Diario de León

antonio colinas. poeta

«Cuando ya no sirven las palabras, llega la poesía»

l. Antonio Colinas está a punto de publicar su cuarto Tratado de Armonía y ‘Canciones para una música silente’. ante el ruido de la tinta que en estos tiempos emborrona el mundo de las editoriales, surge una voz libRe, heterodoxa, una voz que devuelve al libro su rol real, su papel como soporte para la creación y el pensamiento. es la voz de antonio colinas

eduardo margareto

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León

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Son estos unos tiempos en los que el papel del intelectual se ha ido banalizando hasta casi desaparecer. Antonio Colinas es uno de los pocos exponentes de un mundo casi extinto: el de los pensadores, el de los escritores a contracorriente. Poeta, traductor, ensayista, crítico.... pocas disciplinas han quedado fuera de su ámbito de trabajo. Es Colinas una rara avis que, ante el estruendo abrumador del negocio editorial, sigue trabajando en silencio, demostrando que la palabra poética es primera y original y que, a pesar de la torpeza de los que reparten dádivas entre el pesebre, la suya en particular es fundamental.

—¿Recuerda cómo fue la gestación de su primer poema?

—Sí, por supuesto. Escribí mi primer poema a los 16 años. Había tenido que partir hacia Córdoba un año antes y se produjo ese choque de la adolescencia cuando el ser humano renace de nuevo. Era un poema muy circunstancial. Verá, hay dos momentos importantes en el creador: el de quien escribe por primera vez en la adolescencia y ese instante en el que decides que debes apostar por la literatura como modo de vida. Fue un poema que brotó a través de lo emocional, un poema amoroso...

—¿Cómo fue ese desamparo, el desarraigo de tener que dejar el hogar a una edad tan temprana?

—Fue una prueba muy dura que conllevó esa carga de renacimiento de la que hablaba antes. Volvemos a nacer de una manera asombrosa y dolorosa cuando comienza una iniciación de este tipo. En la vida de todos hay un primer momento en el que se da una llamada que neutraliza el dolor, ese desarraigo... Nunca he perdido de vista la idea de que somos de todos los sitios en los que vivimos de manera activa y es una idea que he intentado inculcar a mis hijos.

—¿Qué ha cambiado desde ‘Poemas de la tierra y de la sangre’?

—Han pasado muchas cosas. No hay literatura sin vida y yo he vivido y trabajado bastante. Fíjese que ahora mismo hay 75 libros míos en primera edición. Verá, la marcha del escritor es siempre un camino que va de lo emocional a lo meditativo y esta experiencia de conocimiento va evolucionando. Puedo decir que ahora soy más vitalista.

—¿Y de qué manera se vive la vida a la altura de los sesenta?

—Ser poeta es una búsqueda de la plenitud del ser. Creo que ahora soy más equilibrado.

—Está a punto de finalizar el que será el cuarto ‘Tratado de armonía’. ¿Podría explicar qué son exactamente? ¿Se trata de poemas en prosa, de pensamientos filosóficos?

—Los Tratados de armonía son aforismos, pero también pueden verse como poemas en prosa, y a veces parecen páginas de diario. Yo diría que son meditaciones. Verá, esos tratados nacen de una decantación. No son textos que escribo a la manera de un diario sino que se asemejan más bien a una gota que va formado una estalactita.

—Siempre he pensado que la filosofía oriental es fundamental en su obra. ¿De qué manera le influyó?

—Cuando vivía en León, había en la biblioteca de La Bañeza una colección titulada El manantial. Fue uno de los primeros libros que leí junto a Los tratados de Confucio. A lo largo de mi vida, he leído libros sobre el taoísmo o el budismo, el sufismo o los libros sapienciales bíblicos por ejemplo, y cuando llegué a la mística lo hice a través de estos místicos sin dios.

—Además del cuarto ‘Tratado de armonía’, creo que está a punto de publicar un nuevo poemario.

—Sí, estoy rematando Canciones para un música silente. Son poemas, pero parecen canciones porque en ellos he emprendido un viaje hacia una poesía más depurada. Hay poemas muy breves junto a otros más extensos, con lo que no sé aún si será un libro o dos.

—El silencio es un sujeto muy presente en su obra. En cierta ocasión leí que toda palabra aspira al silencio.

—El silencio... sí, como le decía antes, el camino del poeta va de la emoción a la meditación y esa meditación nos lleva al silencio, que es el poema no escrito. Cuando termino un libro siento una gran sensación de vacío, de angustia, de que ya no tengo de qué escribir. A veces me dicen eso de que ‘Colinas es siempre Colinas’ y yo pienso ¡claro!, es que la poesía no es artificio, por eso creo que el silencio es el poema ideal, si bien no cabe entenderlo como ciertas poéticas del silencio que pueden ser engañosas. El silencio es plenitud.

—¿Hay veces en las que la palabra ya no puede nada?

—Esa es una sensación que me asalta, el hecho de que la palabra no puede expresarlo todo.

—Hay nombres que resultan fundamentales en su creación. Neruda, Aleixandre, Leopardi...

—Autores como Neruda, como Tagore, como Machado o Juan Ramón supusieron una eclosión en mi vida. Aleixandre aparece ya en otro tipo de lecturas.

—¿Cómo le conoció?

—Cuando llegué a Madrid y desde entonces tuve una gran amistad con él. Recuerdo que en cierta ocasión me dijo: «Creo que en usted hay un poeta, pero deje de escribir sonetos durante una temporada».

—¿Le cambió ese consejo en modo alguno?

—Sí, esa opinión me fue inclinando hacia una poesía más libre, si bien yo siempre he sido fiel al endecasílabo. Es una constante en mi poesía, la musicalidad.

—Sí, quería preguntarle por eso. La música siempre va delante en su obra. Pero ¿podría explicar los sentidos que la música adquiere en su poesía?

—Hay que distinguir entre la música como tema, cuyo culmen creo que está en La tumba negra, el homenaje a Bach, y la música del verso, la música que proporciona el ritmo, que es la primera condición del verso. Hay un experimento para saber si un poema tiene musicalidad. Consiste en poner el poema en prosa. Si desaparece el mensaje, entonces se trata de un poema fallido. Creo que la poesía siempre debe tener ese sentido órfico.

—Perdone que le pregunte esto, pero ¿cree que le veremos ganar en Nobel sin que aquí le hayan reconocido con el Reina Sofía, por ejemplo?

—Qué cosas me dice... Desde hace tiempo aposté por la independencia intelectual y eso es algo que, lo sé, me ha creado dificultades. Pero hay que distinguir entre la creación literaria y el mundo literario. En este ‘mundo’ hay una parte útil, la de la edición y el contacto con los lectores, pero luego hay una dificultad y es que brilla la mordaza, el cainismo... (reflexiona). Todo eso se compensa después con hechos que yo considero milagrosos, como que cinco universidades chinas me pidan que acudaa a hablar de mi poesía, o esa llamada gratificante de América, donde me encuentro con que el Fondo de Cultura Económica de México reedita mis obras completas.

—¿Para qué los premios?

—No sabría como responderle. Todos los premios tienen una componente positiva, un estímulo, para esos escritores que comienzan y necesitan los premios para publicar, pero hay otros que no sirven para nada y, además, se conceden a dedo. El mejor premio es siempre nuestra obra. Yo no puedo quejarme. Tengo lectores en todo el mundo. Ahora se acaba de publicar en Corea la traducción de mi primera novela. Lo realmente importante no son los premios sino la independencia, ser fiel a tu voz.

—Eso es cada vez más difícil en un mundo en el que el mercado se llena de productos pseudoliterarios.

—Sí, tiene razón. Cada vez es más difícil ser libre, pero es que no hay otra manera de ser poeta. La voz del poeta es una voz que va a contracorriente, que disuena. Góngora y San Juan de la Cruz nunca vieron su obra publicada. La voz del creador es heterodoxa y rebelde. Esa es su misión, la de la palabra nueva.

—¿Qué aportan los paisajes?

—Mis raíces están en León, pero yo siempre he universalizado esas raíces y eso se debe en gran parte a mis vivencias. Como le dije antes, a los 15 años tuve que irme de casa y me encontré con el mundo del sur profundo, lo que dio lugar a mi primera novela. Luego estuvieron los deslumbramientos de Italia, mi larga estancia en Ibiza, mis ‘antes y después’ en Madrid... Fue en Ibiza donde decidí que me dedicaría a escribir como profesión, con todo lo que eso implica, como poeta, pero también como crítico, como traductor... allí fue donde realicé mi entrevista a Pablo Neruda para La Revista de Occidente.

—Y volvió al norte, a sus raíces.

—Sí, aposté por mi tierra. Regresé por razones familiares, por mis hijos y la enfermedad de mis padres. Son complejas y duras, como nuestro clima, esas raíces.

—¿Qué savia aportan las raíces de León?

—Yo sí creo que hay una literatura leonesa, y la clave está en esa comunicación, en la confluencia del mundo de la infancia con lo telúrico. Se le podría remitir a la tradición oral, a las historias que nos contaban nuestros padres. Esa es la constatación, la fusión entre literatura y vida. Si ese fenómeno se diera en algunas de esas comunidades que se dicen históricas, la existencia de una literatura específica sería un tema de Estado, pero esto es León.

—Su poesía, a pesar de ser poesía, tiene muchísimos lectores.

—La poesía tiene los lectores que debe tener porque está hecha para un minoría. La poesía exige una iniciación, un estado de ánimo determinado porque se trata de un lenguaje nuevo. La poesía es esa palabra que llega cuando ya no sirve el lenguaje económico, político, sociológico. Por eso los mandatarios utilizan un verso, un pasaje poético, una estrofa en sus alocuciones. En el momento en el que ya no sirven las palabras, llega la poesía. En el momento en el que el ser humano no tenga sentimientos, dejará de escribir y leer poesía. Lo que ocurre es que en Europa hemos intelectualizado la poesía, rompiendo en cierto modo la conexión con la vida. Hace un tiempo, vi un fragmento de poesía sumeria del siglo XXV antes de Cristo. El hombre siempre ha escrito poesía. ¿Cómo no va a tener importancia?

—¿Con qué libro de Colinas se puede comenzar para hacerse lector de Colinas?

—Pues yo recomiendo siempre mi obra poética completa, los Tratados de armonía o cuatro libros de cuentos que considero muy telúricos: Leyendo en las piedras.

—¿Hace falta ser filósofo para llegar a ser un buen poeta?

—Solemos pensar que el poeta es ante todo un sentimental pero el poema es un ser que no sólo siente sino que también piensa. A mí me gusta decir que cuando la filosofía no puede continuar, la que continúa es la poesía. Esto se entiende muy bien en los estudios de Heidegger sobre Hölderling. Hay un mensaje en la poesía que siempre va más allá.

—¿Cómo concibe o cómo se enfrenta a la idea de la muerte?

—El amor, la naturaleza, la muerte... la muerte es el otro extremo de la vida. Yo siempre vuelvo a los orientales y veo la muerte como el final de un proceso, no como algo necrófilo sino como el afán de plenitud con una realidad misteriosa con la que, también, trabaja la poesía.

—¿Y lo sagrado?

—Verá, vivimos en un país con una tradición anticlerical muy infantil. La realidad es sagrada cuando no está alterada, cuando se encuentra en armonía. Hay una frase de Machado que me encanta: «El alma del poeta se orienta hacia el misterio».

—¿Ha perdido España esa categoría?

—Somos un país con raíces y valores. Fuera de aquí se nos conoce por nuestro nutriente cultural, por nuestros artistas y escritores, pero vivimos en unos tiempos en los que estamos sumergidos en la corrupción y la globalización. Yo me siento muy universalista, pero la globalización, con la filosofía del todo vale y sus ideas anarcoides y suicidas... en fin, creo que debemos evitar caer en esa tentación. Hay un lado de la globalización que es peligroso. Estamos en un sistema enrevesado y terrible. Últimamente recuerdo la frase de un ministro griego que hace años dijo que volveríamos a cultivar nuestros campos. Creo firmemente en esta idea casi virgiliana. El ser humano debe recuperar su mirada interior. Hay demasiados huertos abandonados...

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