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«Mi vida sería más pobre sin la literatura»

l. . Empezó a escribir «azuzado por la curiosidad». Veinte libros después, Raúl Guerra Garrido sigue en la brecha. escribir es como masturbarse, debe ser satisfactorio. si no es así, «no te toques». es el consejo de guerra garrido, aquel chaval que hace tan solo ‘un rato’ pasaba los veranos en cacabelos «en estado selvático»

raquel p. vieco

Publicado por
n. g. sabugal
León

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Cacabelos y el Bierzo son a Guerra Garrido como Macondo a García Márquez y Yoknapatawpha a Faulker. Su territorio mítico. Y no necesita aliños, porque el lugar en el que Francisco Antonio Méndez Novoa creyó descubrir en 1846 la cuadratura del círculo y en el que el tío del escritor, Antonio Guerra, creó la Cola-York rediseñando la famosa Coca-Cola no necesita echarle mucha invención al cuento. Así que la literatura de Guerra Garrido está hecha de mencía, de wolfram, de los veranos en esa villa en la que su abuelo boticario, José Garrido, recetaba jarabes para la tos y aconsejaba remedios plasmados después en un cuaderno que se perdió para siempre en el atentado etarra que destrozó la farmacia de Guerra Garrido en San Sebastián. Porque este «berciano de Madrid», escritor y farmacéutico, también se ha distinguido por su compromiso contra esos ridículos pero peligrosos encapuchados que permanecen en YouTube . Pero aquí estamos para hablar de literatura con nada menos que un Premio Nacional de las Letras y un Nadal, entre otros galardones, y sobre todo con un tipo estupendo cuya ironía no sólo denota inteligencia, sino que es la receta que podría habernos extendido al otro lado del mostrador contra una peligrosa y común enfermedad: la estupidez.

—Con la que está cayendo, ¿que saldría hoy en día de una lectura insólita de ‘El Capital’ como la que el empresario Lizarraga hacía en su novela ganadora del Nadal?

—La verdad es que ahora es una lectura absolutamente sólita e irracional. Es el capitalismo puro y duro y, como se dice, todo está lleno de gente sobrecogedora, cogedora de sobres. El capitalismo adquiere la forma de un liberalismo y entonces, claro, la naturaleza no es ética: el pez grande se come al chico. Hay que poner normas que controlen la falta de ética natural.

—El sobre con dinero negro, ¿es género epistolar o género policíaco?

—Hay un palíndromo muy bonito que dice ‘No son robos son sobornos’. Tanto funciona de una forma como de otra.

—Y ante eso, ¿qué hacemos? ¿Qué hace el escritor?

—Yo soy partidario del compromiso del escritor, del intelectual. Por un lado con su obra y por otro con la sociedad, que debe reflejarse en sus opiniones, en su punto de vista. Pero verdaderamente es muy cansado. Lo importante es seguir sin avergonzarte cuando te ves en el espejo para afeitarte.

—Su última novela es ‘La estrategia del outsider’. ¿Quiénes son los outsider de estos tiempos?

—Pues no lo sé. La estrategia del ousider es la del que contempla la escena desde fuera. Se sale bien porque está en su naturaleza o porque verdaderamente le han echado. Es un intruso o un extraño. Y desde ese punto de vista la realidad se observa con unos matices de los que desde dentro no te das cuenta porque la misma contaminación es parte de lo que tú vives.

—Cada vez hay más gente en el paro, replanteándose la vida, sufriendo un desahucio. ¿Son los outsider, se quedan al margen?

—Hay una reflexión en el libro en la que se habla de cuáles son los outsider , quiénes son los que la sociedad ha expulsado más. Bueno, pues hay dos grupos: los inmigrantes en general, y ahí también pueden estar los parados, los que se han desplazado, y por otro lado los viejos, que es un material de derribo con poco aprovechamiento.

—Precisamente usted trató este fenómeno migratorio en su segundo libro: ‘Cacereño’, aunque era una emigración interior.

—La gente emigra cuando se queda parada, los que tienen trabajo no emigran. Otros se quedan desplazados en su propio hogar. Eso es parte de todo este paisaje terrible que estamos viendo. Pero mientras sigamos fragmentados en unidades y no haya un gobierno global que mire por los intereses de todos no arreglaremos esto. Un enemigo une mucho, si hubiese marcianos a lo mejor estábamos más unidos.

—Esto ha sucedido una y otra vez a lo largo de la historia.

—Claro, y las reacciones siempre suelen ser las mismas. Mira las huidas por carretera de la generación beat . También he encontrado un libro de Blasco Ibáñez que no conocía y que se llama El intruso . Tiene más de cien años, pero yo diría que es un plagio de mi Cacereño, que es del año 70. Me parece fascinante y además estoy encantado de que me haya plagiado Blasco Ibáñez.

—Ahora nos dan la tabarra con los emprendedores, como si la gente que no tiene trabajo es porque quisiera. ¿Deberíamos ponernos todos a fabricar Cola-York como su tío Antonio?

—Bueno, la verdad es que no hay que olvidar una cosa: somos los padres de la novela picaresca y en tecnología hemos inventado una cosa en la que somos imbatibles, que es la chapuza. Entre la picaresca y la chapuza ahí vamos. Dos españoles sólo se ponen de acuerdo por un malentendido. Además, la globalización va por otros caminos y no por el de una globalización política que tenga a todos los ciudadanos como miembros de un colectivo común. Mientras eso no exista no hay nada que hacer.

—En sus libros siempre vuelve al Bierzo: ‘El año del wolfram’, ‘Viaje a una provincia interior’, ­‘El otoño siempre hiere’. ¿Las raíces familiares siempre nos atan a un territorio?

—Sí, se suele decir que uno es de donde hace el Bachiller y yo lo hice en Madrid, pero soy un berciano de Madrid porque para mí tuvieron mucha importancia esos veranos interminables que pasé en un estado casi selvático en casa de alguno de mis tíos. Suponían un cambio radical y ahora lo veo como algo divertidísimo. En el Bierzo yo era el paleto de Madrid que no había visto crecer la hierba ni parir a la burra, y cuando mis primos venían a Madrid ellos no habían visto el semáforo. Es algo muy entrañable. Y resulta que mi territorio literario de ficción es el Bierzo que existe en realidad.

—En ‘La estrategia del outsider’ juega con varios estilos y géneros: el teatro, el aforismo, el dietario. ¿En cada libro busca meterse en un aprieto? —Normalmente me gusta mucho trabajar con la estructura. En este caso la estructura consistía en dejarse llevar, pero con el punto de vista de cómo pasan los años y cómo uno intenta mantenerse digno. Hay muchos juegos de palabras y muchos juegos particulares.

—Algunos vinculados a León.

—Sí, empiezo haciendo una referencia a Nuestra Señora de los Buenos Libros, una imagen que poca gente sabe que está en León, en San Isidoro. «Todo el amparo, Señora, de mi libro; en ti lo libro». Y también el nombre de esa bióloga loca pero encantadora que es Naraya. Yo no conozco ninguna chica leonesa ni berciana que se llame así existiendo un río Naraya y Camponaraya y Narayola. Es un nombre precioso.

—Y los diálogos teatrales, ¿cómo surgen?

—Siempre me ha gustado el teatro y le quise dar esa forma. Si no he hecho teatro es porque con una novela tienes que convencer al editor y ya está, pero con el teatro y el cine tienes que convencer hasta a los acomodadores.

—Usted recordaba en un artículo el consejo de Baroja a quien quería ser escritor: irse a Madrid y ponerse a la cola. Usted no lo hizo, pero lo consiguió. ¿Cuál es entonces el buen consejo?

—Es que la cola sigue siendo la misma. Yo creo que si te gusta escribir no debes preocuparte de más y, si eso no es suficiente, déjalo. Como todos los oficios artísticos o creativos, si no es autosatisfactorio por sí mismo no tiene sentido que lo hagas. Es como la masturbación; si no te gusta, no te toques.

—Única pregunta sobre este tema: ¿Cómo ve la situación del País Vasco?

—Pues mal. Soy francamente pesimista porque los nacionalistas cuanto más radicales más van ganando el partido.

Usted ha dicho que su vida ha sido una excusa para escribir una novela. ¿Se plasma en los libros lo que no se consigue con el paso de los años?

—Es una forma de decir que mi vida hubiese sido mucho más pobre, menos interesante, si no hubiese hecho literatura. Y es verdad, porque yo era un lector empedernido desde pequeñito y se me ocurrían muchas historias y siempre di por sentado que escribiría. Hiciese lo que hiciese, escribiría novelas. Y hubiese sentido mucho que no hubiera sido así. Me azuzaba la curiosidad. De joven nada me estimulaba más que ver un letrero que pusiese ‘Prohibido el paso’. Eso me parecía fascinante. Y la curiosidad me llevaba por un lado a la literatura y por otro a la investigación científica. La investigación no pude seguirla cuando empecé a hacer la tesis por razones familiares, económicas, y hubiese sido terrible si hubiera perdido la otra vocación. Y la curiosidad se satisface sobre todo con la novela, donde eres el diablo cojuelo y te metes en las vidas de tanta gente.

—La cuestión de moda: ¿Cómo ve el panorama editorial con los cambios que se están produciendo por el libro digital?

—Estamos en un fin de ciclo, pero los libros se siguen vendiendo. Sobre todos libros de ayuda, libros absurdos como Cómo conseguir que su perro deje de fumar en dos semanas . Eso a la gente le gusta. Pero la literatura en papel está decayendo aunque verdaderamente el soporte electrónico aún no ha empezado. Las formas nuevas absorben un espacio mayor, pero no acaban de desplazar a las otras, que se hacen más recoletas y por eso mismo más interesantes.

—Y la próxima será...

—En la próxima me bajo, no sé.

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