Cien años de cuentos de los Grimm
l. De como dos huérfanos moldearon la fantasía de millones de niños. los hermanos alemanes se sirvieron de la mitología y las tradiciones alemanas para sus grandes ficciones
Érase una vez un matrimonio residente en Hanau (Alemania), que tenía dos hijos llamados Jacobo (1785-1863) y Guillermo (1786-1859). De improviso, a los 44 años, murió el padre, que era magistrado de distrito, y ambos se quedaron huérfanos. El mayor se volvió serio y el pequeño tornose enfermizo. Todos los conocerían como los Hermanos Grimm. Ya en la escuela, tuvieron la gran suerte de encontrarse a un sabio maestro que les descubrió el enorme tesoro de una biblioteca de libros viejos con los cuentos más maravillosos que jamás habían leído. Ello les marcaría de por vida, ya que los dos hermanos comenzaron a interesarse por los cuentos del folklore que escuchaban, sobre todo de labios de las mujeres que aligeraban las largas horas que pasaban hilando lino contándose historias aderezadas de aventura, romance y sortilegio.
Relatos infantiles del hogar
Poco a poco, Jacobo y Guillermo fueron conformando su propio tesoro: un libro de bellos cuentos de hadas, llenos de magia y de peligros, de lealtad y de bribones. La primera edición de 88 ficciones se tituló: Los cuentos infantiles del hogar y se editó en su mismo país en 1812. En sus páginas figuran personajes tan celebrados como la Cenicienta, la Bella Durmiente, Blancanieves, Caperucita Roja, Rapunzel, Rumpelstiskin, Hansel y Gretel, Juan sin miedo, Pulgarcito… y girando en su derredor un carrusel de brujas, sirvientas, soldados, madrastras, enanos, gigantes, lobos y demonios.
Inicialmente, la colección no se dirigía a los niños. Es más, a lo largo de casi todo el siglo XIX, maestros, padres de familia y figuras religiosas, particularmente en Estados Unidos, condenaban los cuentos de los Grimm debido a su crudo e incivilizado contenido. Pero, no tardando, ambos hermanos «editaron» -refinando y suavizando- esos relatos para atender la creciente demanda de literatura infantil surgida al amparo de la consolidación de la clase media urbana. En consecuencia, las crueles madres se convirtieron en antipáticas madrastras, los amantes solteros se volvieron castos y al padre incestuoso ahora se le asignó el papel de demonio. A su mayor difusión contribuyeron los editores ingleses, que tomaron la decisión de publicarlos como libros ilustrados.
En el siglo XX, los cuentos de los hermanos Grimm reinaron en los hogares con críos. Sus historias se leían como sueños hechos realidad: apuestos jóvenes y hermosas chicas armados de magia vencen a gigantes, brujas y bestias salvajes. Escapan de adultos malvados y egoístas. Inevitablemente, la chica y el chico se enamoran y viven felices para siempre. Hoy en día, conservan plenamente su poder de fascinación. Y los padres siguen contando estas historias, pues sus lecciones ayudan a socializar a sus hijos, a introducirlos en la vida: cumple tus promesas, no hables con desconocidos, trabaja duro, obedece a tus padres. Según los mismos Grimm, los relatos servían como un «manual de buenos modales».
Curiosas interpretaciones
Estudiosos y psiquiatras han apagado la belleza de estos cuentos tratando de buscar sesudas explicaciones a sus historias. Así: ¿Arrojar la rana simboliza el despertar sexual de la princesa cual sugirió el psicólogo freudiano Bruno Bettelheim, o acaso la princesa representa un modelo de un rol feminista al desafiar la autoridad patriarcal de su padre, el rey, como se pregunta el folclorista alemán Rörich? O quizás, una rana no es más que una rana. También, ideólogos y propagandistas hicieron de las suyas. Por ejemplo, los teóricos del Tercer Reich formaron de Caperucita Roja un símbolo del pueblo alemán, que se salva del feroz lobo judío, por lo que, al final de la Segunda Guerra Mundial, los aliados prohibieron su publicación en Alemania, por entender que habían contribuido a la barbarie nazi. Más tarde, en los años setenta, universidades de Europa y Estados Unidos condenaron a estos cuentos como promotores de una visión sexista del mundo y dominada por la despótica autoridad.
Las influencias alemanas
El origen de muchos de los cuentos de los Grimm remite sin duda al conjunto de Europa y al Medio Oriente. No obstante, el investigador Heinz Rölleke ve claras algunas influencias teutonas en el amor a los desposeídos, la sencillez rústica y el decoro sexual. La vida alemana del medievo colorea las narraciones. Por toda Europa los niños eran con frecuencia descuidados y abandonados como Hansel y Gretel. Y las mujeres acusadas de brujería quemadas en la pira, como la malvada suegra de Los seis gansos . «La crueldad de las historias no surgió de la fantasía de los Grimm», opina Rölleke. Reflejaba la ley y el orden imperantes en los tiempos antiguos.» Aunque tal vez el más alemán de los toques sea la omnipresencia del bosque. Es en él donde los héroes confrontan a sus enemigos y vencen el miedo y la injusticia. Y es que, tradicionalmente, la sociedad rural alemana dependía del wald o bosque. Aquí, donde los granjeros alimentaban a sus cerdos con bellotas, los nobles cazaban venados y los leñadores escogían los troncos de donde saldrían las macizas vigas que aún se ven en los establos y casas de los pueblos de Hesse.
El componente curativo
Bruno Bettelheim promovió el valor terapéutico de los cuentos de los hermanos Grimm y los llamó «grandes reconfortantes». Al confrontar temores y fobias, representados por brujas, madrastras despiadadas y lobos hambrientos, los niños se percataban de que pdían controlar sus ansiedades. En nuestra actual sociedad capitalista, el éxito se basa, casi en exclusiva, en acumular más y más dinero. Y así, mal vamos. En realidad, el verdadero éxito debiera consistir en hacer lo que realmente nos gusta y en hacerlo bien, aportando algo que fortalezca a los demás. Esto es lo que consiguieron los hermanos Grimm —transmitiéndonos su gusto por la lectura y su pasión por la literatura—, permitiéndonos a toda suerte de lectores abrir sus libros con esa llave de oro de la imaginación. Cartógrafos, pues, de la ilusión, los hermanos Grimm nos muestran en sus cuentos la búsqueda de una felicidad que casi ninguno de nosotros conoce, pero que todos creemos posible. Podemos identificamos, sí, con los héroes de sus historias y convertirnos así, en nuestra imaginación, en los verdaderos dueños de nuestros destinos.