Diario de León

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El purgatorio de los audaces

EL LEGADO DE NUESTRA EDAD DE PLATA RESULTA MÁS BIEN MAGRO Y SIGUE PENDIENTE DE AJUSTAR. EN ESE FRISO PROVINCIAL DESTACA EL NOVELISTA MENAS ALONSO LLAMAS, FALLECIDO EN 1931, RECIÉN ENTRADO EN LA TREINTENA. UN VINO DE LA TIERRA RECUPERA LA VITOLA FECUNDA DE SU NOVELA . VENDIMIARIO. divergente

El novelista Menas Alonso Llamas

El novelista Menas Alonso Llamas

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Un aroma de melancolía sepia adorna la travesía por el camino de los Carboneros desde La Bañeza a Jiménez de Jamuz, el pueblo del Culto protestante y de los alfareros de Gaudí. En Jiménez, la capilla evangélica de la Iglesia de Plymouth, remota fundación de la Primera República, acoge el resol de la tarde junto al moderno Alfar Museo. Jesús Fernández Santos, en Libro de las memorias de las cosas (1971), su novela galardonada con el Nadal, recuperó los momentos crepusculares de aquella comunidad campesina, cuya estela pervive en otro de nuestros pueblos de barro: Toral de los Guzmanes. En uno de los caseríos del collado, raleado de pinos, carrascas, majuelos perdidos y pomaradas en derrota, escribió Menas Alonso Llamas (1899-1931) Vendimiario (1928), quizás el único testimonio de prosa moderna en las letras provinciales de la Edad de Plata. Villa María, Villa Adela (con el naufragio de su cenador en el estanque), Villa Loreto, Villa Guadalupe. Realidad y ficción se confunden. Desde hace unos años, la familia Alonso ha rescatado aquel espacio fundacional para su bodega Ribera del Ornia, cuyo caldo estrella pasea el título de la novela casi nonagenaria pero muy moderna de Menas Alonso.

PUESTA AL DIA DE LA HISTORIA

El camposanto municipal que preside aquellas soledades es obra del arquitecto Juan Bautista Lázaro (1849-1919), a quien la angustia de recomponer el desbarajuste de los vitrales catedralicios descabalados por los suelos arrumbó durante la última década de su vida en el psiquiátrico de Getafe. En la catedral de León dirigió un taller modélico de vidrieras, cuyos logros le valieron el acceso a la Academia de San Fernando.

Lázaro fue uno de nuestros grandes arquitectos, maestro en el empleo del aparejo de ladrillo, con obra abundante en Madrid (iglesia de San Vicente de Paúl, asilo de San Diego), Burgos (iglesia de la Visitación) o León (seminario de San Froilán), y otras restauraciones notables: Santa Cristina de Lena, la colegiata de Santillana del Mar, San Miguel de Escalada, San Vicente y Santo Tomás de Ávila. Sin mucho sentido, los leoneses tenemos su nombre difuminado por la sombra de otros arquitectos coetáneos domésticos y secundarios, como los Torbado. Pasa mucho con nuestros contemporáneos: los ajustes de la memoria penalizan a los audaces.

Menas Alonso incorpora a su relato referencias modernas y rehúye el costumbrismo gazmoño, sin incurrir en el encomio del refajo y la madreña. Sin embargo, Vendimiario constituye una puesta al día palpitante del colmado pebetero de la historia leonesa. De un modo más trabado, tejiendo con destreza información y peripecia, actualiza el Bosquejo de Gil y Carrasco y extiende su recorrido a todos los confines de la provincia. «León ha sido señalado por el destino para ser visitado por extranjeros», afirma el narrador, que considera a la ciudad «una de las mejores capitales de España, con riqueza propia, sin vida prestada». De paso, no olvida el reproche y la denuncia de las lacras vigentes en la época, empezando por la usura: «Al paisano y al limón, estrujón».

El protagonista, Luis Franco, es un diletante retirado por amor de los venenos modernos: el tabaco, los licores, la morfina, las jeringas y los tubos de coca. Su autor, Menas Alonso, estudió Derecho en Madrid y aspiró hasta saciarse el ambiente de las tertulias literarias y los excesos de una bohemia perdularia con la retaguardia bien cubierta. Además de Vendimiario , publicó un par de títulos irrelevantes y algunos cuentos de raigambre costumbrista, mientras dejó en yerbas una Historia crítica del Reino de León desde los primitivos tiempos hasta la segunda unión con Castilla .

UNA MIRADA MODERNA

Después de El Señor de Bembibre (1844), Vendimiario es la primera novela leonesa que se lee con interés, sin apelar al débito del paisanaje. Su estructura itinerante traslada en automóvil los episodios de una historia amorosa tan atrevida como convencional al escenario variado y cambiante del paisaje provincial.

En su transcurso, el cosmopolita Luis Franco redime a Teresa de la ignorancia y la incorpora al ámbito hedonista de los placeres mundanos. Su preferencia por el progreso –el automóvil, el cinematógrafo, la radio, la fotografía-, que desveló con agudeza el profesor Miñambres, no le lleva a denostar lo tradicional, como el atuendo típico o las expresiones dialectales, sino a rechazar lo rancio. Así, sanciona tanto el atraso que reflejan las prácticas curanderiles como el abandono o maltrato ignorante de los vestigios históricos. En la visita a la capital, los protagonistas «estuvieron en el suntuoso Casino nuevo», obra de Gustavo F. Balbuena, otro moderno del Páramo apagado por la lima del olvido.

En sus pausas viajeras amartelados en Villa Guadalupe, los amantes se relajan con el repaso de las imágenes de sus excursiones y escuchando los conciertos musicales de Unión Radio. Uno de los integrantes de la orquesta radiada que ilumina las veladas de Villa Guadalupe es el astorgano Evaristo Fernández Blanco (1902-1993), figura truncada del Veintisiete musical. En la novela, la derrota final marcada por la muerte de Teresa clausura un tiempo feliz, al que Luis Franco dice adiós con prisa, arropado en su huida por el dinero que concede la verdadera libertad. Es un moderno sin paciencia ni expectativas de vida eterna.

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