No acabo de acostumbrarme a los afectos

La personalidad de Samuel, el protagonista, personaje sin ataduras afectivas («compartimos nuestra vida con extraños») explica el contenido de esta novela, narrada e primera persona. Cuando Samuel recibe una llamada nocturna comunicándole que Clara ha muerto, Samuel no se inmuta: «Estoy convencido de no haber conocido nunca a ninguna Clara». Pero desde su actitud de indolencia Samuel decide adoptar el papel de consorte viudo. Desde su asistencia al entierro, donde manifiesta misteriosas y efectivas armas de cinismo, su vivir diario queda marcado por el empeño de ser el viudo de Clara.

En el entierro descubre a dos personajes: Javier, con reacción violenta, y Carina, hermana de Clara, que se dirige a él por su nombre. A partir de ese momento, Samuel se empeña en ir captando detalles de Clara para incorporarlos a la semblanza que va creando de ella. Lo que es en principio una estrategia personal de identificación se transforma casi en sentimiento verdadero. La realidad y la ficción resultan inseparables. A ello se une la actitud de Carina, que mantuvo siempre con Clara una relación compleja. De ahí surge la peculiaridad de esta relación de Samuel, fluctuante entre el recuerdo, inventado y artificioso, y el sentimiento inquietante hacia Carina. El juego psicológico no tiene fin, como no tiene fin el cinismo afectivo de Samuel.

En el fondo, la novela es un juego literario muy original, en el que lo narrado se ajusta a recursos de metaficción. Por ello, el lector queda sorprendido con el desenlace, consciente de que la trampa feliz en la que ha caído es la misma en la que va a caer Carina: «Empiezo a contarle la historia de Samuel según Samuel».