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La paradoja del vencido

EL PENSADOR Y NOVELISTA LUIS MARTÍN SANTOS (1921-1988) NACIÓ JUNTO A LA DÁRSENA DEL CANAL EN ALAR DEL REY Y MURIÓ ESTA SEMANA Hace UN CUARTO DE SIGLO. COMO FILÓSOFO, NAUFRAGÓ EN LAS PLAYAS DEL DESEO MIENTRAS SU VOZ NARRATIVA era OSCURECida por UN TENAZ MALENTENDIDO. divergente

Imagen del escritor Luis Martín Santos

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ERNESTO ESCAPA
León

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La coincidencia de su nombre con el autor de Tiempo de silencio lo fue relegando de los anaqueles, de manera que ni sus libros ya casi existen. Y sin embargo, fue un maestro singular que dejó profunda huella en sus lectores y alumnos. «Novelista trascendente o intelectual, ha sido al mismo tiempo un filósofo de penetrante capacidad narrativa, un profesor teatral, un actor pedagógico, un pedagogo inmerso en la sociología, un sociólogo crítico y un crítico feroz y enamorado», en hermosa síntesis de Juan Barja, uno de sus discípulos.

EL APRENDIZAJE DE LA PASIÓN

Hijo de un telegrafista, que además era hombre de ideas, estudió Historia en Valladolid y Filosofía por libre en Barcelona, mientras hacía una mili interminable en los Pirineos vigilando las incursiones de los maquis. Ya de vuelta a casa, sobrevivió dando clases y participando con relatos y reflexiones en la tertulia poética Nubis , que fue la Espadaña del Carrión. En 1954 obtuvo la cátedra de Filosofía para Enseñanza Media y recaló en Burgos, donde dio clases en el Instituto de San Nicolás y practicó el exilio intermitente en París, Colonia o Estados Unidos, de donde trajo a la ciudad, para sus cursos de verano, a valiosos maestros, como Kart Popper o Henri Lefebvre.

Esa labor de importación de lo más vivo del pensamiento se tradujo en sucesivos cursos y simposios, que entre 1968 (sobre Filosofía de la Ciencia) y 1986 (Nuevas Corrientes Culturales) agitaron la quietud cidiana de la ciudad. En 1978 presidió el Congreso de Filósofos Jóvenes. Sus últimos años los dedicó a enseñar Sociología en la Complutense y a propagar en cursos y simposios la fascinación socrática de quien se adentra en la mentalidad de sus alumnos para revelar sus capacidades inadvertidas o incluso insospechadas. Esa complicidad le granjeó sentidos homenajes póstumos. El instituto burgalés puso su nombre a los jardines y en la facultad de Sociología y Políticas una quilla en basalto de tres metros, obra del escultor Alberto Bañuelos, evoca el carácter rompedor de sus ideas.

Aparte de diversos testimonios bibliográficos de su obra filosófica, que hacía el recorrido desde el marxismo a la sociología del deseo, Luis Martín Santos mantuvo una presencia constante en medios nacionales como articulista sensible a los vaivenes de la modernidad. Ya había publicado Una epistemología para el marxismo (1976) y un año después Teoría marxista de la revolución. Luego, al recoger en edición de Ámbito una selección póstuma de su obra dispersa, fueron quedando de manifiesto unos cuantos textos inéditos, que no le publicó El País por impertinentes con la melodía de mediados de los ochenta. Allí aborda las claves de la posmodernidad, la ciudad y el espacio, el amor y la música, los ceremoniales de la cocina y la moda, pero sobre todo repasa los excesos entonces tan celebrados de políticos, intelectuales, arlequines y chundaratas. Max Scheller, crítica de un resentimiento (1980), Diez lecciones de Epistemología (1988) y El zigzag husserliano (1990) completan su aportación filosófica.

EL COMBATE DE SANTA CASILDA

Su primer texto literario fue la obra teatral Prometeo (1970), donde escenifica la lucha de los hombres por hacerse con la fuerza de los dioses. Vio la luz tarde y su ritmo dramático todavía no transmite con fluidez el caudal desbordado de las ideas. En 1980 ve la luz su novela breve El combate de Santa Casilda , enseguida traducida al portugués y al francés, que tendrá nueva edición en 1989. En sus páginas nos ofrece una fantástica alucinación, un cuadro dominado por la magia y la leyenda. Todo sucede en torno al santuario de la Bureba, lugar milagrero que emerge en medio de un espacio desnudo, yermo, metafísico, elocuente y silencioso.

Allí se produce la batalla entre la razón y la fe, un combate demorado a lo largo de los siglos hasta que Kant intenta resolverlo con su tentativa de fe racional. Pero la virtud del relato es que no se entretiene con el debate, sino que conduce al lector por sus vericuetos anecdóticos, donde aguardan los personajes, unas veces audaces, otras chirriantes, siempre con su dimensión simbólica. La narración discurre pausada sobre una prosa plástica y muy cuidada de lenguaje, que mantiene su desarrollo en los márgenes del tiempo, de manera que esa atmósfera intemporal crea un ámbito fantástico en el que los debates más ásperos y las peripecias más descarriadas participan por igual de la pasión y del esperpento. La partida entre la razón y la fe la libran el monje Hilario y el francés René, una matemático extravagante que acaba en la horca. Al final, la razón concluye derrotada por la fe y esta por la milagrería. Los destellos de la prosa de Martín Santos consiguen un relato armonioso en el que la palpitación de sus personajes atrabiliarios sobrevive al debate de las ideas.

Sus siguientes novelas son versiones sucesivas del encuentro improbable de Nietsche y Freud en una aldea suiza. Del brasero de esa reunión imaginaria, vieron la luz dos títulos: Encuentro en Sils-María (1986) y La muerte de Dionisos (1987). Ambos gravitan entre la reflexión y la fábula, combinando la tensión del pensamiento con la pauta de unos personajes simbólicos, que persiguen el instante único en que se abrazan las constelaciones de Géminis.

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