Diario de León

Confesiones de una infancia inquierante

Daniela Astor y la caja negra Marta Sanz Anagrama, Barcelona, 2013. 264 pp.

Publicado por
nicolás miñambres
León

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Apesar de que la novela se presenta como unas memorias infantiles, el lector no debe engañarse: está ante los recuerdos de una niña, rescatados por una mujer madura, consciente de la denuncia que quiere llevar a cabo: «A mis casi cincuenta años, no me puedo permitir un relato nebuloso de la niñez» (p.172).

El comienzo anticipa la semblanza infantil: «Me llamo Catalina Hernández Griñán. Tengo doce años. Mi madre es de pueblo (...) Estoy flacucha. Saco muy buenas notas (...) La chica más guapa del mundo es Amparo Muñoz» (p.11). Cati refleja en esos rápidos trazos su condición de niña de finales de los setenta. Es muy inteligente (lo que en ocasiones hace de ella una criatura irritante, con atisbos de Lolita) pero no supera la condición rural de su madre. Siente envidia de la familia de Angélica, su amiga del alma, menos inteligente que ella, pero con una madre que es profesora de Sociología y un padre que ejerce de don Juan. Sus diferencias sociales y psicológicas desparecen cuando ambas sueñan con los personajes del cine y de la televisión.

Este mundo personal, íntimo, contrasta con el corpus documental de los medios audiovisuales, casi todos ellos frívolos, que sirven de dudoso contexto al momento en el que se sitúa la obra. A pesar de que puede parecer en principio una novela psicológica, su verdadero objetivo es denunciar un problema complejo que Sonia Griñán, la madre, tiene que sufrir en condiciones penosas.

No es extrañar la observación de Cati en las últimas páginas: «A mis cincuenta años, aún me escandalizo con cosas de las que creí que ya no tendría que escandalizarme». Es un digno final para una novela que, desde el paraíso de la infancia, lleva al lector al desolado infierno de la denuncia.

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