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En el principio era el verso

l. La muerte, el amor, la soledad, la memoria, el hambre, el hombre, la poesía desde la encrucijada leonesa. a pesar de no encontrarse entre los líderes de ventas, la poesía es la sangre que bombea el corazón de la literatura y los poetas leoneses se encuentran entre los más grandes ‘bardOS’ DE LA CREACIÓN EN ESPAÑOL

Imagen de una de las instalaciones del artista galés Cerith Wyn Evans, ‘Visible Invisible’, en el Musac. jesús f. salvadores

León

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De adolescente leí un verso de Antonio Gamoneda que no me ha abandonado nunca: ‘La poesía no es un lugar donde van a parar los cobardes’. Bien, no se trata, ni de valentía, ni de mayor coraje, sino sencillamente de estar en el mundo de otro modo, asumiendo el proyecto de lo inexpresable desde la identificación moral y ética con la fragilidad humana, con la incertidumbre y la intemperie del que no ha cometido ningún otro delito que el de nacer». La frase, de Juan Carlos Mestre, demuestra que esa posición ética es una de las claves para entender la creación poética desde la frontera leonesa. Antonio Colinas, Antonio Gamoneda, Leopoldo María y Juan Luis Panero, Juan Carlos Mestre, Gaspar Moisés Gómez, Julio Llamazares o, por supuesto, el añorado Victoriano Crémer han logrado que sus lugares anímicos formen parte de la educación sentimental de miles de lectores. Además, tras ellos ya hay una generación de (no tan) jóvenes poetas que despuntan de manera sobresaliente en el mundo editorial. Es el caso de Ana Isabel Conejo, Raquel Lanseros, Vicente Muñoz Álvarez, Rafael Saravia, Luis Miguel Rabanal, Eloísa Otero o Luis Artigue.

Para el catedrático de la universidad de Zaragoza Túa Blesa «cualquier verso de Antonio Gamoneda compromete el pensar y vivir contemporáneo». Para el crítico, la poesía gamonediana se inserta en una tradición que tiene dos referentes clave: el Apocalipsis de San Juan y la obra de Rimbaud. «Su poesía está trazada en la perspectiva de la muerte. Al hablar de Antonio Gamoneda tenemos que recordar la frase de Maurice Blanchot: ‘se escribe siempre apoyado en una tumba’», subraya. Asimismo, para Túa Blesa, otra de las constantes en la lírica gamonediana es la certeza de que la vida está hecha de azar, de lo que no podemos comprender. Precisa además que sus versos reflejan que para el poeta y para el hombre los recuerdos vuelven «indescifrados», es decir, tal y como fueron, inmunes al paso del tiempo. «De esta manera, en Gamoneda la memoria es la posibilidad de revivir, con lo que se confunde con la vida. Se da entonces el caso de que la figuración del tiempo no es lineal, sino circular. Es tal la potencia de la memoria gamonediana que ha de llamársela pasado-presente», aclara.

El catedrático aragonés también es uno de los estudiosos que de manera más profunda se ha adentrado en los recovecos de las figuraciones literarias de otro leonés: Leopoldo María Panero. Para Túa Blesa la obra de Panero se aventura por el camino de la autodestrucción. «La disolución del yo aparece por doquier y la vida se identifica con la muerte», explica Túa Blesa. El crítico añade que una de las características del poeta es la cita continua, de Mallarmé a Dante, pasando por Cátulo. «La escritura de Panero reitera y reitera citas, en realidad un repertorio más bien reducido que incluye algunos pasajes de, entre otros, Guilhem de Peitieu yy Raimbaut d’Aurenga, Cavalcanti, Dante, Nerval, Baudelaire, Mallarmé, Yeats, Pound, Eliot, Salinas, Gimferrer y algunos más tomados de su propia escritura en un ejercicio de intratextualidad».

Blesa reflexiona acerca de la supuesta demencia del poeta y considera que en un país en el que el malditismo no ha sido frecuente puede decirse que Panero es el último maldito vivo. «El asunto de la locura y la creación es un asunto clásico de la estética», explica el erudito, que expone como exponentes a William Blake o a Vicent Van Gogh para alertar a continuación de la dificultad que entraña abordar la realidad del desorden psiquiátrico desde la teoría literaria. ¿Hasta qué punto el transtorno del poeta es elegido, hasta qué punto no es la suya sino una degeneración de la lucidez? «Es cierto que la locura potencia la creatividad. Creo que ciertas dosis de locura, indudablemente, desinhiben ciertas reglas de la creación», reflexiona. Túa Blesa destaca la variedad temática y formal de la obra del escritor. «Tiene muchísimos registros —asegura— pero a partir del momento en el que entra en Mondragón comienza su autodestrucción», explica. El catedrático añade que el infierno en vida se convierte entonces en un tema recurrente, lo que no quita para que siga existiendo una gran riqueza de lecturas. Blesa define la obra del escritor como el relato de la desolación, como el «testimonio del desastre, el acta de defunción de la vida».

Otro de los grandes de la poesía leonesa es sin duda Victoriano Crémer. Cultivador de la poesía social, fue incluido en 1952 en una Antología consultada de la joven poesía española, en la que opinaban los principales críticos. Éstos eligieron a nueve poetas y Crémer fue uno de ellos.

El mayor experto en la obra de Crémer, el catedrático José Enrique Martínez, destaca que la producción lírica de Crémer sólo se entiende como un continuum, desde Tacto Sonoro hasta El último jinete . Califica el primero como un libro fundamental, por el momento en el que apareció —coincidiendo con Hijos de la ira de Dámaso Alonso y Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre— y por la fuerza y experimentación que desbordaba. Destaca el experto que la poesía de Victoriano Crémer es como «un río de aguas contínuas, sin cortes de principio a fin», ya que sigue siempre una línea característica, sin grandes cambios, con una constante «preocupación» por la problemática existencial, «la angustia de la vida y la muerte». José Enrique Martínez sostiene que desde la Guerra Civil, Crémer participó prácticamente en todos los movimientos poéticos. «En la poesía social formó parte de este elenco de escritores que verdaderamente hicieron caminar su obra con unos objetivos de redención del humilde y esclavo», afirma Martínez, que explica que junto a Crémer han destacado poetas tan importantes domo José Hierro, Blas de Otero y Eugenio de Nora. El catedrático diferencia tres etapas en su poesía, la primera la «existencial», en la que predomina el interés por la angustia de la vida y la muerte, hasta los años cincuenta del siglo pasado. La segunda etapa sería la de la «poesía social», en la que sin dejar de lado el existencialismo, se preocupa también por el hombre de España y la guerra. En la tercera etapa se encuentra un Crémer «más calmado, con algo de melancolía sobre el paso del tiempo, con muchas muertes a cuestas, ya que a medida que uno cumple años va habitando en un páramo de muchas ausencias».

Otro de los grandes, sin duda, es Antonio Colinas. Premio Nacional de Literatura, es, en palabras del catedrático José Luis Puerto, poeta porque en él serlo es una manera de estar en el mundo. Explica Puerto que en la poesía del autor de S epulcro en Tarquinia se aúnan dos grandes corrientes poéticas, las que representan Unamuno —la preocupación metafísica— y Rubén Darío —la inquietud estética—, a las que, en el caso del leonés, habría que añadir una inquietud moral que subyace en toda su obra. Puerto se centró en la Trilogía de la mansedumbre para destacar cómo Colinas trasciende la anécdota en busca de una segunda realidad, para que el lector pueda vibrar y encontrar alguna clave del ser humano.

El profesor, que describe a Colinas como un poeta «sumamente culto» destaca que en su creación se consolidan fuentes muy divergentes y entre los temas que pueblan su obra destaca el amor, el recuerdo, el paisaje, las estaciones, la noche estrellada, la luna, el vacío, las ruinas, el mundo familiar o el Noroeste. Destaca además que, sin lugar a dudas, «la poesía es para Colinas un diálogo entre lector y creador y asegura que Colinas elige un camino intermedio, alejado de los extremos, que lo lleva a la búsqueda de una poesía que necesita más voltaje y emoción. «En la obra de Colinas el romanticismo es sustantivo y el clasicismo, adjetivo y en sus versos hay una musicalidad pura y nueva, que hunde sus raíces en la poesía clásica», remacha.

También un novelista, Julio Llamazares, ha hecho incursiones en el mundo de la poesía. Dice el autor que los versos ‘Nuestra quietud es dulce y azul y torturada en esta hora/Todo es tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve’, pertenecientes a La lentitud de los bueyes, contienen todo lo que tenía que expresar. Llamazares escribió su primer poemario en Gijón durante la primavera de 1978. Tres años después, en otoño de 1981, escribiría en Madrid Memoria de la nieve (Premio Jorge Guillén, 1982), y es entonces cuando despliega el tema fundamental de su literatura: la soledad. Destaca Irene Andrés Suarez, profesora de la universidad suiza de Neuchatel que la expresión poética, con sus redundancias, correspondencias y resonancias es la más adecuada para la transmisión de las obsesiones y de la melancolía que se cierne invariablemente sobre la producción de Llamazares. «Hallamos ya en sus poemas de juventud el germen de los motivos que preocupan al escritor: la infancia, la soledad, la comunicación con la naturaleza, la muerte, la memoria como elemento existencial y como origen de la creación, el efecto devastador del paso del tiempo y también los símbolos e imágenes: la luna, la lluvia, la nieve, que, con el paso de los años, adquirirán profundidad y contribuirán a configurar su universo tan personal y su estilo inconfundible».

Juan Carlos Mestre, flamante premio de la Crítica por La bicicleta del Panadero , se ha convertido por derecho propio en uno de los grandes de la literatura en español. Destaca Juan M. Molina Damiani que la poesía del villafranquino siempre ha perseguido recobrar lo primigenio, lo ancestral, testimoniando lo permanente del tiempo y cribando las contingencias del espacio, el rostro misterioso de lo desconocido. No se olvida Lorca de la arista reivindicativa de Mestre, de su uso de la poesía como medio de denuncia social y destaca que Mestre defiende un materialismo vinculado al hombre concreto que habita el infierno del mundo de hoy, «un infierno mortal que es preciso destruir desde el paraíso aún inconcretado de un nuevo modelo vitalista de ciudadanía».

Muchos de sus poemas han sido definidos como oraciones y plegarias: ««Defensor de que la poesía es la conciencia de algo de lo que no se puede tener conciencia de ninguna otra manera, la de Juan Carlos Mestre, lejos de representarnos realidad alguna, no hace otra cosa que mostrarnos lo real desde la realidad que su obra, ella misma, ella sola, constituye: un espacio escrito protagonizado por una voz enigmática que habla, que oficia el ritual de la palabra dicha, para acercarse al misterio de la vida. Es así, presentando el mundo, no representándolo, y mostrando la vida, no literaturizándola».

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