MARAGATOS Y OTRAS BERCIANOS.
A mediados de los cincuenta, después de la irrupción triunfante de Ferlosio y sus amigos del medio siglo, la novela española busca caminos de trascendencia, que la alejen del costumbrismo menesteroso. En medio de esas urgencias, surge el debate sobre la necesidad de una novela católica, pero no mirando hacia los modelos previos de nuestra narrativa, que resultan todos ellos sospechosos, sino tratando de trasladar formatos exteriores, como los que representan entonces Graham Greene, Mauriac, Coccioli, Julián Green y sobre todo Bernanos.
UNA NOVELA CATÓLICA
Pero si las referencias previas de Valera, Unamuno o Pérez de Ayala vienen teñidas de malentendidos, mayor es la desconfianza hacia Bernanos, un escritor de derechas escandalizado por la crueldad de la represión bélica que observa en Mallorca, donde escribía su canónico Diario de un cura de aldea. En otros lugares de aquella Europa, que se recupera las heridas de la guerra, la pesquisa ronda sobre si el novelista debe ser o no «un testigo de lo invisible», como proclama Moeller. En España, la cuestión se salda dictaminando que no existe novela católica, según el filósofo Aranguren, y recurriendo a la tómbola de los premios literarios para llenar el vacío. A Laforet le dan el Menorca y el Nacional, por su peor novela: La mujer nueva; a Castillo Puche el Laurel, por Hicieron partes; y a Pombo Angulo, el Don Quijote, por Valle sombrío. Las dotaciones económicas duplicaban, en el peor de los casos, la bolsa del más cuantioso de los premios de entonces. Así que había un interés por el género que no era estrictamente literario.
MESTER LEONÉS DE CLERECÍA
A esa corriente se apunta el Nadal, al premiar en Reyes de 1957 La frontera de Dios, de José Luis Martín Descalzo, que había sido niño seminarista en Astorga. Su padre era secretario judicial y en 1945 se trasladó a Valladolid, donde Descalzo prosiguió los estudios, que culminó con su ordenación en Roma, en 1953. Allí participó en la creación de la revista poética Estría, que inicia una corriente de literatura religiosa en la que se inscriben los leoneses Antonio Castro (1929), Bernardino M. Hernando (1934) y Servando Montaña (1927). Martín Descalzo volvió a Valladolid en 1953, dio clases en el seminario y colaboró en la prensa. Una extensa y detallada crónica de Delibes da noticia de aquel Nadal, que dejó en la estacada novelas de López Pacheco, de Ferres, de Lera, de Jorge Cela, de Fernando Morán y de Juan García Hortelano.
Antes del Nadal, había ganado el premio Ínsula de poesía en 1952 y el Naranco de novela en 1953, con Diálogo de cuatro muertos . Fue periodista de éxito en prensa (director de Blanco y negro ; redactor jefe de Abc) y televisión, novelista, poeta y autor teatral. Sin embargo, el escenario de sus novelas fue siempre Astorga, que convierte en Irola o Turia, y un pueblecito de su diócesis: Torre de Muza. La Frontera de Dios es una novela apresurada, a la que estorba la simplicidad de su planteamiento. En un lugar castigado por la sequía, Dios convierte en profeta al guardavías, que se llama Renato. El buen hombre va haciendo milagros que desconciertan a la mayoría, a la vez que irritan a los poderosos. Al final, la gente se decepciona, porque no puede dirigir la milagrería de Renato a su capricho, y lo asesinan.
LA GUERRA EN EL BIERZO
La frontera de Dios alcanzó quince ediciones y está traducida a ocho idiomas. Sin embargo, Gracia y Ródenas, en la más reciente Historia de la Literatura Española (2011) afirman un par de veces que es una novela sobre los curas obreros. En fin. Escrita con descuido y un tanto a vuelapluma, atropella ambientes y personajes para endosar su tesis, que fustiga al catolicismo adocenado, mientras resalta los conflictos humanos que plantea una relación activa con Dios. El hombre que no sabía pecar (1961) la firmará como Martín de Azcárate, por dificultades con la jerarquía. La novela se sitúa en la amurallada Astorga (Turia) y nos muestra a un ex seminarista que decide ofender a Dios, porque ha dejado morir a su madre en pecado. Pero el cura David lo rescata de esa deriva y termina encauzando su vuelta al redil.
Lobos, perros y corderos (1978) discurre en Torre durante cinco días de julio de 1936 y plantea la responsabilidad de la Iglesia en la guerra civil. En el relato se muestra que la represión salpicó por igual a ambos bandos y cuando el joven cura protagonista trata de parar la venganza de los suyos, lo despiden, para que no siga dando la lata con sus admoniciones. El demonio de media tarde (1982), sobre la impostura de los matrimonios sin amor, vuelve a situar en Turia una peripecia que bordea el folletín.