POESÍA
Los que tuvimos un jardín de niños
PRADERAS DE POSIDONIa Julia Barella FHuerga y Fierro, Madrid, 2013. 72 pp.
C CJ en las ciudades (2002) fue el primer libro de poesía de Julia Barella, al que seguirían Esmeralda (2005) y Aguas profundas (2008); con el que ahora reseño, Praderas de Posidonia , completan una tetralogía con unidad formal y de factura, visible en determinados nombres que circulan por todos sus libros, como se aprecia al repasar el índice del nuevo libro: Más allá de Esmeralda , por ejemplo, remite al citado libro de 2005; pero sobre todo la presencia de ese enigmático personaje, CCJ, protagonista de libros y de distintas secciones como ocurre en Praderas de Posidonia , cuya parte central se titula Fin de CCJ en Laurenceville .
Redondea de este modo la poeta leonesa todo un ciclo de poesía que aquí da por cerrado para iniciar otro que desconocemos. Como en poemarios anteriores, en este nuevo cobra protagonismo la mujer. Se piensa el mundo con conciencia y sentimiento de mujer que puede permitirse decir: «Nada por obligación», lo que implica no someterse a los dictados de otro, ese otro con el que la convivencia ha abocado a ciertos fracasos o frustraciones. Dispone la mujer de una palanca para mover el mundo: «La mujer vive de su imaginación». Es la facultad que le permite «aligerar la carga del día a día» y apreciar que «el futuro es posible todavía», a pesar de que el tiempo va dejando huellas en el poemario: «Cuando eres joven/ no sabes,/ cuando envejeces/ no puedes». En el punto medio está la mujer madura que sabe y todavía puede. La referencia a la energía de mujer se va reiterando aquí y allá: «la mujer azul que hay dentro de mí,/ su energía»; «toda yo actúo con tanta energía...»
Dos escenarios y dos sentimientos diferentes nos salen al paso en la segunda parte del poemario: la casa y el paisaje americano de Laurenceville; allí reina cierto desamparo; aquí, la alegre claridad. La casa y su jardín tiene algo de protección, la de un pequeño y soñado paraíso; pero el de Julia Barella es muchas veces el perdido jardín de la niñez, mientras la tierra joven de Laureceville «enciende mi corazón». En la tercera parte retorna el jardín: «Para los que tuvimos un jardín de niños, / hay un recuerdo doloroso...». Pero es ya el signo de las ruinas, que fatigan a la poeta porque le recuerdan a los que amó y se han ido. El libro ha ido avanzando hacia preocupaciones como la degradación de la naturaleza y la grisura de la ciudad, en un lenguaje más expositivo y directo que tal vez anuncie la nueva senda de la poeta.