Las viñetas del ‘páter’ Trapiello
Eran las ‘Aventuras de Tiburcio y Cogollo’, costaban dos pesetas y las firmaba un cura periodista y poeta . atraviesan la selva, navegan los mares, se internan en desiertos... son dos héroes de cómic a quienes los parientes de su autor, el leonés césar trapiello, proyectan ahora recuperar y reeditar
El padre César Trapiello salía de celebrar los oficios matutinos en la Catedral, enfilaba por la calle Pablo Flórez —entonces Daoiz y Velarde— entraba en aquella redacción fría y sin ventanas y comenzaba a aporrear su Olivetti redactando con determinación y ligereza horarios de cultos y avisos eclesiásticos. En su particular faltriquera escribidora se apilaban no sólo laboriosos artículos de variado signo, crónicas, repórteres y una columna semanal de perdigón fino, Mostacilla , pero también poemas de hondo sentimiento religioso y otras composiciones que en principio parecen, si no impropias, sí muy singulares en un sacerdote de la época: sainetes, pasillos, una comedia dramática en lo que respecta al teatro y unos curiosísimos cómics que bajo el castizo título Aventuras de Tiburcio y Cogollo se vendían en el León de los años cincuenta a dos pesetas.
O no tan singulares, porque el trazo firme y con talento no le era en absoluto extraño: durante la guerra retrató al natural escenas del frente de San Sebastián para el periódico, y fue el autor de la rotulación a mano alzada —no había otro método— de todas las cabeceras del Diario de León durante muchos años. Además, en la vieja ciudad es recordado sobre todo por haber desempeñado el cargo de profesor de Caligrafía y Dibujo en el Seminario Menor, y multitud de alumnos aprendieron con él a tirar líneas de fuga y soportaron sus supervisiones secas pero justas. Y es que detrás de aquellas gafas de maestro nacional (lo fue su padre) y de aquella adustez de sotomonte se agazapaba un sorprendente y voraz lector de los tebeos que hacían furor en la posguerra y más allá: Hazañas bélicas , El guerrero del antifaz , Tintín … precisamente su personaje de Cogollo, con el flequillo enhiesto, tiene un aire al héroe de Hergé. «En realidad, las Aventuras de Tiburcio y Cogollo no son un cómic propiamente dicho sino una tira de prensa —explica Pedro García Trapiello, columnista de este periódico y sobrino de don César—; si te fijas, van de tres en tres viñetas, siempre con continuación, reclamando así la atención diaria del lector». Una vez publicadas de esa forma, su autor decidió editarlas en cuartillas de seis viñetas por página, cinco pequeños álbumes en total que en un principio costaban dos pesetas con cincuenta pero que luego fueron dos (uno de ellos conserva el papelito con el que rectificaron la cifra). Su difusión en una ciudad tan apretada como era el León de los años cincuenta resultó limitada. Por eso quienes más Tiburcios conservan en la actualidad son los alumnos de dibujo —y sus descendientes— del autor, puesto que regaló un ejemplar a casi todos. Pedro, otro buen exponente de esa extensa e ilustrada saga de escritores, periodistas, sacerdotes y maestros reunidos bajo el ancho paraguas de los Trapiello, refiere algunas curiosidades de las viñetas del ‘tío cura’. «Tienen una gran vigencia, por ejemplo una de las primeras escenas muestra a los dos paisanos, sin hacer nada, con este texto: ‘Al comenzar la historia, nuestros héroes, parados forzosos, tomaban el sol junto a las tapias del cementerio’. Y en una de las últimas: ‘Es que las hazañas de nuestros amigos habían llegado antes a Yanquilandia. No tardaron en ser cazados por el cine, la radio y la televisión, y los dólares llovieron que era un gusto’. ¡Lo que hoy desean tantos: salir de parados y acabar apareciendo en la tele!».
Pícaros que han de sobrevivir a base de astucia, pequeños robos, disfraces varios y mucho humor, las peripecias de Tiburcio y Cogollo les llevan desde Rinconera, su pueblo natal leonés, hasta Nueva York pasando por procelosos océanos, peligrosas selvas, áridos páramos infestados de bandidos… e incluso las heladas tierras de Alaska, donde encontrarán, gran sorpresa, a un paisano suyo. «Lo asombroso es que estas viñetas no son apenas doctrinales, sólo respiran aventurerismo por todas partes», refiere el autor de las Cornadas de lobo , quien también comenta que la familia lleva tiempo planeando una cuidada reedición de la obra que adjunte otras vistas y dibujos de don César, proyecto que sólo precisa de apoyos para salir adelante.
Nacido en Garrafe en 1918, César Trapiello cursó Latín y Humanidades en la Preceptoría de San Feliz de Torío y luego entró en el Seminario Diocesano de San Froilán, y ya desde sus primeros años de seminarista enviaba textos a la prensa. Tras ser movilizado en la guerra, fue ordenado sacerdote en 1940 y reanudó sus colaboraciones con este periódico, remitiendo artículos desde las diversas parroquias que regentó. Destinado a León capital en 1950, ingresó en la redacción del Diario tras haber obtenido el carnet de la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Fue también capellán del Hospicio y beneficiado de la Catedral. Autor de poemarios ( Mis palabras a Dios ) y pinturas al óleo, en el Diario escribió mucho, y otra de las cosas que hacía en aquella fría redacción era comer una de las dos finísimas lonchas de cecina que traía barajadas en una libretina que siempre llevaba consigo. «A los de las mesas de al lado les ofrecía una igual porción que rehusábamos, ‘no joda, señor cura, que igual enfartucamos...’ —rememora su sobrino—, y se empeñaba: ‘¿Gustáis?, venga, no quita el hambre pero la entretiene’... lo admirable era que, haciendo chicle el bocadito y royendo algo de pan, estiraba y disfrutaba lo increíble aquel frugal refrigerio, pues le duraba lo que dura la lectura de todas las páginas de opinión del Ya , el Abc , Pueblo y el Qué pasa entero». También recortaba crucigramas entre montoneras de periódicos («el del Abc el primero, que era el más difícil», avisa Pedro), y quizá de entre todos esos nombres de ríos, montes y dioses egipcios extraía don César los exóticos escenarios por donde trotaban Tiburcio y Cogollo...