poesía
Si el silencio venció, aún late la palabra
nueva york después de muerto Antonio Herández Editorial Calambur. 142 páginas.
Al poeta Luis Rosales la muerte no le dejó completar su obra con la trilogía que pensaba titular Nueva York después de muerto. Antonio Hernández, amigo fiel, prometió al poeta herido de muerte que lo escribiría por él. Es pues un homenaje reparador, como homenaje es también a García Lorca, que sufrió y poetizó el carácter deshumanizador de la gran metrópoli, constituida en tópico de la poesía contemporánea, como muestra un copioso estudio de Julio Neira: Historia poética de Nueva York en la España contemporánea (2012).
Conocemos los hechos: en el mismo instante en que García Lorca fue asesinado se levantó La calumnia , como tituló su libro Félix Grande. La difamación persiguió a Luis Rosales toda su vida. Así que Nueva York después de muerto es también una reivindicación del maestro Rosales, como le llamaban sus amigos. Una reivindicación del hombre y del poeta. Y un acto de homenaje, ya se ha dicho, a los dos poetas granadinos, Lorca y Rosales, a quienes la muerte -tras el crimen y la calumnia- ha unido definitivamente, aunque la gloria del uno sea en el otro «parte de un infierno».
«La palabra tiene más alas que la historia». Hoy otro poeta, Antonio Hernández, puede dar alas a los versos de los dos ilustres granadinos y recalar en la urbe americana que ha suscitado atracción y rechazo por igual. El poeta evoca lo que tiene de admirable (artistas y escritores, por ejemplo) y de detestable (racismo, crímenes, hambres...). Es el Nueva York total el que quiere abarcar el poeta en una poesía que también sugiere totalidades, como si su libro fuera una ciudad de palabras que a veces son rascacielos y en ocasiones se arrastran por las grandes avenidas, palabras tan poéticas como prosaicas si el momento lo requiere, tan afirmativas y sentenciosas como expandidas en largas composiciones, tan acusadoras como reparadoras. En una segunda parte del poemario es Rosales quien habla, o Hernández a la manera de Rosales, impostando su voz, como hace con la voz de Federico, menos felizmente, en la parte última, porque ¿cómo parecerse a Lorca sin caer en el pastiche? En cambio, cuando de Rosales se trata, nos parece oír la voz del maestro: «Lo que se llama muerte es la congelación del sufrimiento»; «Quien habla sin cesar adorna lo que ignora», etc. Sí, es sobre todo el maestro Rosales, sabio de vida y generoso de humanidad, el que se nos muestra en este libro de Hernández pleno de amistad, de admiración y de recuerdo.