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«...La vida siempre se entromete»

l. A John Banville le encantaría llegar a escribir un libro en el que la palabra fuera la única protagonista, pero.... está inmerso en una nueva novela y ha dejado aparcado de momento a su alter ego literario. su última obra, ‘Antigua luz’ es un ensayo acerca del peso de la culpa y de hasta qué punto el pasado siempre vuelve, aunque no siempre lo recordemos

El escritor John Banville el pasado miércoles en el Parador de San Marcos.ramiro

León

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Dice que en su adolescencia tuvo el sueño de ser pintor. Sin embargo, en algún lugar del camino se extravió y decidió entonces aventurarse a través del tapiz de las palabras, con las que ha creado un universo en el que la bruma de la melancolía tamiza historias de personajes de una complejidad magistral. John Banville es ya uno de los grandes. Esta semana estuvo en León para recoger el premio Leteo y, en un aparte de la gran sala capitular de San Marcos, nos dejó inmiscuirnos a través de los mundos paralelos en los que se conducen sus personajes.

—Me gustaría comenzar con el momento en el que escribe la primera frase de una novela, esa frase que da sentido a todo el libro. ¿Cómo se enfrenta a ese primer momento?

—Trabajo mucho, muy duro, y el primer párrafo es esencial, con lo que a veces estoy encima de él durante meses, pero en el fondo resulta muy extraño, porque cuando pienso en mi último libro nunca soy capaz de recordarme a mí mismo en el momento inicial, en ese instante en el que comienzo a escribir. Siempre estoy en proceso, no recuerdo el momento en que me siento y empiezo a escribir. Escribir un libro me puede llevar años, con lo que siempre que pienso en ello, me veo a mí mismo en el camino.

—¿Podría explicar cuál es su proceso de creación? ¿Cómo fabula la historia, cómo desarrolla los personajes?

—No, no, no es así. Lo primero que vislumbro son las frases, y es sólo después que aparece el argumento, los personajes. Si tengo las frases adecuadas, sé que después llegará todo lo demás, así que no planeo nada. Solía hacerlo cuando era más joven, y lo planificaba todo de manera muy cuidadosa, desde el principio hasta el final, pero ahora es más como el proceso de un sueño.

—Así que, en cierto modo, las palabras son las que le llevan a la historia.

—Todos los novelistas tienen que tener un argumento. Preferiríamos no tener que contar con ello. Escritores como Flaubert o Joyce siempre quisieron escribir un libro acerca de nada, y creo que eso es un sueño que tenemos todos los novelistas, pero la realidad es que es un sueño imposible porque nuestro material es el ser humano y su vida, así que tenemos que tratar con ello. A todos nos gustaría ser poetas y músicos porque ellos no necesitan contenido; lo suyo es puro estilo, la pureza de la idea, pero la vida se entromete una y otra vez.

—¿Cómo se siente en un país en el que hay gigantes de la literatura como Joyce?

—Pues exactamente así, como cuando nos ponemos delante de esas enormes estatuas ante las que todos encogemos y nos sentimos pequeños. Pero es un reto y un orgullo pensar cómo un país tan pequeño ha sido capaz de producir genios como ellos.

—¿Pero no siente un terrible miedo escénico?

—Por supuesto. Siempre me sentí atemorizado y aún lo estoy, pero… Verá, Emerson solía decir algo maravilloso, decía que los jóvenes se sientan en las bibliotecas a leer a Shakespeare, a Dante, a Goethe, y se sienten acobardados por ellos, pero lo que olvidan es que Shakespeare, Dante y Goethe también fueron una vez jóvenes sentados en las bibliotecas. Además, cuando eres joven y piensas en estos genios los ves como un milagro. Piensas cómo fueron capaces de escribir algo así. Pero cuando te haces viejo y comienzas a saber un poco de tí mismo, te das cuenta de que no son dioses, tan solo humanos, son grandes, pero no dioses.

—¿Cuánto tiempo le lleva a Banville escribir una novela?

—Puede llevarme dos, tres, cuatro, cinco años, mucho tiempo. Es curioso. Cuando era más joven y escribía una novela en la que permanecía, pongamos, cuatro años, al finalizar era una persona totalmente diferente, con lo que tenía que revisar de nuevo el libro porque yo ya estaba en una nueva etapa de mi vida.

—¿No se siente terriblemente solo?

—Es cierto que se trata de un trabajo solitario, pero no te encuentras solo, además, yo encuentro que la soledad es en cierto modo reconfortante. Tengo un apartamento en Dublín en el que no permito entrar a nadie. Me siento muy seguro, muy protegido cuando estoy allí. Es mi lugar. Ahora bien, sí, es un trabajo duro, pero cuando eliges ser escritor sabes que tu vida no será fácil, no sólo para tí sino para los que están a tu alrededor.

—En algún lugar leí que si no conocemos las palabras que nombran una realidad o una cosa concreta, esta resulta invisible para nosotros.

—Creo que la realidad sólo existe para mí cuando he sido empujado a ella por la fuerza del lenguaje. Escribir es la manera de hacer que el mundo sea real, es la forma que tenemos para introducimos en la existencia. Todos nos debemos a la imaginación. Si yo quiero que usted se haga real tengo que traerte a la existencia a través de la imaginación. De otra manera, no pasaría de ser más que esta silla, por ejemplo. Y ¿sabe? Hay gente que no tiene imaginación, con lo que no es capaz de crear por sí misma la realidad. El papel del escritor, por lo tanto, es también ese, animar a los demás a generar su propia imaginación, a crear su propia realidad. Cuando leemos un libro tenemos que imaginar todo un mundo porque hay vacíos cuya existencia tenemos que crear. El poder de la imaginación es absoluto.

—¿Recordamos o imaginamos? Lo digo porque yo creo que la imaginación juega un papel mucho más importante en la recreación del pasado que la memoria.

—No podría estar más de acuerdo. No recordamos las cosas como realmente pasaron sino que las imaginamos, cogemos pequeños pedazos de la memoria y hacemos con ellos un modelo que luego vamos modificando. Por eso cuando visitamos una casa a la que no hemos ido en diez años nos parece que todo ha cambiado, porque nosotros hemos ido modelando ese recuerdo. Freud decía que lo importante no era lo que recordábamos sino lo que olvidamos.

—Supongo que sería terrible recordarlo todo.

—Por supuesto pero mi pregunta es cuál es el proceso en virtud del cuál hay cosas que decidimos olvidar.

—A veces creo que por eso nada puede competir con el pasado, por eso la nostalgia lo tiñe totalmente.

—Sí, y lo increíble es pensar en qué momento el pasado se convierte en pasado. ¿Fue hace cinco minutos, cinco horas, cinco años? ¿Cuándo? Mi infancia parece más cerca de mí ahora que ayer. Así que ¿por qué? ¿en qué momento decidimos que algo se convierta en pasado? y, sobre todo, ¿por qué siempre parece tan luminoso? Creo que, aparte de por otras muchas cosas, se debe a que el presente siempre es aburrido, siempre está marcado por la rutina.

—En su obra la culpa y el remordimiento tienen un papel importante. ¿Qué papel juega el catolicismo en su obra?

—No me gusta la Iglesia. Creo que está corrompida y es una institución fundamentalmente malvada, pero le estoy profundamente agradecido porque la culpa es un sentimiento muy bueno para escribir. Te aporta el elemento trágico de la vida.

—¿La literatura irlandesa sería diferente sin ese componente?

—Creo que no. Verá. Swift, Yeats y otros tantos eran protestantes. El único católico real fue Joyce. Lo que yo creo es que no es la religión la que ha conformado la literatura irlandesa sino el lenguaje.

—¿En qué sentido?

—El inglés no es nuestro idioma. Incluso aunque llevemos siglos hablándolo, el inglés sigue siendo un idioma extraño para nosotros, así que siempre estamos interrogándolo, constantemente lo examinamos. Creo que hasta tal punto que hemos llegado a obsesionarnos con el lenguaje, y siempre estamos contando historias, estamos obsesionados por contar historias sobre nosotros.

—¿La creación y el sufrimiento van de la mano?

—Eso es un sinsentido. ¿Sufrimiento? ¿Qué sufrimiento? Yo veo el encanto de la vida. Nosotros trabajamos con el lenguaje, el más bello artefacto que tenemos los seres humanos. Y nos pasamos el día trabajando con él. Por supuesto que es duro, pero también es maravilloso y no podemos reducirlo a sufrimiento.

—Una vez dijo que el mundo era un lugar oscuro que usted encontraba eternamente divertido.

—¿Eso dije? Sí, creo que el ser humano es muy cómico. Tenemos muchos tipos de sentimientos. Odiamos y amamos. Encuentro que la gente es trágica y triste, pero también cómica. Yo mismo me considero muy cómico y el mismo proceso de envejecimiento lo es. Esta misma mañana estuve a punto de caerme y me imaginé a mí mismo anciano, desplomándome, golpeando mi cabeza en el suelo y lo encontré terriblemente divertido. Así que sí, la vida es cómica, y también triste y trágica...

—¿Cómo se siente alguien que ha conseguido tanto en el mundo literario? ¿Cómo se enfrenta al próximo libro? ¿Hay miedo al fracaso?

—Yo siempre pienso que el próximo libro será una obra maestra. Racionalmente sabes que no lo será, que será uno más, pero si no creyera que va a serlo no lo empezaría. Así que mi próximo libro será una obra maestra.

—¿Al terminar una novela la olvida o se convierte en una obsesión? ¿Cuándo se pone un punto y final?

—Paul Valéry solía decir que un libro nunca se termina de escribir, que sólo se abandona. Y es cierto. Llega un momento en el que dices: OK, ya no puedo más, lo dejo. En otras ocasiones sientes euforia, pero de nuevo llega la desilusión. Te parece que es imperfecto y que has fallado. Así que, ya sabe, el próximo será una obra maestra.

—¿Ya tiene título para esa obra maestra?

—Sí, The blue guitar, un Henry James actualizado.

—¿Alguna vez ha pensado en abandonar?

—No, nunca. Para mí escribir es como respirar. ¿Qué podría hacer si no escribiera?

—Creo que fue Beckett el que, ante la pregunta de por qué escribía, contestó: Qué quiere, no sé hacer nada más.

—Escribir es un proceso constante a través del que consigo que el mundo sea algo real para mí. Lo único que hago es intentar hacerlo bien. Lo intento y lo vuelvo a intentar. Como decía Beckett: «Da igual. Prueba otra vez. Fracasa de nuevo, fracasa mejor».

—¿Cómo consigue conjugar la esquizofrenia de Banville y Black?

—Todas las poses que adopto no son esencialmente yo. Creo que nos pasa a todos porque todos somos múltiples y no creo que a nadie le suponga ningún tipo de problema. Yo he pasado una gran parte de mi vida trabajando como periodista. Por las mañanas desempeñaba mi trabajo y por las noches escribía. Con mis dos personalidades literarias pasa algo semejante.

—Pero ¿cómo consigue meterse en los pantalones de Black después de quitarse los de Banville? Lo digo porque son dos personalidades creativas opuestas.

—Por supuesto. Cambio mi manera de escribir porque Black es un artesano, y Banville tiene ínfulas de artista. Estoy muy orgulloso de los libros de Black. Honestamente, lo hago lo mejor que puedo, pero Black es un artesano.

—¿Cómo ha sido su experiencia cinematográfica?

—Estupenda. Es un placer, una experiencia maravillosa. Me encanta ver que mis personajes se convierten en seres de carne y hueso y hablan.

—¿Ha visto ya la adaptación cinematográfica de ‘El Mar’?

—Sí. Es muy buena, muy poética y han tratado de capturar la esencia de la novela.

—¿En qué autores se sigue apoyando?

—Beckett y Joyce están ahí siempre, por supuesto, pero mi mayor influencia es Henry James, que para mi abrió el camino a la modernidad literaria, y no Flaubert.

—¿Cómo consigue generar esa atmósfera poética que casi se puede tocar?

—Trabajando. Verá, cuando era adolescente traté de ser pintor. No lo conseguí, pero aprendí a mirar el mundo de una manera determinada, con ojos de pintor y me encanta expresar eso mismo a través del lenguaje. Creo que la visión poética de la que habla llega precisamente de ahí. Hay que ser muy preciso, muy exacto para mostrar tu mundo ante los ojos de los lectores.

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