Diario de León

poesía

No tengo otra moneda que el recuerdo

las horas sumergidas Jorge de Arco I Premio de Poesía José Zorrilla, Algaida, Sevilla, 2013. 64 pp.

Publicado por
josé enrique martínez
León

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Qué representan esas horas sumergidas que dan título al poemario de Jorge de Arco? El poeta las va sacando a flote desde el abismo del olvido en un poemario ajustado, sin vanas retóricas que oculten con su hojarasca la raíz del temblor lírico que me gusta llamar emoción, una emoción transitiva que nace del corazón y de «las empinadas cuestas de la memoria» para encenderse en la aventura abierta en cada lector. Es el recuerdo el que atiza la memoria, el recuerdo de un ayer que se configura como ceniza, como océano seco y como cementerio, es decir, como algo muerto, pero que sigue causando dolor: «La lengua de la angustia / es mi semilla». Toda una serie de sentimientos van surgiendo de esa íntima aflicción: ausencias, distancias y renuncias plasmadas en ricas, aunque sobrias, imágenes o en símbolos como la isla, que acoge connotaciones diversas, como la soledad, el horizonte, el tesoro, el misterio o la aventura. Por otro lado, lo que afecta a la memoria va siempre imbuido de un hálito temporal. No es preciso que el poeta hable del tiempo, porque va inmerso en cada poema, impregnando su desarrollo y su sentido.

En poesía el recuerdo no se lo lleva el viento. La palabra tiende a fijar el pasado, aunque no pueda detener el flujo temporal. Fijar el ayer es una manera de recobrarlo, de volver a reavivar un fuego que ya es ceniza, de evocar aquel fuego, aquel cuerpo, aquella imagen «desnuda y libre como / un invierno entre llamas». Todos los sentidos cooperan en la reviviscencia poética del placer del sexo, del sabor de la piel amada, de «el tacto de tus manos de luna», de lo que fue gozo y es hoy «un vendaval de llanto / que va desperezándose / como un dulce aguacero». El único cobijo es la esperanza, «perenne deseo», y aunque esa esperanza sea escasa, «aún queda una ventana / que no ha llegado / a cerrarse». Pero el poeta sabe que el pasado no vuelve, que no hay un retorno, y acaso busque consuelo mirado hacia lo alto o tendiendo hacia el sur, donde vivió «lo siglos más hermosos de mi infancia». «Todo va poblándose de niebla», escribe el poeta. El pasado es ese humo del invierno que sólo el poeta conoce, pero que nos envuelve entre los dedos intangibles de su palabra certera y modelada por el sentimiento lírico, con un ritmo interior que evita el relumbre externo, porque su finalidad no es ganarnos por la exhibición formal, sino por el ritmo ajustado y la voz escueta.

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