Diario de León

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Los infortunios del finalista

HACE 60 AÑOS, EL DECANO DE LOS ESCRITORES LEONESES PUBLICÓ ‘TIERRA DE PROMISIÓN’, UNA NOVELA DEDICADA AL EMBALSE DE LUNA. ACABABA DE ROZAR LA GLORIA EN EL NADAL Y EN EL PLANETA, PERO LA SUERTE LE SIGUIÓ SIENDO ESQUIVA. . divergente

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ERNESTO ESCAPA
León

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En la primavera de 1953, el novelista Severiano Fernández Nicolás (Montejos, 1919) firmaba su primera novela en la Feria del Libro de Madrid. Todavía faltaban más de tres años para que Franco acudiera a inaugurar el embalse de Luna, que era el segundo de la provincia. Entonces los embalses se llamaban pantanos y esa cenagosa denominación franquista encalló en nuestra memoria para no borrarse en muchos años. Aquella novela era Tierra de promisión y se publicó en abril de 1953, después de quedar finalista en la primera edición del Premio Planeta. No fue su estreno como narrador. Tres años antes, en junio de 1950, había visto la luz Las manos vacías, un volumen de relatos editado a sus expensas. Uno de los cuentos, El alma bajo el agua, ahondaba en el drama de los pueblos desalojados, recordando lo sucedido con el destierro de los cepedanos de Oliegos, hacinados el 28 de noviembre de 1945 en un convoy ferroviario con animales, enseres y los santos de la iglesia para su traslado al Coto de Foncastín, que pagaron durante años al marqués de la Conquista, heredero de Pizarro. Aquel viaje se prolongó dos días y les costó a los olegarios otras diecisiete mil pesetas de la época. Al llegar a aquel teso del Zapardiel, el pueblo nuevo estaba sin hacer y tuvieron que pasar el invierno refugiados en las corralizas del marqués. Franco no subió a Villameca, para inaugurar el primer pantano provincial, hasta el 2 de octubre de 1946. Aquel día la comitiva atropelló a un vecino de Sueros, con resultado de muerte, pero el accidente no fue noticia.

TRAGEDIA EN EL PANTANO

El primer Planeta se falló el 12 de octubre de 1952 en el Lhardy de Madrid, con un jurado por el que revoloteaban Ruano, Pedro de Lorenzo, Bartolomé Soler y varios figurantes de servicio. Ganó Juan José Mira, responsable cultural del PCE en la clandestinidad, y quedó tercero el favorito de todas las apuestas: Felipe Ximénez de Sandoval, biógrafo de José Antonio. La dotación fue de cuarenta mil pesetas. Años después, entrarían en el pelotón final del Planeta los leoneses Ventura Boris (1957: Almas sin cuerpo ), Juan Ignacio Ferreras (1958: L a última semana de noviembre ) y Victoriano Crémer (1967: Historias de Chu Ma Chuco ), aunque sólo Raúl Guerra Garrido volvería a ser finalista en 1984 con El año del Wolfram.

Tierra de promisión plantea el conflicto entre un padre y su hijo ingeniero por la construcción del embalse de Luna. Blas es alcalde de San Pedro, condenado a desaparecer, y se opone a la muerte del valle con el resto de los vecinos. Pero el autor del proyecto es su hijo Antonio, que defiende el progreso que aquel sacrificio va a suponer para el desarrollo de la provincia con los regadíos del Páramo. Los vecinos van cediendo y emigran a las nuevas tierras, mientras Blas, ya destituido como alcalde, resiste. Entonces, unas lluvias torrenciales provocan la rotura de la presa con un saldo de cientos de muertos. El pueblo de Los Barrios queda arrasado. En 1959, esta premonición se cumple en Ribadelago. La novela concluye con el apuñalamiento del ingeniero en San Pedro del Páramo. El autor había tocado un tema demasiado sensible, mostrando su cara más negra en medio de la fanfarria oficial de los pantanos.

EL ÚNICO NADAL INÉDITO

Antes de publicarse esta primera novela, la noche de Reyes de 1953, el novelista de Montejos vuelve a quedar finalista del otro gran premio literario, el prestigioso Nadal. El jurado sitúa su novela La ciudad sin horizontes por detrás de Nosotros los Rivero, de la maestra asturiana Dolores Medio, dejando relegadas dos obras excepcionales: Los bravos (la novela de Cerulleda), de Jesús Fernández Santos, y Puerta de Paja, de Vicente Risco. En esta edición pasará inadvertida La casa gris, de la roblana Josefina Rodríguez (luego Aldecoa), que sólo verá la luz medio siglo más tarde. Pero la finalista nunca llegará a publicarse. Es el único caso en la ya dilatada historia del Nadal.

Las muertes inútiles (1961) vuelve a rozar los premios Ciudad de Oviedo y Ondas, aunque la tiene que editar él mismo. Es un folletín con moraleja en el que destaca su friso costumbrista. El desahucio (1963) se refiere al derivado entonces de la Ley de Arrendamientos Urbanos, que obligaba a los familiares del inquilino fallecido a notificar el suceso al casero en tiempo y forma para no ser puestos en la calle. Obtuvo el Premio Selecciones de Lengua Española, de Plaza y Janés. Después de la tormenta (1964) es la novela del estraperlo, que protagoniza una viuda asturiana, a quien los asedios y malentendidos familiares traen hasta León. Sus libros siguientes marcan la curva declinante del narrador: Las influencias (1968), sobre el trago de las oposiciones; Crónica de un juez (1973), sobre la vida y casos que maneja en un día el magistrado; Juicios de faltas (2003) insiste en la crónica judicial; y Chamberí (2004) recrea la secuencia de varias generaciones. Recuerdos (1998) y El finalista (2007) recogen sus memorias en un tono amable y complaciente.

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