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La realidad ametrallada por el lenguaje

El sofisma ha dado paso a nuevas técnicas que saquean la esencia de la palabra para travestir el mundo. Expresiones sin significado, palabras rimbombantes que esconden naderías y circunloquios para evitar decir la verdad. Nunca como ahora el poder ha violentado tanto el lenguaje

Imagen de una obra de la artista iraní Shrin Neshat que pudo verse en una exposición del Musac

León

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Vivimos tiempos en los que el lenguaje se ha convertido en una manera de esconder la realidad, perdiendo con ello su naturaleza esencial, la de la expresarla. No es nada nuevo. Ya los griegos acudían al sofisma para persuadir y convencer, pero en estos tiempos el esquema se ha vuelto más burdo, llegando simplemente a negar la verdad por un principio de autoridad.

Destaca el académico y catedrático de Lingüística Salvador Gutiérrez que el lenguaje es el arma más contundente de los sofistas para enmascarar una realidad negra. «Por lo general, se le da un nombre sonoro y eufónico», destaca Gutiérrez, que recuerda que los políticos siempre están guiados por agencias expertas que saben con qué expresiones se puede ocultar la realidad. «Es lo que los franceses llaman langue de bois », explica el investigador. Este lenguaje de madera fue el lenguaje oficial del estalinismo del Partido Comunista Francés, que echó mano de una serie de conceptos huecos de contenido y estereotipados para moldear con él un socialismo sin contornos y apelar a un pueblo trabajador cuya fisionomía desconocía. Este langue de bois produjo multitud de anatemas y extravagantes epítetos. De esa manera, se comenzaron a usar palabras vagas, ambiguas, abstractas o pomposas con el objetivo de desviar la atención de lo verdaderamente importante o de la realidad. Es decir, el lenguaje político.

Pero, la realidad también puede esconderse evitando nombrar determinadas palabras. Ocurrió con Zapatero, que nunca introdujo en sus discursos o intervenciones la palabra ‘crisis’ y ahora con Rajoy que se niega a nombrar a Bárcenas o a llamar al aborto por su nombre, recurriendo a vaguedades como ‘asunto’.

Subraya Salvador Gutiérrez que, a pesar de lo que parece ocurrir en la actualidad, el lenguaje es una herramienta totalmente inocente. «Quien no lo es el que lo habla», recalca, y añade que el lenguaje en sí mismo puede servir para lo bueno y para lo malo. «Los hay que acuden a giros y expresiones para engañar, y recuerda en este punto la conversación entre Alicia y Hampty Dumpty de la que se desprende que el poder es quien decide qué significa qué y cuál es la realidad:

—Cuando yo uso una palabra, dijo Humpty-Dumpty con un tono burlón, significa precisamente lo que yo decido que signifique: ni más ni menos.

—El problema es, dijo Alicia, si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

—El problema es, dijo Humpty-Dumpty, saber quién es el que manda. Eso es todo.

Eso es todo. Y parece que, a pesar de la multiplicación de las redes de la información, esta pequeña aldea global cada vez está mejor dominada por el uso que del lenguaje hacen los que mandan. El poder no es neutral y, por lo tanto, tampoco lo es la representación que hace de la realidad.

Pero ¿qué instinto atávico? ¿Que fuerza en el inconsciente nos lleva a camuflar la realidad a través del lenguaje? El psiquiatra Luis Salvador López, uno de los expertos españoles en psicoanálisis, destaca que el discurso político, fundamentado en la retórica y la persuasión más que en la veracidad de los hechos, «trata de huir astutamente de la contradicción en tanto que ésta es un síntoma inequívoco de inconsistencia», si bien añade que esto no quiere decir que su razonamiento, en ocasiones consistente, sea verdadero. Introduce aquí el segundo parámetro necesario a la hora de poner en marcha el ensombrecimiento de la realidad a través del lenguaje: «De ahí el baluarte maquiavélico y artístico de la palabra política e interesada que, más allá de la verdad de los fenómenos, trata de seducir y de convencer a un oyente que se muestra presto a dejarse engañar». Es decir, para que alguien nos defraude tenemos que estar abiertos al engaño. Tampoco somos inocentes. «La estrategia formativa de este discurso pasa entonces por un razonamiento elucubrador que consiste en utilizar esperanzas e ilusiones que no caigan en evidentes contradicciones, lo cual no siempre resulta fácil a la luz de los hechos de la implacable realidad», explica. ¿Cómo funciona el inconsciente psíquico en esta supuesta labor de decir la verdad? Luis Salvador López precisa que las palabras son un medio de decir una verdad que, sin embargo, sólo puede decirse a medias. «Dicho de otro modo: no hay modo de descubrir la verdad mediante las palabras porque ellas son, por estructura, un fraude con respecto a todo aquello que tratan de definir», subraya. El experto añade que el inconsciente —ese ente ficticio y estructurado como un lenguaje que encubre un agujero— trabaja constantemente para hacer fracasar la ilusión de un discurso consciente que se cree dueño de sus pensamientos, revelando en sus pulsaciones el eco de una verdad mucho más íntima que cualquier discurso estructurado bienpensante. «En este sentido, el lapsus, el chiste, el acto fallido o la duda, en el contexto del discurso consciente, son el modo más fehaciente de poder escuchar lo más verdadero del sujeto», sostiene. Para el psicoanalista, ahí radica el control que cualquier sujeto trata de hacer de sus palabras y de sus actos, aunque como bien conocemos tarde o temprano fracase. «Sin embargo, es ahí, en donde flaquean las palabras de la conciencia, irrumpidas por el silencio o los fenómenos del inconsciente anteriormente citados, cuando se alumbra una verdad subjetiva que hace fracasar cualquier aspiración ideal del yo», destaca. El resto, el discurso estructurado que embelesa a las audiencias, no es más que la ficción embaucadora que endulza nuestra existencia, o bien, la mentira canalla y cínica que acaba perturbando el lazo social.

Luis Salvador López añade que, en cualquier caso, si alguien pretende escuchar cierto eco de verdad entre las palabras y sus efectos, que atienda con mayor consideración a la enunciación que al enunciado porque es allí en donde resuena lo más íntimo y veraz posible de cada uno.

George Orwell lo expresó con brillantez en La política y el lenguaje inglés : «En nuestra época, el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible. El lenguaje político está plagado de eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras. Se bombardean poblados indefensos desde el aire, sus habitantes son arrastrados al campo por la fuerza, se balea al ganado, se arrasan las chozas con balas incendiarias: y a esto se le llama pacificación. Se despoja a millones de campesinos de sus tierras y se los lanza a los caminos sin nada más de lo que puedan cargar a sus espaldas: y a esto se le llama traslado de población o rectificación de las fronteras»...

La historia está plagada de ejemplos con los que los poderosos han utilizado el lenguaje con ánimo de embaucar o simplemente de evitar que se conozca la realidad. «No son parados; son personas que se han apuntado al paro» ( Zapatero ), «las mentiras no se documentan» ( Cospedal, ««No es desconfianza para la mujer, es garantía para la mujer» (Gallardón ), «Por primera vez desde la II Guerra Mundial la comunidad internacional está unida» ( George W. Bush, «Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres, y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie» ( Fidel Castro ), «El mundo de hoy es muy complicado, pero se parece más al mundo real que el del siglo XX» ??? (Felipe González) . Lenguaje de madera, balas cargadas de eufemismos para ametrallar la realidad.

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