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La vigilia de los tigres

MAÑANA RECIBE JUAN PEDRO APARICIO EL PREMIO CASTILLA Y LEÓN DE LAS LETRAS, UN GALARDÓN EN CUYO ELENCO REDONDEA LA DOCENA DE LEONESES. divergente

Juan Pedro Aparicio a mediados de los años setenta

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Aquella reflexión perturbadora sobre los destinos humanos y su huella en este mundo, que transcurre a lo largo de un inquietante viaje en tren, la publicó en 1998 el Centro de Estudios Ramón Areces, vinculado al Corte Ingés, que entonces tuvo un conato de convertirse en editorial literaria. Aparicio entró en la operación de la mano del berciano José Luis Prieto, pero enseguida les cortaron el vuelo los caporales del sector. Y ahí quedó perdida la novela y, en buena medida, atascado el desarrollo posterior de Aparicio como novelista. Ahora la reedita Salto de Página. La ficción, plagada de símbolos, descorcha el caudal evocativo de un encuentro inesperado de dos paisanos de Lot, que es el nombre que toma León en las novelas de Aparicio.

Ahora, Aparicio acaba de concluir una nueva novela, todavía pendiente de publicación, que recrea la última deriva del ilustrado Jovellanos, después de unos años dedicados a la gestión cultural. La primera novela de Aparicio se había llamado antes De ducum natura y con este título estuvo entre las finalistas del Nadal 1977 y ganó el Premio Guernica en 1979, aunque no llegó a publicarse por desaparición de Zero-Zyx, la editorial convocante. Lo que es del César contiene un retrato expresionista del dictador doméstico y un esperpento sobre la melopea totalitaria. Su protagonista, el general Longuero, ya había aparecido en algún relato de El origen del mono (Akal, 1975), que fue su primer libro. La novela breve que le da título obtuvo el Premio Garbo 1974 y ha tenido un largo recorrido, hasta su edición exenta por Menoscuarto en 2009. Su lectura en voz alta ilustrará el martes la celebración cultural en la carpa de Villalar. Estos primeros libros concentran muchas de las preocupaciones de su autor, que se convertirán en constantes más o menos obvias de su mundo narrativo. Los despropósitos del absolutismo, la temeridad de la especulación científica y las fronteras de lo inexplicable son algunos de los ingredientes que dan una dimensión profunda a relatos cuyo argumento con frecuencia bordea lo insólito. Su retrato de la realidad proyecta una imagen paródica, que a veces alcanza la deformación expresionista.

La ciudad de la memoria

En 1986 aparece El año del francés , contrapunto a las nostalgias de la década prodigiosa y una de sus novelas mayores, núcleo del ciclo leonés dedicado al retrato de la provincia. La irrupción de un paracaidista francés, que salta desde la Casa Roldán a la plaza de Santo Domingo, agita la calma veraniega de la ciudad y despliega un friso de personajes en el que sobresalen la bella Valenty, a quien fractura una pierna en su caída, el poeta Álvaro, el comisario Bienzobas, unos cuantos perillanes dedicados al callejeo y las chicas francesas de los cursos de verano. Pero nada es lo que parece, así que un final sorprendente deja a sus personajes en vilo. Retratos de ambigú (1989, Premio Nadal) da una vuelta irónica a la realidad mostrenca, para superar las limitaciones de la vida provinciana. En ese proceso, incorpora la estela simbólica de Chacho, un futbolista de éxito malogrado por la guerra, las pesquisas atolondradas de Bienzobas o la severa sanción del inspector Vidal a las chapuzas del cacique Mosácula. Personajes que transitan de unos a otros de sus libros de Lot, la imagen salinizada de la provincia. La forma de la noch e (1993) es una poderosa, imaginativa y redonda parábola de la guerra civil, maltratada con su descuido y cientos de erratas por Alfaguara. Por sus páginas rugen los tigres huidos del circo Franconi, alentando la alucinación colectiva.

Viajes y relatos

Dos novelas policíacas, Malo en Madrid o el caso de la viuda polaca (1996) y La gran bruma (2001), combinan el relato de intriga y la sanción moral. Qué tiempo tan feliz (2000) recoge la memoria de los años de formación e ilumina el universo leonés de sus novelas. Después del viaje fundacional por Los caminos del Esla (1980) con Merino, descubrió en El Transcantábrico (1982) el resuello del viejo tren hullero, dando pie a su redención turística. Entre medias, se atrevió con un tema candente: Ensayo sobre las pugnas, heridas, capturas, expolios y desolaciones del viejo reino de León (1981), alegato histórico y cultural al mapa autonómico. La mirada de la luna (1997) cuenta un viaje chino. Sus últimos libros cultivan el don de la brevedad: la novela Tristeza de lo finito (2007), los cuentos de La vida en blanco (2005) o Asuntos de amor (2010) y los microrrelatos de La mitad del diablo (2006) y El juego del diábolo (2008).

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