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«La rutina mató a Maiakovski»

l. Juan Bonilla recrea el fulgor y las miserias del poeta ruso en ‘Prohibido entrar sin pantalones’. prohibido entrar sin pantalones Juan Bonilla Editorial Seix Barral

alberto estévez

Publicado por
miguel lorenci (colpisa)

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Innovador, irreverente, iconoclasta, combativo, incendiario, excesivo, apasionado, rompedor, magistral, ególatra, narcisista, zumbado, iluminado, ingenuo o suicida. La lista de calificativos para el gran poeta Vladimir Maiakovski (1893-1930) podría alargarse ad infinitum.

Su poesía fascinó a un adolescente Juan Bonilla (Jerez, 1966), que convertido ya en escritor le dedica la cuarta de sus novelas. Prohibido entrar sin pantalones (Seix Barral) se titula esta recreación entre bizarra y gamberra de la atribulada vida de un creador singular, víctima de su propio genio al que la rutina condujo a un callejón sin salida y a acabar con su propia vida. La novela es un libérrima recreación del acenso y caída de a una de las figuras más carismáticas de la vanguardia bolchevique que fue «utilizado por Lenin y talado por Stalin».

Bonilla se adelanta con esta recreación «biográfica y poética» al 120 aniversario del nacimiento de Maiakovski, que se cumple el próximo 19 de julio. «De profesión Maiakovski» rezaba la tarjeta de visita del más notable poeta revolucionario, uno de los fundadores del movimiento futurista ruso. Lenin acabaría apropiándose de su talento y pervirtiendo su singular y revulsivo genio al someterlo a espurios intereses políticos y Stalin laminándolo.

Artista multidisciplinar mucho antes de que inventara el concepto, fue un catalizador de las vanguardias europeas. Tan admirado como odiado, su desmedida pasión por la poesía concebida con un acto revolucionario no esconde la enorme fragilidad que se pone de manifestó en su tormentosa vida amorosa. La misma pasión «a veces ingenua» que alimentó su andadura poética contaminó su vida, marcada por la relación con Lilia, esposa del crítico Ósip Brik que alimentaría la larga y apasionada relación amorosa hasta constituir uno de los tríos más famosos de la literatura universal. A Lilia Brik dedicó Maiakovski sus poemas más hermosos.

«Ahora sé que los leí en traducciones infames, pero la potencia y singularidad de esa voz poética, por contraposición a las más melosas, me sedujo en una época punki» apunta Bonilla sobre su primera y lejana aproximación a Vladimir Maiakovski. Tenía un concepto «entre ingenuo y combativo» de la poesía que Bonilla ha querido trasladar a la novela.

«Fue un pionero en el activismo poético, en tratar de romper los límites de la poesía para rebasar el papel y la página y hacerla capaz de transformar la vida» explica. «Me fascinó la ambición de los futuristas rusos, empeñado en convertir toda una ciudad e un poema o un obra de arte utilizando los muro de la calle como páginas o galería de arte».

Fue este «enamoramiento estético» por las propuestas del futurismo lo que le condujo al personaje que acabó encandilándole.»El interés por lo biográfico se debe al interés por su trabajo. Vida y obra son inseparables.

Si le hurtamos la parte novelesca de su vida o le robamos la potencia de su poesía al personaje,no habría tenido sentido escribir un libro como este». ¿Fue Maiakovski víctima de su genio? «Puede que sí, pero sobre todo del uso que se hizo de su poesía cuando triunfó la revolución bolchevique».

Pasó de ser la punta de lanza de la militante e hipercrítica vanguardia rusa a militar en la causa revolucionaria. El joven «zumbando» que aterrorizaba a los burgueses con sus vitriólicas acciones poéticas pasó a ser un propagandista de los logros Lenin. «Si no se hubiera dejado utilizar por otros su genio habría estado en buena forma hasta el final de su días» aventura Bonilla.

«Cuando escribe y recita a la contra, arengando a la masa sobre los panzudos burgueses y la mierda del zar, seduce. Pero cuando se instala en el poder, el mismo discurso es un mitin sin alma poética» señala el escritor.

Sus amigos afearon el cambio de chaqueta a un Maiakovski «que se defendió diciendo que se había acabado la hora de la poesía y comenzaba la del periodismo». Pasó de ser un poeta radical a la contra a un reportero de Lenin. Quiso trasladar el poder transformador de la poesía a la política y se estrelló. Una caída en la convención que acabaría pagando con la vida.

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