La humillación de quien humilló
las reputaciones Juan Ramón Vásquez Alfaguara, Madrid, 2013. 139 pp.
Al final de la novela, Javier Mallarino, el protagonista, está convencido: «Sólo una cosa le gustaba al público más que la humillación, y era la humillación de quien ha humillado» (p. 136). Éste es el escollo personal que tiene que salvar, convencido de que «es muy pobre la memoria que sólo funciona hacia atrás». En esa situación se encuentra Javier Mallarino en ese momento en el que asiste a un sentido homenaje como caricaturista político del diario colombiano de mayor influencia. El acto social es un triunfo rotundo sólo afeado por la presencia de Magdalena, su ex esposa y, especialmente por la misteriosa aparición de una mujer, la periodista Samanta Leal, que le solicita una entrevista.
La presencia al día siguiente de Samanta Leal y su recuerdo lejano de algunos detalles de la casa, pone en funcionamiento el delicado mecanismo de la memoria. Samanta, en efecto, ha estado de niña en esa casa porque era amiga de la hija de Javier Mallarino. La inauguración del nuevo domicilio queda alterada por la presencia de Adolfo Cuéllar, «un congresista conservador despreciable», a quien Javier Mallarino ha ridiculizado cruelmente en una de sus viñetas. La euforia de la fiesta le permite a Adolfo Cuéllar vengarse cometiendo una atrocidad que marcará la vida de Javier Mallarino y de Samanta Leal.
El presente está marcado por el pasado y nunca podrá modificarse. De ahí la desesperación de Javier Mallarino, recordando la cita de la reina Blanca: «Es muy pobre la memoria que sólo funciona hacia atrás». Sólo le queda el consuelo de intentar salvar su libertad: «Libertad, libertad del pasado, eso era lo que ahora deseaba más que nada Mallarino». (p. 137). Pero tal vez sea demasiado tarde y su decisión profesional sólo un gesto simbólico. El pasado es una rémora que Mallarino no podrá superar, pero para el novelista es motivo y pretexto de unas páginas de turbulenta e inquietante belleza y originalidad.