Diario de León

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La mujer de tigre y llama

MARGARITA MANSO ROBLEDO (1908-1960) PROTAGONIZÓ EN SU MEDIO SIGLO DE VIDA DOS EXISTENCIAS CONTRAPUESTAS, DIVIDIDAS DE FORMA SEVERA POR EL ZARPAZO DE LA GUERRA. . divergente

Retrato de Margarita Manso, la musa de los genios

Retrato de Margarita Manso, la musa de los genios

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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El empeño por disimular las pasiones secretas de algunas celebridades de nuestra cultura ha dado curso al cabo del tiempo a un torrente de libros y confidencias. Ese desbordamiento nunca resultó tan arrollador como en el caso de Federico García Lorca, sometido durante años a las cautelas derivadas de su asesinato. Porque los escribientes de los asesinos también trataron de explicar el crimen como un ajuste de cuentas homosexual. Aquel embuste provocó una resistencia tenaz a admitir un perfil humano y literario libremente elegido. Rechazo de su familia, rota por la tragedia, y de sus amigos y allegados. De hecho, pospuso incluso el conocimiento de los Sonetos del amor oscuro hasta mediados los ochenta del pasado siglo. Y sólo hace un año se ha hecho público el nombre del destinatario, Juan Ramírez de Lucas (1917-2010), su «rubio de Albacete», el crítico de arte protagonista de la novela Los amores oscuros (1912).

A esa estela de menciones y veladuras pertenece el vínculo de Margarita Manso con Lorca, revelado al cabo de muchos años por Dalí. La película inglesa Sin límites (1908), dedicada a la relación entre Lorca y Dalí, disimula su nombre como Magdalena, una joven transgresora que interpreta Marina Gatell. Compañera en Bellas Artes de Maruja Mallo y de Dalí, Margarita Manso participó en las audacias del grupo, protagonizando un célebre episodio con Lorca y Dalí. El poeta le hizo el amor al pintor «con la seductora Margarita Manso interpuesta». Según confesó Dalí a Gibson, «tanto él como Lorca la tenían fascinada, quería siempre estar con ellos y aceptó sumisa que el poeta le traspasara su frustrada pasión por Dalí». La joven había reemplazado al pintor en el sacrificio, «pero ese sacrificio estaba compensado por el de Lorca: era la primera vez que hacía el amor a una mujer». El poeta tiene su «caballo azul de mi locura» en el escultor Emilio Aladrén. Diversas postales de la época recogen los guiños de Margarita desde Marsella o Versalles, adonde viaja con su novio pintor, y la perplejidad de los amigos. «Tampoco he comprendido nada, nada, nada a Margarita. ¿Era tonta? ¿Loca?», le escribe Dalí a Lorca. También Federico expresa su desconcierto: «Debe ser una chica grande y todo». Dos años después, interroga en su poema Remanso: «Margarita, ¿quién soy yo?» Manso/Remanso. Otra vez al descubierto el destello y la distinta huella de los desafíos.

Aquel encuentro erótico y sus consecuencias recorren el inventario de una época proclive a los excesos. Margarita era hija de un ingeniero, que murió siendo ella niña, y de una modista de alta costura en Madrid. Con 17 años se matriculó en la Escuela de Bellas Artes y en esa época la retrató un par de veces su profesor Julio Romero de Torres. Entonces, participa en la agitación del «sinsombrerismo», la rebeldía madrileña que provocó más de un altercado callejero, y acude a Silos con Maruja Mallo, Lorca y Dalí. Como no las dejan entrar con falda al monasterio, se enfundan de pantalón las chaquetas de los chicos.

LA DERROTA DE LOS SUEÑOS

Margarita Manso lucía una belleza deslumbrante y de perfil muy moderno, de la que dan testimonio sus fotografías y las confidencias fascinadas de sus amigos: Lorca, que le dedicó el poema Muerto de amor, de Romancero gitano; Dalí, que también la retrató y preguntaba por ella a Federico de forma recurrente; otros amigos de la época, como el escenógrafo Santiago Ontañón o el periodista y escritor José María Alfaro, le dedicaron entonces unos piropos de arrebato desmedido.

En diciembre de 1933, Margarita Manso se casa con el pintor falangista Alfonso Ponce de León (1906-1936), paseado en el Madrid en guerra, y ya viuda se incorporó al grupo de Ridruejo en Burgos. Su madre y su hermana Carmina (casada con un primo del teniente Castillo), morirían en el exilio. La otra hermana, María Luisa, se había casado con un Maura y falleció en la guerra. Su trayectoria es paradigma del azaroso destino de una artista intrépida vapuleada por un siglo cicatero.

Quizá por eso, los datos de su vida y las restringidas primicias de su obra nos han ido llegando filtrados por la confidencia de sus cómplices y por el pudor de los herederos. Primero, los recuerdos de Dalí y los lorquistas, la nostalgia de Maruja Mallo, las evocaciones de Concha Méndez o Ridruejo. En 2001, la antológica de su primer marido, Alfonso Ponce de León, en el Reina Sofía marcó la frontera entre las transgresiones admitidas y lo impronunciable. Después de la guerra, volvió a casarse (con Enrique Conde Gargallo, médico endocrino y plumífero editor de las Obras Completas de José Antonio) y desapareció del escenario artístico que con tanto estruendo había ocupado. Ahí arrancó su segunda vida, velada por la discreción del silencio. Al morir, la relación doliente de su esquela la encabeza el director espiritual. Quedan más casos pendientes entre los militantes de las vanguardias, a los que la dureza de la historia recluyó en los desvanes del olvido. Su obra excede con mucho la opacidad de sus nombres.

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