Un muerto en la conciencia

El hijo de José» regresa, veinte años después, a su pueblo natal, un espacio mítico, el pueblo minero, «aislado y moribundo», de Vega. Regresa el hombre que «ya de joven poseía esa fuerza animal arbitraria y magnífica, irresistible para las muchachas y, con el tiempo, para las mujeres». Y renace hacia él el ya viejo de Lola, que pierde su juventud en la rutina de un bar, el nuevo de la joven Amaranta –se plantea huir con él-, acaso el de su madre, Lourdes, que guarda celosamente cartas y una foto de este hombre delgado y misterioso.

La novela, cuyo tono inquietante es una amenaza por el temor de ser tomados pueblo y vecinos por la arena –«Llovía arena», leemos al final. «Fue entonces cuando advertimos que el suelo de la plaza estaba totalmente cubierto por la arena»-, acaba con una muerte. Todo se fueron del pueblo, pero «se fueron con un muerto en la conciencia».

Contada la historia con mucha originalidad a través de un notable mosaico de personajes –los capítulos, breves, llevan su nombre-, la acción se vertebra en cuatro partes – El regreso, El asedio, La víspera, El Día del Zarrajo- cuyo hilo conductor es el Zarrajo de Carnaval: «el aspecto físico de la máscara tiene un parecido más que notable con los Jurrus de Alija del Infantado, mal que les pese a aquellos que reivindican su total originalidad».

El regreso de nuestro personaje lo pone en boca de todo el mundo y, mediante una magnífica creación de atmósferas, provoca confesiones, heridas interiores, sentimientos de amor y odio, recelos y rivalidades. «Como marionetas en manos del destino –leemos con precisión en la contraportada-, los acontecimientos se precipitan con la fecha más señalada de la localidad: el Día del Zarrajo, la jornada en la que se celebra un ancestral rito de expiación».

Una novela inquietante pero hermosa. Sustentada en breves capítulos, a esta ya de por sí agilidad narrativa, se une la variedad de los enfoques, la milimétrica construcción de la trama que se apoya en los contrapuestos interiores de los personajes y en los diálogos que entre ellos se establecen.

El ponferradino (1962) residente en Vigo, donde ejerce como profesor, Miguel Otero Furelos va construyendo una firme obra literaria, elaborada, como es el caso, con atractiva pulcritud y propuestas interesantes.